Trocitos de Oro

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Enmendar las razones es una forma de alterar el futuro, aún así, el pasado infructuoso seguirá postrado por siempre a modo de recordatorio, a modo de lección.

Desde hace años, la primavera de Los Riscos parece ausente, invisible, inexistente. Por aquellas tierras grises sólo aflora desesperanza, muerte y abandono.

Probablemente, de no estar el viejo lapacho amarillo del rey, nadie se enteraría de la llegada del cambio estacional. Sus hojas doradas y retorcidas daban testimonio de la herida más profunda arraigada en la nobleza, una herida abierta y difícil de cicatrizar, una verdad inconclusa que no hallaría más justicia que la infundada por la propia naturaleza.

Según cuenta la leyenda, bajo las copas de aquel lapacho, entre sus raíces, descansa el cuerpo de la joven Lourdes, nieta de Ruth, hija de Owen Cheers, princesa de Los Riscos.

Hay múltiples versiones al respecto pero hoy les narraré la que más me ha convencido.


Todo había ocurrido a finales de octubre, en los tiempos en que aún gobernaban Las Ánimas y el Núcleo era sólo una mala idea.

Owen y Giovanna, padres de Lourdes, habían zarpado de urgencia al Puerto Tilbury, dejando a su única hija bajo el cuidado de su intachable ama de llaves, Ámbar.

Los reyes eran muy rigurosos en la crianza de Lourdes, sobretodo teniendo en cuenta que era la única heredera al trono a pesar de no estar muy convencida al respecto. Odiaba su clase, detestaba su estirpe y si bien apenas era una adolescente caprichosa tenía muy en claro sus principios.

Por su parte, Ámbar Crouch no sólo era la ama de llaves sino que también se destacaba en el rol de oráculo familiar, de ello ya había dado buenas pruebas cuando Giovanna anunció su embarazo y ella supo anticipar que sería una niña de tez pálida como la madre y de cabello rubio rizado como su padre.

Mas allá de las circunstancias, aquella vez había visto más, había visto un futuro inevitable, irrevocable, pero presentía que hablar sólo empeoraría el retrato final.

Los límites impuestos sobre la princesa truncaban su afán por hurgar en lo desconocido y tantos anhelos prohibidos colapsaban en secreto.

Ámbar sabía de esto, pero ni por un segundo fue capaz de imaginar las consecuencias inmediatas de su silencio, dado que muy a pesar de su rol de adivina, a esas alturas, no lograba visualizar con la claridad que antes lo hacía.

Era insospechable. Que Lourdes se paseara por el reino mientras sus padres se ausentaban tampoco significaba un gran riesgo, la princesa sabía defenderse muy bien.

La joven quería ver el mundo mas allá de los muros del castillo. Memorables habían sido las anécdotas que había escuchado murmurar por los pasillos pero eso no era suficiente, necesitaba verlas, vivenciarlas.

Encapuchada en su aventura misteriosa y a lo largo de innumerables viajes había podido recorrer las doce aldeas que circundaban los mercados del reino, atravesó el Bosque Muerto, acampó en la base del Volcán de Purk y hasta consiguió rodear los Antiguos Montes para llegar a la Costa Esmeralda. Allí no había leyes ni rangos que la distinguieran, allí era simplemente ella y eso era lo que buscaba.

Lourdes lo catalogaba todo, rocas, animales, insectos, flora, todo lo que tocaba o veía lo registraba en su agenda con una minuciosa muestra, un ejemplo consecuente de lo que observaba.

Repetía su costumbre cada vez que tenía la oportunidad. Ansiaba sus momentos de soledad, anhelaba cada viaje de sus padres como si fueran suyos porque sabía que tendría el espacio que tanto necesitaba para expandir sus conocimientos.

Trocitos de oro | del coleccionista de Los RiscosWhere stories live. Discover now