Unos meses atrás, probablemente habría hecho caso a esa parte irresponsable. Ahora, sin embargo...

No, me debía esto a mí misma. Un tiempo a solas. Un tiempo para mí. A pesar de haber estado sola tanto tiempo, nunca me había atrevido a intentar conocerme a mí misma. O a darme una oportunidad de quererme. Y ya iba siendo hora de que aprendiera a hacerlo.

Me tumbé en mi cama y abracé al Señor Abracitos. Lo había echado de menos. Él nunca se quejaba de nada de mí. Era un alivio.

Si llega a hacerlo en algún momento, nos hacemos millonarias.

Justo en ese momento, Lisa me mandó un mensaje. Lo abrí sin mucho entusiasmo y me quedé con la misma cara de hastío cuando lo leí.

Espera, ¿ella también se había cambiado el maldito nombre?

¿Era una costumbre de familia o qué?

LisaLaMejorAmigaDelMundo: Hoooooolaaaaaaaaaa :D

Mara: Dime que ese nombre que te has puesto no es real.

LisaLaMejorAmigaDelMundo: No me cambies de tema.

Mara: ¡Si todavía no has dicho nada!

LisaLaMejorAmigaDelMundo: ¡No me has dado tiempo! >:(

Mara: Vale, ¿qué pasa?

LisaLaMejorAmigaDelMundo: ¿Al final quieres que Russell y yo te acompañemos esta noche a esa reunión de compañeros del instituto?

Oh, mierda, la reunión. No me acordaba.

Bueno, tampoco era tan importante, las dos sabíamos la respuesta.

Mara: No me apetece, pero gracias por ofreceros.

LisaLaMejorAmigaDelMundo: Bueno, si cambias de opinión avísame. TE QUIEROOOOOOOO <3 <3 <3

Mara: ...supongo que... yo también...

LisaLaMejorAmigaDelMundo: ¿No te parece que a ese mensaje le falta algo?

Mara: ...<3

LisaLaMejorAmigaDelMundo: AAAAHHHHH, ¡ME HAS MANDADO UN CORAZÓN! Ya puedo morir en paz.

Negué con la cabeza y, justo cuando iba a seguir escribiendo, abrí mucho los ojos. Alguien estaba llamando a la puerta.

¿Y si era...?

No, Aiden... no tenía nada más que decirme, ¿no?

Pero ¡¿y si era él?!

Me puse de pie tan de golpe que el Señor Abracitos salió volando y yo me caí de culo al suelo. El estruendo debió sobresaltar a mi madre, porque cuando salí de mi habitación la encontré mirando mi puerta con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—¿Qué hacías ahí dentro? —preguntó, alarmada.

—Ser idiota. ¡Yo abro!

Me acerqué a la puerta a toda velocidad, intenté recuperar el aliento y me peiné cuatro veces con las manos antes de por fin dignarme a abrir.

Pero... no era Aiden.

Eran Grace y mi padre.

—Ah —puse una mueca—. Hola.

Mi padre torció el gesto.

—Yo también me alegro mucho de verte, hija mía.

—Sí, sí, me alegro de veros, es que... eh... estaba durmiendo.

Tardes de otoñoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora