Caperucita Roja

By LulaiLeo

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Caperucita volvía de visitar a su abuela cuando, a mitad de camino, se le apareció el Lobo y la tentó para qu... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
¿Esta historia aún no termina?

Capítulo 20

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By LulaiLeo

Otra vez

Todo se encontraba en silencio cuando Kevin entró en su departamento. Solo cuando cerró la puerta, pudo escuchar el sonido de la ducha. Sonrió para sí mismo, mientras dejaba su mochila sobre la cama. Miró el reloj sobre la pared, eran las seis, uno de sus profesores había faltado y él había llegado una hora antes a casa.

Qué lindo era eso. Kevin sabía que llegaría cada día después de clases y el departamento ya no estaría vacio, sino que habría alguien esperándolo. Alguien que lo necesitaba y pronto serían dos los que lo iban a necesitar. Tendría que buscar un empleo por las mañanas, no podía seguir dependiendo de sus padres y padrino para todo. Iba a ser padre, tenía que volverse responsable.

Ser padre, lo asustaba más de lo que quería reconocer, pero a la vez le dejaba en el pecho esa sensación extraña y abrumadora de felicidad. Eso era lo que Nes no entendía, que Kevin no estaba siendo piadoso al cuidarla, sino tremendamente egoísta. Él la quería solo para él y a ese bebé también, los amaba a los dos, tanto si les pertenecía como si no.

— Amor, ya volví —anunció Kevin saliendo de su ensoñación y sacó el helado, que había comprado, de la bolsa para ponerlo en el congelador.

No recibió contestación. Tal vez ni lo había escuchado. Kevin se acercó al baño y entreabrió un poco la puerta, lo suficiente para hacerse escuchar sin que ella se sintiera incomoda.

— Bonita... —la llamó tratando de distinguir su silueta a través del vidrio esmerilado de la ducha.

La descubrió hecha un bollo en un rincón de la misma. Sin pensarlo corrió hasta la ducha y abrió el vidrio de la misma de par en par. El agua caía ya fría sobre el cuerpo desnudo de Vanesa, que tenía la cabeza apoyada contra el azulejo y la mirada perdida. El miedo corrió por la sangre de Kevin.

— Nes, ¿pasa algo? —ella no respondió— Vamos, amor, no me asustes... ¿El bebé está bien?

Vanesa levantó la mirada hacia él y una lágrima cayó por su mejilla. Ella no quería que él la viera así, había contado con que aún le quedaba una hora para recuperarse, pero no fue así. Y en ese momento no sabía que debía decirle. Los ojos llenos de terror de él la observaban esperando una reacción de su parte, pero como ella no podía dársela tuvo que hacer algo.

Kevin, pasando un brazo por debajo del agua, apagó las canillas; tomó la toalla que colgaba de gancho junto a la ducha y levantó a Vanesa, envolviéndola en ella. La acunó contra su pecho, sin prestar atención a su anatomía. Le aterraba la idea de que algo malo estuviera pasando. Aunque estaba mojada la deposito en la cama.

— Vanesa... —la llamó de nuevo y ella volvió a hacer caso omiso a sus palabras— Vamos, Caperucita, mírame... ¿Qué te sucede?

Flash back

Kevin se había ido a clase hacia como dos horas. Nes se entretenía leyendo, recostada sobre la cama. Luego de charlar con Nené había decido volver a su plan inicial e irse a vivir juntos al departamento de él. Y aunque su abuela estaba feliz de que ella lo fuera, sabía que la extrañaría mucho; por lo que Nes se prometió ir a visitarla seguido y hacerle prometer a Kevin que la llevaría al hospital el día que su hijo naciera.

Su celular sonó y ella dejo el libro de lado. Abrió el mensaje, era de Kevin, le recordaba que debía ir a comprar las vitaminas, que con todo lo de la reconciliación no había comprado el viernes por la tarde. Tampoco se había acercado a la farmacia durante el fin de semana pues había estado ocupada en su mudanza, a pesar de que no tenía mucho que mudar. Sonrió, feliz de que su novio se preocupara por ella. Salió de cama. Debía ir a comprar las vitaminas. Cogió el dinero, que a pesar de sus quejas Kevin había dejado para ello y se encaminó a la farmacia.

