Mátame Sanamente

Door ashly_madriz

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Cualquiera puede creer que la vida de las porristas universitarias solo se trata de las piruetas, los chismes... Meer

Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (final).
Agradecimientos e información importante.
Aviso
Aviso 2

Capítulo 3

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Door ashly_madriz

EL ESCRUTINIO:

Cariño, ahora estamos resentidos, ¿sabes? Solíamos tener un amor de locura, así que mira lo que has hecho: apuñalado por la espalda.


Bitácora del primer día de entrenamiento de una reina sin corona. No amenaces a la reina perra sin esperar ser arrastrada en el proceso. Puede que termines: muerta, vacía, hueca e ida. Yo no quise entender eso y me tocó  asumir las consecuencias de la peor forma. 

Era la tarde de mi primer día de entrenamiento.

Un sudor pegajoso y resbaladizo se deslizó por mi piel, mientras esperaba ser atrapada por mis compañeras del escuadrón. 

Al culminar la práctica, casi caigo a desfallecer. Mi estómago gruñía y mis piernas temblaban; tampoco podía negar el hecho de que  estaba inquieta al mismo tiempo. Me sentía como un desastre andante con mal genio. 

Incluso si la persona no tenia malas intenciones, iba a esperar en silencio para atacar a cualquiera que se acercara a mí 

En retrospectiva, debía de haber comido esa barra energética que traía siempre encima, solo que estaba demasiado ansiosa como para tragar algo.

Todo dependía de si podía hacerlo o no.

Vestirme como una perra en ropa apretada de lycra había parecido una cosa bastante segura de hacer, considerando que era mi primer día.

Odiaba esto, pero al mismo tiempo me gustaba la atención que estaba recibiendo sobre mí.

Podía decir que se sentía simplemente genial volver a ser yo. No era una gimnasta, nada de eso. Solo era una ex bailarina de ballet flexible, y por consiguiente mi cuerpo se sentía como si hubiese sido atropellado por un tractor de granja. Me dolía hasta el dedo chiquito del pie.

En cuanto hubo el primer descanso, corrí hacia los bancos para embutirme con dos litros de agua, que hicieron que mi estómago se moviera como lavadora.

—Al principio siempre es difícil, pero con tu experiencia creo que te ira mejor que al resto. No te quejaste como la mayoría —habló la entrenadora, quien estaba tomando asiento a mi lado en la banca. 

Quería ser felicitada por esta y restregarle en la cara a Samantha que siempre había sido mejor que ella. Pero como cualquier mujer con un sueldo mal pagado, solo me sonrío.

 Era mejor tenerla en el bolsillo, por si Sidney pretendía hacer o decir algo que simplemente no debía.

Luego de eso, todas mis compañeras del escuadrón y yo comenzamos a caminar de vuelta a los vestidores para tomar una ducha.

Aborrecía ese último hecho. Su presencia constante, cuando estaban cerca de mí, siempre me causaba una acidez familiar en el estómago;  pero en el intento, me concentraba en mantener una sonrisa forzada que ocultaba que no toleraba a ninguna de ellas.

Mientras caminábamos por los pasillos del gimnasio cubierto, mis compañeras decidieron que querían tomar un pequeño un desvío. No podía negarme, debía seguirlas cual perro faldero. 

Hasta ahora, solo había sacado dos conclusiones.

La primera era que amaban ser ruidosas e irritantes todo el tiempo. La segunda, que amaban meter sus narices grasientas en donde no las llamaban.

Samantha, quien estaba siendo odiosamente amable, rodeó mi codo con su brazo. Actuaba casi como si nos conociéramos de toda la vida. Ésta narraba alguna cosa aburrida que sonaba como una invitación para tener una sesión de manicura en nuestra ala de la casa.

No éramos amigas, mucho menos "hermanas" como quería enfatizar cada cinco minutos. No me agradaba y no le agradaba.

Sidney había sido la primera en irse sin decir palabra, solo tomó sus cosas y se largó con alguna excusa barata de: «Tengo una emergencia». Su actitud era la misma que utilizaba un torpe criminal cuando acababa de cometer su primer crimen.

Su pulso tembloroso al contestar la llamada y verla tragar en seco, eran cosas que la delataban.

Seguro creía que nadie lo sabía.

Era exasperante tener que reírme cada cinco minutos de los chistes malos y desagradables de estas cabezas huecas. La conversación del momento se resumía en como la mayoría no pudo follar el día de la fiesta, porque la Diosa de la fertilidad las había bendecido con una sincronización perfecta.

¿Acaso habían visto biología básica en el instituto? 

Parecía que no. 

—Entonces, ¿cómo te fue en tu primer día? ¿Crees que podamos salir luego? —Samantha me miró por encima del hombro, pero rápidamente logró disimularlo en segundos. Era bueno saber cuándo alguien era sincero y cuándo no.

Ella no estaba en el primer grupo. No quería sus invitaciones.

—Debo repasar las materias del semestre pasado. Otro día puede ser —le respondí con falsedad. Estaba actuando tal como lo haría ella; hastiada de la situación.

El parloteo continuó por el resto del trayecto, pero antes de que desaparezcamos a la vuelta de la esquina, me da una de sus  brillantes sonrisas. La analicé por un momento, pero luego lo descarté.

¿Qué rayos pasaba con ella? 

La confusión no duró mucho tiempo, porque enseguida de eso noté que no me estaba sonriendo a  mí. Le sonreía a los gilipollas que estaban saliendo del vestidor masculino.

Parecían depredadores degustando carne fresca. No tenían reparo alguno en tratar de ocultar sus expresiones, ni en vociferar comentarios obscenos sobre nosotras. Sentí un poco de vergüenza por lo descubierto que estaba mi cuerpo, pero mantuve mi expresión indiferente y en ningún momento dejé de caminar.

Todos reían con coquetería y se saludaban entre ellos.

Quería ignorar el hecho de que tenían los ojos puestos en mí.

Mi pulso se aceleró y todo fue como si hubiese pasado en cámara lenta. Salía uno, y otro, y otro. No había fin, hasta que por último su mariscal hizo presencia.

Parecía estar entretenido mirando su teléfono, con un gesto imperturbable en el rostro. Todo el paquete acompañado de una sonrisa ladeada.

Su presencia me alteró los sentidos, porque no esperaba verlo tan rápido. No estaba en mis planes parar en pasillo del vestidor masculino.

No me gustaba lo que no podía controlar.

Aiden estaba completamente absorto de lo que sucedía a su alrededor, hasta que el bullicio de la multitud logró despertar su atención. Samantha exclamó su nombre y éste levantó la mirada de su celular para localizar el origen de la voz que lo llamaba.

Me sentía inquieta, ya que su mirada helada le hacía cosas raras a mi cuerpo, porque sí, me estaba mirando a mí y no a Samantha. Fue devastador.

Seguramente estaba experimentando lo que se llamaban "ataque de pánico", pues la temperatura de mi cuerpo iba de caliente, a luego fría, siguiendo ese horrible ciclo, como si fuera a explotar en cualquier momento.

Pero en  fracciones de segundos su mirada se volvió hacia Samantha, quien todavía lo miraba con atención anhelante. Sus ojos parpadearon entre ellos.

Cuando se acercaron a nosotras mantuve mis ojos firmemente en él y tragué saliva. Necesitaba que me hablara, que me tomara del brazo con reclamos del por qué rayos había desaparecido tres jodidos años. Quería su completo interés en mí, pero no hubo reacción alguna. Parecía ausente y casi ensimismado.

Ya a su lado, empujé mis manos hacia arriba simulando un falso descuido. Las yemas de mis dedos rozaron la manga de su jersey a lo largo del brazo, pero su expresión siguió indiferente.

Estaba cabreada. Quería explotar, pero quedaría en evidencia.

Cuando simplemente siguió su paso, me negué a girarme y ver si había volteado a verme, pero realmente, si hubiera puesto su mirada sobre mi espalda lo hubiese sentido hasta en los huesos.

Mi estómago tenía una sensación de una mezcla de cólera, irritación e indignación. ¿Por qué coño me ignoraba? ¿En serio había sido capaz de hacerlo?

Era un imbécil.

En el vestuario mi cuerpo no dejaba de temblar, por lo que solo tomé asiento y disimulé esperar a que alguien saliera de su cubículo para entrar y asearme. Debía recomponerme, pero las lágrimas de rabia que estaban retenidas tentaban por salir de las esquinas de mis ojos.

Ninguna lo había notado.

Quería besarlo, tocarlo y que hiciera lo mismo conmigo. Lo odiaba y me odiaba por eso.

Las chicas creían que yo era callada, claro, sin ser descortés. No es que fuese callada, la realidad, era que no me apetecía ser merecedora de su compañía. Prefería sentarme y mirarlas. Descifrar lo que escondían tras sus movimientos y frágiles máscaras, así ellas no notarían la mía quebrarse en ese momento.

Estaba sentada, tensa como un soldado por estar de guardia todo el maldito día. Había necesitado un bombardeo de energía mental para resistirme y atacar no Aiden delante de todos.

No podía descontrolarme por algo tan simple como eso.

La verdad, era que todos los días eran más o menos lo mismo. Me despertaba sintiéndome enojada y nerviosa, y me iba a dormir sintiéndome enojada y nerviosa. Las veces en las que entrenaba para animar los juego del equipo de fútbol eran las únicas en las que sentía cierta libertad de la oscuridad que corría por mis venas.

Debía darle gracias a ser un testigo más de la hermosa miseria ajena de estas personas.

Todas querían aparentar ser la abeja reina del rey, lo que no sabían era que el supuesto rey, era mi peón. Con bronceados artificiales, labios inyectados y cabello rubio teñido. Eso las elevaba a creerse la jodida Kim Kardashian.

Seguro le rezaban a la Diosa del botox Kylie Jenner, para amanecer algún día con un rostro que solo el dinero y las cirugías sí podían comprar, claro, si no tenías una buena genética desde el comienzo.

Samantha se peinaba el cabello, estaba tardando años en arreglarse, mientras se movía de lado a lado acaparando todo el espacio del espejo. Iba demasiado producida para la ocasión. Su cabello castaño y piel de color chocolate hacían contraste con su minifalda de mezclilla y crop top de encaje.

Hashtag vivan las perras básicas.

Estaba nerviosa, porque sus mejillas delataban los sucios pensamientos que proyectaba su mente. Poseía ese semblante de: «Soy una jodida imbécil suspirando».

Era obvio que lo que pensaba la había puesto a flipar de la emoción.

Era una estúpida a la que quería desollar lenta y dolorosamente. Llenarla de más mierda de la que ya tenía en su vida era mi plan.

—¿Pensando en alguna travesura, Sam? —intenté sonar inocente, pero mi tono había sido todo menos eso—. Veo que tuviste algo de diversión el viernes, eh perra. Te perdiste y ni cuenta me di.

Samantha solo me soltó una carcajadas entre dientes, dejando caer la varita de su brillo labial sobre el desagüe del lavamanos.

Exhaló profundamente y luego respondió:

—Pensaba que te habías ido temprano, aguafiestas. ¿O es que fuiste a conectar con alguien?

Fue asqueroso ver como recogió del desagüe la varita de su brillo labial, para luego volverla a introducir en el envase y seguirlo aplicando sobre sus labios.

Por el espejo logró observar mi gesto hostil y se tensó. Claro que la miraría así, como la perdedora que era. Quería decirle que no tenía ningún derecho a juzgarla, que había renunciado a todo mi poder sobre ellos, pero estaría mintiendo.

Una mirada de ella sobre mí y se daría cuenta de que no ocultaba tan bien mis emociones cuando se traba de Aiden. Agonizaba en el vacío y en el hueco conocimiento de saber que ansiaba la libertad. Ni siquiera podía considerar rendirme.

—No me interesó nada del menú —admití ligeramente, casi con naturalidad—, excepto por alguien. —Las últimas palabras se deslizan por la punta de mi lengua, casi como un chasquido afilado.

Instantáneamente que terminé de hablar, volteó a mirarme sin disimular su curiosidad.

—¿Conectaron? ¿Hubo manoseo? ¿Algo? —exigió inflexible, y yo le sonreí con desdén, pero ella buscaba más respuestas que eso—. Suelta la sopa, perra.

—Solo nos besamos un poco... pero, no sé su nombre, ya sabes. Soy la chica nueva. —El acento en las palabras me había salido más marcado de lo normal, casi como si de una campesina de TLC se tratase, con la diferencia de que había nacido y crecido en esta zona. Todo era mero show—. Nunca he tenido mucho contacto con los chicos, mis padres fueron demasiado estrictos en mi adolescencia como para tener la oportunidad de siquiera besarme con alguno. Tampoco me interesaban lo suficiente.

La expresión de Samantha se convirtió en: «Oh perra, eso no te lo crees ni tú misma»; porque ella lo sabía, era mentira de que nunca había tenido contacto con algún hombre, pero si quería jugar, jugaríamos.

Luego me miró con una evidente y fingida lástima, soltando un suspiro.

—Ah... eso es verdaderamente triste, pero siempre es bueno saltar la cadena, ¿sabes? —afirmó. ¿Y quién mejor que ella para saber eso?, quien había huido de su hogar como si todos estuvieran enfermos de  la peste—. ¿Y cómo era? ¿Llevaba el uniforme del equipo? —continuó.

Me crucé de piernas, riendo un poco para comenzar a soltar los detalles.

Era hora del desastre.

—No. Olvidé preguntárselo, no hubo nada sucio, así que no pienses mal. Estaba lo suficientemente borracha como para tener conciencia, pero tenía unos jodidos ojos oceánicos que no ves en todos. Maldición, de un azul caliente. Y sí, llevaba el jersey del equipo. No era el típico azul genérico de ojos americanos... y pues creo que era el chico al que le acabas de hablar al final del pasillo.

Al terminar, el color bajó del rostro de Samantha. Ella sabía muy bien que Aiden y yo no éramos desconocidos, que quisiera fingir era otra cosa totalmente opuesta. Por suerte para ella, Kate, una pelirroja de mi escuadra con algo de acento del norte, se acercó a nosotras para mirarnos. Parecía interesada en la conversación y se unió enseguida:

—¿Te suena familiar el nombre de Aiden Jackson? —expresó, con una curiosidad latente—. Tiene ojos azules y juega para nuestro equipo. Si me dices que no, seguro debes vivir en la maldita nada.

Mi mandíbula se apretó con la simple mención de su nombre.

Negué con la cabeza, aparentando confusión. Obvio que me sonaba, me sonaba hasta en la última jodida célula de mi sistema.

Y lo odiaba. Odiaba que fuera así; pero, por supuesto, lo estaba más que disimulando.

Yo podía leerlo. Lo veía en su cara a lo lejos, cada vez que miraba a otra como si fuese el juguete favorito que había perdido. Como había ignorado mi presencia como a un fantasma. Me hacía irradiar un deseo de sangre profundo.

—¡Joder, chica! —exclamó Kat, con una simpleza demasiado petulante, mientras continuaba con su maquillaje—. Necesitamos una colada por el campo de fútbol. Será casi como un sexy comercial de Calvin Klein. Si ese es tu galán, seguro, ahí seguro lo encontrarás.

Samantha estaba llena de tensión, lo notaba en sus hombros y en cómo su ojo derecho tembló al escucharme. Me recompuse en mi asiento con una sonrisa victoriosa y guardé la calma.

—No creo, Kat, estuve bailando con él toda la noche —se regodeó la morena, con una superioridad forzada, haciendo que la perra amargada dentro de mí se aruñara las palmas maniáticamente.

Maldije en mi interior. Samantha era una mosca muerta que quería hacerme quedar mal. Ahora, la pregunta era: ¿Por qué me había negado yo el hecho de conocer a Aiden?

Tres razones. Uno: Me hacía parecer una víctima inocente e inexperta. Dos: Esto encendería el cotilleo, lo cual iba a aumentar el chisme de pasillo, y por último y más importante, traería una revelación esclarecedora para todas aquellas mujeres que pudieran no estar conscientes de que Aiden no estaba a cualquiera. Saben de qué les hablo.

—Y luego tuvo sus manos por todo mi cuerpo. Fue casi surrealista —suspiró con pesadez, continuando con lo anterior.

Estúpida mentirosa. Claro que era surrealista, porque eso solo había pasado en su falsa cabeza. No era a ella a quien había estrellado contra la pared cuando me vio, mucho menos a quien le había comido la boca segundos después.

Estaba teniendo compasión de ella. Simplemente, yo debía haber abierto la boca y admitir como me había besado a mí con aquellos ojos cargados con una expresión indescifrable. Deseo. Anhelo. Ganas. Lo que sea.

Si iba a explotar las entrañas de alguien, Samantha encabezaba la lista. Mientras supiera que no tenía oportunidad alguna contra mí, podía estar segura de que iba a mantener la cabeza pegada al cuerpo.

Demasiados años que habían pasado, mucho había cambiado, pero él y yo nunca seríamos simples desconocidos. Había lazos que eran imposibles de cortar y el nuestro era uno de ellos.

Probablemente ella nunca había salido con él, incluso después de su falsa confesión. Samantha nunca caería tan bajo como para tomar la mercancía usada, pero solo Dios sabía eso.

Todavía podía repetir la expresión de su rostro cuando habló de lo que había supuestamente pasado esa noche. Era un algo falsamente construido.

Hace algunos años atrás habría explotado, solo que hoy en día, había aprendido a mantenerme tranquila cada que mencionaban su nombre.  

No quería agredirla.

Antes ni siquiera podía mantener una conversación con una chica que gustara de él. No sin querer hacerla comer tierra después.

Despejando mis pensamientos, me crucé de pierna y disimulé mi molestia.

—No, ni idea. ¿Es caliente? —le seguí la corriente.

¿Había sido demasiado obvia?

—Oh, perra, es casi como un extasis visual. ¿Dónde estuviste toda tu vida? —jadeó Katherine, con evidente emoción—. Tiene los ojos azules más increíbles que verás nunca. Daría un riñón por tan solo un cruce de miradas con él. El único problema que tiene es que es un buen chico, ni siquiera nos da su número y uve que pagar cien para obtenerlo de uno de sus compañeros; mierda, daría mi auto y la casa de mis padres porque me tocara así sea una uña.

Reí profundo al escuchar esas palabras. Samantha acaba de cambiar las reglas del juego y evidentemente Katherin con su descuido había revelado algo importante. Su inoportuno comentario solo me lo hacía más fácil.

Toda la información que obtuviera, por insignificante que fuese, podía derribar a un montón de personas de alto perfil. Imaginaba que si se corría la voz de estas conversaciones, las cosas serían más divertidas.

—¿Segura, Sam? Creo que si era él. Reconocería esos ojos donde fuese, y debo decir que besaba divino. No lo conozco y ya lo siento hasta en los huesos —les confesé, con una sonrisa dulce y ojos soñadores—. ¿Nadie puede dominar a la bestia? ¿Están seguras de eso? No era muy popular en mi pueblo, pero puedo lanzarme a la aventura.

Samantha sabía quién controlaba la bestia. No era yo quien iba a quedar mal delante de todos.

—No creo que esa noche haya estado jugando un juego doble, no va con él. Stacy lo intentó, incluso parecían tener una relación complicada, algo así como amigos como follamigos —añadió Katherine de repente, con cierto desconcierto.

El giro de la conversación pareció haberles incomodado. Ni siquiera estaba siendo territorial, pero había tensión en el aire.

—Un segundo... ¿la ex voladora? —la interrumpí asombrada, mi expresión incrédula las hizo reír para aligerar el ambiente—. ¿Y ya no están juntos? ¿Qué sucedió? ¿No se supone que es tu amiga, Sam?

Sabía mover mis fichas, ya que Samantha palideció con la breve mención de Stacy, pero rápidamente lo ocultó y para volver a su típica expresión sosa. No era divertida.

—Nadie es lo suficientemente buena para él. Nos mira como carne de tercera —aclaró vehemente, encogiéndose de hombros—. En fin... no es el único pez en el estanque, pero seguro que sí el más delicioso de probar... y el más difícil de conseguir. Solo he sido afortunada de tener un trozo, yo puedo certificar la calidad del producto. Si estás tan segura de que quieres meterte en sus pantalones, pequeña Kira, tienes la clase de historia con él. Inténtalo y luego me cuentas qué tal te fue, dudo que tengas éxito.

Me encogí incliné en mi asiento, para luego murmurar con la mirada hacia el suelo:

—Lo siento, Sam. Tal vez me equivoqué y él chico guapo estuvo contigo toda la noche.

Samantha no quiso seguir hablando de Aiden y se notaba lo jodidamente molesta que estaba, pero ¿por qué?, su mentira le había caído en la cara. Tal vez tenía el capricho de sentirse adicta a él, era normal, ya que aun yo aún lo sentía.

Aiden Jackson era como una droga. Una vez que lo pruebas te vuelves una adicta sin control. Yo podía darle una explicación a mi adicción, ellas realmente no comprendían el origen, causa y el efecto; tampoco lo harían.

No sabía cuándo comenzó, pero sí sabía que nunca iba a terminar.

Samantha simplemente era tonta, porque cuando por fin terminó de arreglarse, solo tomó su bolso de entrenamiento y se dirigió hacia a mí con gesto engreído.

—Tengo una cita. Sidney tuvo que irse, así que debes quedarte a recibir a Stacy, viene a entregarte la llave de tu cubículo, así de una vez le pides los detalles de su relación con Aiden si tanto te interesa. Tenía que dármela, pero ya es tarde y no puedo hacer esperar a mi hombre. Recuerden los viejos tiempos. 

La historia se repetiría como con Stacy, el mismo final y el mismo comienzo.

—Tranquila, de aquí debo ir a llevar mis cosas a la casa. Traje mi auto así que no hay problema —le respondí, con una expresión suave.

Justo en ese momento debía parecer una loca de primera, pero a todos era mejor mostrarles una cara diferente, a Stacy le daría la de su peor pesadilla.

Ansiaba verla tanto como ansiaba destruirla. No odiaba ni me desagrada tener que ser de esta manera, pero honestamente, sé que no había otra forma de conseguir pasar a través de su maldito duro cráneo. Solo quería lo mejor para mí. Para nosotros.

No pasaron más de cinco minutos cuando escuché un rechinar por los azulejos; eran pisadas. Estaba preparada para lo peor o lo mejor. Era un juego entre nosotras que había comenzado cuando teníamos quince años y que hoy yo terminaba.

No podías simplemente tomar algo que no te pertenecía y no esperar a que algún día las consecuencias de tus actos se hicieran presentes. Ella había tomado mi vida y yo ahora la quería ver hundida, siendo comida por los cuervos.

Era su hora de pagar. Pagar con su sangre.

X

Gracias por leer.

Pochemuchka: Palabra rusa para definir a alguien que hace muchas preguntas.

¿Qué les está pareciendo todo? ¿Qué opinan de Aiden? ¿Qué opinan de Kira? ¿Qué creen que oculten? ¿Qué le haría Samantha a Kira?

Nos vemos el viernes.

XOXO; ASHLY.

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