Prologo - Keres

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Prólogo

Sus piernas dolían, su respiración era cada vez más corta debido a la actividad física, pero no le importaba, debía correr o, de lo contrario, el retoño que tenía entre sus brazos y ella misma morirían esa misma noche. Podía sentir la penetrante mirada de su perseguidor atrás de ella, le miraba con odio y desdén, ¿cómo es que aquel hombre tan tranquilo y amable se había convertido en ese ser tan aterrador? No lo sabía, pero tampoco se detendría a averiguarlo, si no la mataba él, su esposa lo haría si se enteraba de lo que había pasado entre ellos y lo que eso dio como resultado. Debía conseguir un lugar seguro para su pequeña y ella o sino su destino sería más lúgubre de lo que ya era esa noche sin luna.

Corrió por las calles mojadas de Atenas siendo su única iluminación los faroles y los anuncios brillantes de los puestos, una lluvia torrencial que se había desatado esa misma tarde ahora le hacia más difícil el correr de forma eficaz por las callejuelas. Dio una vuelta en una esquina sin mirar atrás, si lo hacía, lo más probable es que la mirada oscura de su amante la hipnotizara de nuevo. Otro giro de sus pies sin siquiera pensarlo y lo único que pudo ver delante de ella fue una enorme pared de concreto que se alzaba impidiendo el paso, ¿podría escalarla? No, era muy peligroso para la bebita, ¿quizá habría una escalera de emergencia? Después de todo, estaba en Atenas y no en su pequeña ciudad de México. Miró para todos lados, pero no encontró más que botes de basura, lo cual solo le hizo que su respiración fuese aún más acelerada y unas lagrimas empezaran a recorrer su rostro. Era el fin.

— Por favor, quien sea, no dejes que asesine a mi bebé —, se escuchó decir a la mujer que había estado corriendo mientras se aferraba a su retoño. — Por favor, te daré lo que sea.

Atrás de ella, una figura masculina sombría emergía con una ira monumental, a simple vista podía verse a un hombre con un traje elegante totalmente oscuro, cabello negro tan oscuro como la obsidiana y ojos azules resplandecientes, poseía una tez clara y barba por todo su rostro, lo que se escondía detrás de esa fachada de mortal era algo que un humano solo podría relacionar con leyendas de antaño, ante la mujer estaba nada más y nada menos que Hades, dios del inframundo y soberano del reino de los muertos.

— Al fin dejaste de correr, Isabela —, dijo una voz grave y potente.

— Hades, por favor, déjanos ir, jamás le contaré nada sobre ti, lo juro —, suplicó la mujer echándose para atrás hasta que su espalda topó con la pared.

— No puedo permitir eso.

Isabela vio como Hades empezaba a acercarse a ella con lo que parecía ser una espada en sus manos, solo pudo aferrarse aún más a su bebé y, en ese momento, una resplandor hizo retroceder al dios, el aroma a rosas invadió el lugar al instante denotando que alguien nuevo había aparecido en ese lugar. Cuando la luz se disipó, una mujer de gran belleza, rubia cabellera y con aires despreocupados estaba en medio de Hades e Isabela.

— Lamento importunarte, Hades, pero creo que estás jugando con algo que es mío —, la voz suave, pero imponente de la mujer, resonó en el pasillo.

— Afrodita, ¿qué demonios haces aquí? — Preguntó el dios del inframundo apretando los puños notoriamente enojado por la intervención de la diosa.

— Vine a ver a mi nueva discípula —, comentaba Afrodita mientras se acercaba a Isabela y veía con interés a la bebé que traía en sus brazos. — Solo mírala, promete ser una mujer de gran belleza y eso es algo que quiero tener bajo mi vista y cuidado personal.

— ¡No tienes derecho! ¡Esa niña es mía, jamás la has proclamado! — Vociferó Hades con indignación.

Afrodita solo sonrió y pidió cargar a la bebé que había empezado a llorar por los gritos. Isabela, algo dudosa, se la cedió a la diosa esperando que esa fuese una buena elección y, casi al instante, la pequeña dejó su llanto.

— Ah, claro que lo hice, justamente cuando su madre me la ofreció a cambio de protección —, Isabela quería hablar, pero no encontró voz alguna. — Así que más te vale que te vayas, no queremos armar una escena aquí frente a la mortal, ¿no?

— Esto no se quedará así, esa bebé tendrá que morir y yo mismo me haré cargo de ello sea como sea —, gruñó Hades antes de desaparecer en las sombras dejando a ambas mujeres solas.

El silencio se apoderó del lugar por un instante, Isabela, algo dudosa, se acercó con cautela a la diosa quién aún seguía sosteniendo a su hija como si ésta fuese un bien de lo más preciado y aclaró su garganta para denotar su presencia.

— Eh... Disculpe, ¿señorita Afrodita? — Habló la mujer temerosa. — ¿Puedo tener a mi bebé de vuelta?

— Claro —, contestó la diosa devolviéndole a la pequeña. — Y dime diosa Afrodita.

— Seguro, diosa Afrodita —, se aclaró la garganta Isabela mientras arropaba a su hija con cuidado. — ¿Puedo preguntar algo?

— Que sea rápido, dejé una cita con un joven bastante atractivo y virgen por venir aquí, ¿sabes lo difícil que es conseguir uno así en estos días? —, pidió la rubia retocándose el cabello.

— Cuando dijo que ahora mi bebé es suya... ¿a qué se refería?

Afrodita terminó de arreglar su hermosa cabellera y, sin dignarse a mirar a la mortal, contestó su pregunta mientras sacaba su teléfono para mandar algunos mensajes.

— Fácil, cuando tenga edad suficiente, deberá cumplir ciertos encargos para mí.

— ¿Encargos? — Repitió algo confusa Isabela.

— Sí, prácticamente será mi sierva y, a cambio, estará a salvo del asocial de Hades —, explicó un poco más detalladamente la diosa, pero sin dar mucha información al respecto de igual manera. — Bueno, fue un gusto conocerte y todo, pero debo retornar ya.

— ¡Espere! — Chilló la mujer. — Antes de que se vaya, ¿puedo preguntar por qué, de todos los dioses, usted fue quién me escuchó?

— Eso es fácil —, dijo entre risitas la diosa. — Soy la diosa de la belleza y esa niña que tienes allí será bastante hermosa cuando crezca y es algo que me gustaría tener para mi disfrute personal.

— ¿Personal? ¿A qué se refiere? — Habló algo nerviosa Isabela.

— No te preocupes por nada de eso en estos momentos, yo me encargaré de que Hades no la toque y, cuando crezca, bueno, ella se encargará de tocarme a mi.

En ese momento, otro haz de luz apareció cegando por un instante a Isabela para que, cuando pudiese recuperar la visión de nuevo, se encontrase sola en el callejón. Con cuidado, miró a su bebé, quien después de todo el escándalo, se había quedado profundamente dormida en sus brazos.

— Todo estará bien, princesa —, le susurró con amor. — Todo estará bien, mi hermosa Keres.

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