Le tomo alrededor de cuarenta minutos cruzar las diez cuadras que separaban el edificio de Kevin de la farmacia, la cual estaba abarrotada, y comprar lo necesario, pero al fin se encontraba en el camino de vuelta. Eran alrededor de las cuatro de la tarde y el sol calentaba bastante. Para variar, ya había comenzado la primavera y, con calor y todo, Vanesa se alegraba de estar afuera disfrutando del color y el aire puro. Caminaba tranquila, jugueteando con la bolsa con sus nuevas vitaminas.

— Puta traicionera —le susurró una voz junto a su oído—. No fuiste a verme. Te estuve esperando toda la puta tarde.

Paraliza a mitad de la vereda, Nes rogó que esa voz fuera fruto de su imaginación. Tuvo que desechar esa posibilidad cuando un brazo le rodeó la cintura y el cuerpo de él se apoyo en el suyo por detrás.

— Que bien hueles, cariño —Diego tenía su nariz pegada a la base de su cuello, donde deposito un beso—. Creo que solo por eso puedo perdonar su falta de educación al dejarme plantado sin siquiera un aviso.

Dicho esto poso una de sus manos en el vientre fecundo de ella, logrando que ella dejara escapar un sollozo. Tenía tanto miedo por su bebé, que apenas podía evitar temblar.

— Oh, no, lindura... Nada de llantos —de un tirón la volteó de tal manera que ella se vio enfrentada a la mirada lasciva y perversa de él—. No voy a castigarte, por haberme plantado, cariño... pero aún así me debes una compensación. ¿No te parece?

Vanesa parpadeó asustada ante las palabras de él, mientras sentía una de sus manos tasando su trasero y su boca besando su cuello. Un gemido ronco surgió de entre los labios de Diego.

— Salgamos de aquí, cariño —él separó un poco de ella y la tomó de la mano para llevársela—. Vamos a un lugar más conveniente. No aguanto más.

A Nes se le cayó el alma a los pies. ¿Qué se suponía que debía hacer? Ella estaba más que segura de que no quería seguirlo, pero no veía el modo de evitarlo, no sin que ella o su bebé sufrieran algún daño. Sin dejarla pensar más, Diego a arrastro por la calle apresurado. A la fuerza la metió en su coche y arrancó.

Ella creía que él la llevaría a su casa, pero no fue así. Luego de recorrer una par de cuadras, Diego se adentro en un estacionamiento en un subsuelo, alejado de todo movimiento. Aparcó en uno de los lugares y se volvió a mirarla.

— No tienes idea de lo que te he extrañado —dijo él apoyando una de sus manos en la rodilla de Nes y subiéndola hacia el muslo, de tal manera que le levantaba la falda que ella llevaba.

En un movimiento rápido, cambió de mano para poder seguir explorando su pierna, mientras que con la otra, tiraba el asiento del copiloto para atrás. Vanesa quedo recostada, observándolo horrorizada incapaz de decir palabra alguna. No dejaba de temblar y soltó un grito ahogado cuando Diego a liberó de su toque para poder desabrocharse sus pantalones. Se los bajo un poco junto con su bóxer y se subió a horcajadas sobre ella, besándola en la boca, obligándola a recibirlo.

Nes se limitó a llorar y desviar la cabeza aun lado cuando, luego correrle la ropa interior, él la invadió con brutalidad. Esta vez no pudo alejarse de la realidad. No, esta vez se vio obligada a escuchar todos y cada uno de los gemidos de satisfacción que producía él.

Cuando terminó, Diego volvió a su asiento acomodándose la ropa. Pasó una mano por encima de ella y le abrió la puerta del coche, invitándola a irse con una sonrisa despiadada. Vanesa, sin perder tiempo y con mas lágrimas pugnando por salir, se arregló su ropa y abandonó el coche.

Aturdida, se dirigió hacia la entrada del estacionamiento. Cuando estaba llegando a la calle, el auto de Diego pasó por su lado desacelerando.

— Que se repita —le deseó él bajando la ventanilla e iba a volver a acelerar cuando pareció recordar algo—. Ah, toma. Casi te lo olvidas —le arrojó un paquete que Nes cogió al vuelo—. Nuestro hijo debe crecer fuerte.

Sin más, aceleró desapareciendo de su vista. Nes bajo la vista a al paquete y descubrió que eran sus vitaminas. Volvió al departamento casi por inercia, con una certeza dándole vueltas en la cabeza. Diego sabía que el bebé era suyo.

Fin del Flash Back

— Pequña —Kevin la abrazó sobre la toalla—. ¡Por Dios! Dime que sucede. Me estas asustando, Caperucita.

La tomó del rostro y la obligó a verle a la cara. Kevin tenía la mirada vidriosa, se sentía tan aterrado como nunca. La última vez que se había sentido así, había sido cuando la había encontrado a ella tirada en la calle. ¡Que Dios no permitiera que le pasara nada malo! Suplicó él en su interior.

Nes salió de su trance al percatarse del sufrimiento que estaba causando en su novio.

— Oh, Kev —musitó con voz ahogada—. Lo siento

Ella apoyó su cabeza contara el hombro de él, a la vez que este dejaba escapar el aire en un suspiro de alivio.

— No soy más que preocupaciones para vos —se quejó ella lastimera.

— No, Nes, eres mi vida y todos nos preocupamos por nuestras vidas —la consoló Kevin besándole el tope de la cabeza.

Se quedaron abrazados por un rato, con Kevin susurrándole cariños mientras le acariciaba el rostro. Pasó un rato antes de que Nes se percatara de su desnudez.

— ¡Mierda! —gimió avergonzada y agachó la cabeza mientras sus mejillas se teñían de un rojo fuerte.

Kevin sofocó una risita, mirándola con atención por primera vez. Vanesa tenía el cabelló aplastado por la humedad y la piel de gallina por estar expuesta al aire, ya que la toalla no le cubría mucho. Él le acarició el hombro desnudo y acercó su rostro al de ella, llamado por esa mirada acobardada.

— Bonita —le susurró muy cerca de sus labios y ante la sorpresa de Nes le plantó un beso en la mejilla—, ve a cambiarte, así hablamos.

Sin esperar más, Vanesa tomó ropa del armario y se metió en el baño a cambiarse. Cuando salió vestía con un short negro y una musculosa que dejaba un trozo de su vientre al aire. Se sentó la mesa donde Kevin la esperaba, untando con mucho ahínco una tostada con queso crema.

Él no hablo, mordisqueó su tostada y con una mueca le ofreció a Nes la taza donde le había hecho la leche con chocolate. Uno de sus antojos más recientes. Ella le agradeció con una sonrisa y le dio un trago, paladeando el dulzor de su bebida. Le gustaba que él no la presionara, que la dejara pensar un rato...

— Te traje helado de dulce de leche —le dijo Kevin antes de terminar su café de un trago y como respuestas recibió un suspiro de deleite de ella, que le hizo soltar una carcajada—. ¿No crees que nuestro bebé se vaya a empalagar con tanto dulce?

Vanesa lo miró sorprendida, era la primera vez que lo escuchaba decir “nuestro bebé”. Sabía que debía sentirse feliz al comprobar que el sentía que ese bebé también era de él, pero un nudo se le formó en la garganta al recordar lo que le ocultaba a su novio y las lágrimas volvieron a brotar, pensando en que Diego le haría la vida imposible.

— Ey, ¿qué dije? —preguntó Kevin a la defensiva viendo como Nes lloraba— No quise molestarte con mi comentario —frunció el ceño y se sintió un poco decepcionado de no haberle arrancado una sonrisa.

— No es tu culpa —Nes intentó componerse sin resultado—, las hormonas me alteran...

Kevin estiró la mano sobre la mesa y la colocó sobre la de ella. Con el pulgar le acarició la palma en círculos lentos y mimosos, mientras la miraba con candidez.

— ¿Qué sucedió hoy, Caperucita?

Y de repente, sin previo aviso la pregunta apareció. Certera a la yaga, comprometedora y complicada, acompañada de su sobrenombre cariñoso. Nes contuvo el aire por largo rato, bajo la mirada de Kevin, que sin intención, parecía presionarla para que diera una respuesta creíble.

— Tengo miedo —dijo finalmente. Verdad, totalmente verdad.

— ¿A qué?

— A... —le tembló el labio, no era buena mintiéndole a él— que él se enteré que es su hijo y quiera llevárselo —mitad verdad, mitad mentira.

Ese era su miedo, pero no era lo que la había hecho quedarse bajo el agua helada durante horas. Aún se sentía herida, denigrada, asqueada; pero no quería que Kevin lo supiera. No, él no tenía que cargar otra vez con sus dolores, no tenía que saber que otra vez le había quitado un poco más de su dignidad. No tenía que saber que su novia no era digna de su cariño. No podría soportar que él la dejara.

— Yo estoy aquí, amor, y no dejare que nada les suceda —le aseguró Kevin, y el peso de ocultarle cosas hizo presión en el pecho de ella—. Yo cuidaré de mi familia.

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