23. Cacería profana

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Como si un láser rojo le apuntara, Sor Letamus descargó balas contra su objetivo. La mujer se acurrucó a tiempo y, desesperada, pateó un contenedor contra su cazadora.

La religiosa detuvo el cilindro con el pie antes de que chocara en su contra, lo que le dio el tiempo a la pelinegra de huir entre la bruma.

Llegado al otro extremo del perímetro, se impulsó de otro basurero y saltó directo a un barandal. Usó todas sus energías para llegar a la cima y continuar la carrera por su vida.

Entonces, la pistola de gancho se accionó y Letamus ascendió como una guardiana de la noche. Cayó justo en medio del camino. La pelinegra se congeló con la mirada severa de la religiosa, quien extrajo un bastón de su armamento y se le terminó por prolongar como una lanza, en la que una cruz coronaba el cetro.

—Fin del camino. Podemos hacer esto de una manera pacífica y te entregarás voluntariamente, o te regresaré con una cruz marcada en la frente. Tú decides.

La monja se había convertido en un verdadero problema. Debía actuar ahora. Del lugar de donde huía lo había perdido todo. Se encargaron personalmente de hacer de su vida una prisión de oscuridad.

Habían arrebatado su esperanza.

Pero le demostraría a Sor Letamus que una mujer sin esperanza, era una mujer sin miedo.

—No. Ya no más camino. Basta de huir.

Con el viento de la altura meneando sus cabellos oscuros, la mujer adoptó posición de combate. Letamus sonrió de medio lado con malicia.

—Que así sea.

Sus miradas chocaron por un instante, a la espera de quién atacaría primero. Letamus se mantuvo tan paciente como lo había demostrado hasta ahora. Esperaría a que su presa reaccionara por miedo, eso es lo que hacía un verdadero cazador.

El silencio aumentó como un punto tensionante. Ninguna se movió. Sin embargo la presión del momento se tornaba inquietante para la pelinegra.

Entonces decidió dar el primer paso.

Con una sorprende rapidez tomó la varita de su cinturón y la dirigió a su contrincante. Una bola de oscuridad salió disparada contra ella, y aunque Sor Letamus la evadió con un ágil movimiento, fue lo suficientemente potente para explotar la chimenea tras ella. La inminente explosión la hizo girar por el suelo. De un salto se puso de nuevo en pie y lanzó un golpe con su vara.

La pelinegra lo detuvo posicionando con firmeza su larga rama mágica. Ambas armaron chocaron una y otra vez. El golpe del metal producía un resonar incesante al golpear la vara, y ella unas chispas oscuras con cada ataque, en un espectáculo de luz y sonido intermitente que servía como única luz en la oscuridad del barrio durmiente.

Tras unos segundos de impecable enfrentamiento, un rodillazo de la religiosa hacia el abdomen de su contrincante la hizo retroceder. Gimió por el dolor, el aire se le vaciaba, lo que le dio el tiempo a Letamus de dirigir el siguiente golpe de su lanza a los pies de la presunta diablesa.

La mujer cayó. Su varita también; se deslizó por el tejado, al borde de caer del precipicio.

Letamus presionó el centro de su lanza, y se redujo a un pequeño bastón que guardó de nuevo en su cinturón.

Aún en el suelo, la mujer lanzó una patada al verla acercarse, pero Letamus la apartó con su pie, mientras en su mano sostenía una camándula.

Regna terrae, cantata Deo, psallite Cernunnos. —El techo comenzó a temblar, subiendo poco a poco su intensidad—. Regna terrae, cantata Dea psallite Aradia! Caeli Deus, Deus terrae.

Mago Universal: Encrucijada temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora