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Andaba caminando por las oscuras calles de la ciudad para tratar de disipar los pensamientos que se adueñaban de mi cabeza, no tenía algún lugar al cual ir y mi casa no era una opción ya que discutí con mi madre por lo cual ella decidió tirarme a la calle, sin ropa para cambiarme, comida o un poco de dinero, no tenía el celular conmigo porque ella lo había roto hace unos días atrás por llegar ebria.
Era una noche fría y yo tan solo tenía puesto un hoddie negro con unos shorts, me dolía la cabeza lo cual era algo bueno ya que el dolor hacía que me concentrara en el.
Camine algunas horas más hasta llegar a un parque, en el cual me recosté en una banca para dormir o al menos intentarlo, tal vez aquí será mi nueva "cama" hasta que mi madre decida buscarme o hasta morir de hambre, estos fueron los últimos pensamientos de la castaña antes de quedar dormida.

[...]

Pasaron 5, 6 o tal vez aún más horas pero el dolor de cabeza no cesaba, la castaña aún adormilada no habría captado que estaba en otro lugar, un lugar extraño, fue algo raro ya que estaba con las muñecas y piernas atadas a una silla, ella ya se había dado cuenta de esto pero aunque por adentro estaba entrando en pánico de a poco parecía que no le daba tanta importancia ya que tenía el rostro apagado sin alguna expresión alguna a causa de traumas que le habría provocado su madre.
De pronto la puerta se abrió lentamente dejando entrar una luz, en esa puerta se encontraba un hombre recostado por el marco de esta, alguien alto de unos 1,85 cm, su cabello era de un color negro azabache que le llegaba a los hombros, los ojos marrones claros, una mandíbula bien formada y un cuerpo algo tonificado, este sonrió al verme.
–Así que la pequeña ya se a despertado– dijo con algo de emoción. Arqueé una ceja, ¿conocía a este tipo? ¿Mi madre contrató a un sicario? Habían demasiadas preguntas rondando por mi cabeza las cuales me hacían estar aún más preocupada. El azabache se acercó a mi y acarició mi mejilla con una sonrisa maniática.
–¿Como te llamas, pequeña?– dijo esto inspeccionado mi rostro, aún acariciando con suavidad el moretón de mi mejilla.
No habían pasado ni unos minutos desde que apareció y este tipo ya me tenía de los nervios, odio que me toquen la cara –¿Y a ti que te importa, puto cerdo?– las palabras habían salido de mi boca sin haberlas pensado.
Me agarró del cuello y lo apretó con fuerza, lo cual provocó que mi respiración ya antes agitada se empezara a perder, comenzaba a rendirme y a aceptar mi destino, morir en un jn lugar oscuro con un loco ahorcándome –¿Acaso no te enseñaron modales, pequeña?– me soltó y de a poco recobré la respiración, la cual volvía a agitarse del miedo.
–Alice...– susurré.
El hombre sonrió –Un gusto Alice– me dió unas palmaditas en la cabeza lo cual me volvió a sacar de quicio. –Me llamo Nathan–.
–Ok pero... no te pregunté– musité.
La sonrisa se le había borrado del rostro
–¿Me puedes desatar?– dije mirando al piso.
El hombre tan solo abandonó la habitación cerrando la puerta y dejándola a oscuras, ya estaba decidido, iba a morir en ese lugar.
Pasaron horas, hasta que alguien decidió entrar de nuevo, pero no era Nathan, era alguien más bajo y con lentes lo cual me daba curiosidad, traía un maletín el cual dejó en una mesa.
El hombre se acercó a inspeccionarme, no tenía ninguna expresión, a pesar de que los ojos le brillaban, de seguro era porque yo era su presa, volvió la vista a su maletín para luego acercase a este y sacar un tipo de inyección con algún líquido raro, en ese momento empecé a entrar en pánico, descontrolarme y empezar a gritar, odiaba a las agujas eran peor eso a estar secuestrada.
Se acercó, abrió uno de mis ojos como si fuera que me pondría una gota para ellos, pero error me inyectó el líquido en el ojo izquierdo, estaba gritando desesperada pero por alguna razón las fuerzas se iban y mis ojos fueron cerrando, lo último que pude ver fue al chico saliendo de la habitación.

The dark side of everythingWhere stories live. Discover now