—Tienes mala cara —observó Grace con la expresión un poco preocupada—. ¿Has dormido poco?

Asentí con la cabeza y ella sonrió.

—Bueno, eso es porque no comes en condiciones, pero que sepas que hemos ido a hacer la compra.

—¿La... compra?

—Íbamos a venir a verte y nos hemos acordado de que la última vez tenías la nevera medio vacía.

Bajé la mirada. Los dos cargaban bolsas de la compra. Pero en cuanto abrí la boca mi padre me miró con los ojos entrecerrados.

—Ni se te ocurra protestar.

Mierda, ¿por qué me conocía tan bien?

No sé, quizá porque es tu padre.

Los dejé pasar y mi padre encabezó la marcha, suspirando.

—Me alegra ver que vuelves a tener todos los muebl... oh... hola, Camille.

Mi madre, que en cuanto los había escuchado se había colocado en posición casual pero sensual, lo miró como si acabara de darse cuenta de su presencia.

—Oh, qué sorpresa verte por aquí.

A nadie le pasó por alto que había ignorado a propósito a Grace. De hecho, ni siquiera la había mirado.

—No estoy solo —le recordó papá, algo molesto.

—Oh —mamá miró a Grace como si acabara de darse cuenta de su presencia—. Eres... eh...

—Grace —le recordó ella.

—¡Grace! Oh, perdona, como no eres muy relevante, se me había olvidado.

Puse los ojos en blanco. Menos mal que Grace sí que se comportaba como una adulta y fingió no haberlo oído para ir con mi padre a colocar las bolsas en la cocina.

Intenté ayudarlos, pero no tardaron en echarme, así que terminé con mi madre en el salón, viendo su programa de modelos y pasarelas. Aunque ella no le prestaba atención, claro. Solo miraba de reojo la cocina con los labios apretados. A Grace, más concretamente.

—Mira eso —me dijo en voz baja—. Se ha puesto unos pantalones ajustados para presumir de piernas. Bueno, pues yo las tengo mejores. ¿A que son mejores?

—Mhm.

—Y tengo el pelo más bonito. ¡Y no tengo que teñírmelo! A todos les gustan las pelirrojas naturales.

—Mamá —la miré, cansada—, deja de convertirlo todo en una competición.

—¡Es ella quien lo hace!

—Ella se llama Grace y no ha hecho nada malo.

Mamá empezó a farfullar, pero se tuvo que callar cuando papá y Grace volvieron al salón. Papá se sentó en el sillón y Grace a mi otro lado, en el sofá. Vi que ella miraba a su alrededor con curiosidad.

—¿Has podido comprar todos estos muebles? —preguntó, confusa.

—No... son los que tenía antes. Pillaron a mi antigua compañera de piso intentando venderlos y me los devolvieron.

—Me alegro —mi padre asintió con la cabeza—. Y espero que le den una buena lección a esa chica.

—Sí —mi madre se apresuró a intervenir—. Yo también lo espero.

Sospechaba que en el fondo le daba igual y solo lo decía para demostrar que estaba de acuerdo con mi padre, pero... en fin.

—Parece que Aiden al final no era tan malo —le dijo Grace a papá con una sonrisa divertida—. Te recuerdo que fue él quien la ayudó a denunciar a esa chica.

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now