—No lo sé —admití.

—No puedes encerrarte en casa durante días sin respondernos a ningún mensaje, Amara. Estábamos preocupados.

Solté algo parecido a un soplido de burla, a lo que vi que la mirada de Aiden se volvía bastante irritada.

—¿Te hace gracia?

—A lo mejor.

—No es una puta broma, Amara. ¿Sabes cómo han sido estos días sin saber nada de ti? ¿Para mí o para Lisa? Está preocupadísma. Lo mínimo que puedes hacer es mandarle un mensaje diciéndole que estás bien.

Esa vez no solté un soplido de burla. Solo me quedé mirándolo unos segundos.

—¿De eso quieres hablar?

—No. Aunque espero que le mandes ese mensaje —hizo una pausa, suavizando un poco su expresión—. ¿Recuerdas cuando me dijiste que estabas viendo a alguien para... ya sabes... hacer terapia?

Asentí, precavida.

—¿Cuánto hace que no vas a terapia? —preguntó con suavidad.

—No lo sé.

—Sí que lo sabes.

—Semanas... creo. No lo sé.

Sí que lo sabía.

Aiden cerró un momento los ojos, invocando paciencia, antes de mirarme de nuevo.

—Vamos a ir. Ahora mismo. Los dos juntos.

Durante unos instantes, no reaccioné. Después, solté lo que pareció, de nuevo, un soplido de burla.

—No quiero salir de aquí.

—Suerte que nadie ha pedido tu opinión.

—No quiero ir.

—Necesitas ayuda, Amara.

—¿Y la ayuda es obligarme a salir de casa?

—No, la ayuda es llevarte a ver a alguien que sabe lo que tenemos que hacer para ayudarte.

Empecé a sacudir la cabeza, pero me detuvo poniéndome una mano en la mejilla. No sé por qué, pero me sentí rara con ese simple contacto. Como si, de nuevo, mi propio cuerpo no me perteneciera.

—Hazlo por mí —murmuró en voz baja, mirándome—. Yo te acompaño. Si quieres... no sé... puedo entrar contigo. Para que no esté sola.

Hubo algo en la forma que lo dijo que hizo que las ganas de mandarlo a la mierda se evaporaran.

—Voy a vestirme.

Aiden se apartó de mí con gesto de alivio y, menos mal, no me siguió cuando me metí en mi habitación. Me puse lo primero que encontré en tiempo récord y él me esperó. De hecho, escuché que lavaba los vasos mientras yo terminaba. Al salir, estaba apoyado con la espalda en la pared del pasillo. Parecía pensativo, pero me sonrió al verme y me ofreció una mano. Se la acepté sintiéndome un poco rara.

Ninguno de los dos dijo nada cuando nos metimos en el ascensor —solo me lo permitía porque estaba triste, en cualquier otro caso me habría obligado a ir por las escaleras—. Aiden pulsó el botón y ambos miramos al frente, cada uno más pensativo que el otro.

Al final, fui yo quien rompió el silencio.

—Pensé que estabas enfadado conmigo —murmuré.

Aiden me miró al instante. No le vi la expresión, pero por el contexto supuse que sería de confusión.

—¿Por lo del bar?

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now