Lo que más me jodía era que, aunque me causara repulsión verlo, me seguía pareciendo atractivo. Porque lo era. Nunca me acercaría a él otra vez, pero lo era. Gilipollas.

—Bueno —murmuró, centrado en su maldita tostadita—, ¿y qué te trae por aquí? ¿Vas a mandar a tu guardaespaldas para que me mate?

—Deja a Aiden en paz.

—Fue él quien me dio una paliza, si no recuerdo mal.

—Y fuiste tú quien lo provocó, si no recuerdo mal.

—Qué curioso —sonrió, mirándome por fin—. Eso mismo te dije yo cuando me acusabas de haberte violado y nunca te pareció un argumento muy bueno.

Cuánto lo odiaba. Odiaba su cara estúpidamente perfecta. Y su sonrisa engreída cuando sabía que había dado en el clavo. Creo que lo que más odiaba de James era que tenía un don para dar donde más dolía. Siempre. Con cualquiera.

—Lo denunciaste —ni siquiera lo pregunté.

James empezó a reírse entre dientes.

—¿Yo? Yo no he denunciado a nadie. Además, ¿no se supone que la paliza me la diste tú? Eso dijo la policía.

—¿Y por qué no me denunciaste a mí?

—Porque imaginé que ese gorila que tienes a tu servicio vendría a darme otra paliza. Porque así soluciona él siempre las cosas, ¿no? A golpes. Con violencia. ¿Te gustan los tipos violentos?

—Aiden no es así. Y no lo llames...

—Seguro que incluso te pusiste cachonda viendo como me golpeaba, ¿no?

Apreté los dientes, furiosa, cuando empezó a reírse por su propia broma asquerosa.

—Ah, Mara, Mara... —suspiró, como si le diera lástima—. Tu gorila sabía perfectamente lo que pasaría si se metía con el hijo de un jefe de policía. No es culpa mía que sea tan impulsivo.

—Es decir, que admites que tienes algo que ver.

—¿Con qué? ¿Con que lo hayan echado de su liga de gorilas? Yo no he tenido que hacer nada. Mi padre, en cambio... bueno, tiene un amigo ahí, ¿sabes? —me sonrió—. Es una pena lo fácil que es joder a alguien cuando conoces a la persona correcta.

No lo golpees. Sé que tienes ganas, pero no lo hagas.

—Mírate —James me sonrió, negando con la cabeza—. Eres igualita a él. Quieres golpearme, ¿no? Porque es la única forma que conocéis para arreglar las cosas. A golpes. ¿Qué conseguirás con eso? ¿Hará que te sientas mejor por la noche en que follamos?

—No follamos —aclaré en voz baja, casi temblorosa por la rabia—. Me violaste.

Nunca creí que fuera a decirle eso a la cara, pero ahí estaba.

James dejó de comer la tostada para mirarme a la cara con cierta indiferencia.

—Oh, ¿en serio? ¿Te violé?

—Sí —mascullé. Me temblaba el cuerpo entero solo de recordarlo—. Me obligaste a entrar en esa habitación, me diste un puñetazo y me tiraste sobre esa cama. Casi me ahogaste. Y luego me forzaste a acostarme contigo. Me violaste.

La sonrisa de James había ido aumentando a cada cosa que decía.

—¿Eso te dices a ti misma? —enarcó una ceja con aire divertido.

—No es lo que me digo a mí misma, es lo que pasó.

—Oh, Mara, por favor. Me estabas suplicando que te follara.

Tardes de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora