Capitulo 32
Harry la alzó en vilo y se internó con ella en la oscuridad de la noche. Gillian rodeó el cuello con los brazos, y aguardó pacientemente a que le diera adónde estaba llevándola. A decir verdad, ya había e3mpezado a aceptar la idea de resignarse ante lo inevitable. Amaba a ese hombre con todo su corazón, y, por el momento, eso era lo único que importaba. Recorrió con el dedo índice el rostro de Harry para atraer su atención.
-Harry.
-No discutas conmigo –le ordenó él-. Vas a dormir conmigo, esta noche y todas las noches del resto de nuestras vidas, ¿me entiendes?
Gillian no gritó ni protesto, lo que causó cierta sorpresa. Transcurrió un instante en silencio.
-Tengo sólo una pregunta que hacerte –dijo ella luego.
Él la miró con expresión cautelosa.
-¿Cuál es?
-¿Qué les diré a nuestros hijos?
Él se detuvo bruscamente.
-¿Qué?
-Ya me has oído. ¿Qué voy a decirles a nuestros hijos? Me niego a explicarles que me casé con su padre montada a caballo, aunque seguro que también esperas que dé a luz a caballo, ¿no es así?
Harry la miró con ojos llenos de ternura, y contestó a su extravagante pregunta:
-Creo que deberíamos concentrarnos en hacer a mi hijos antes de preocuparnos por lo que le diremos en un futuro.
Ella le besó el cuello.
-Pues entonces tengo un problema.
-¿Por qué?
-Porque no pudo concentrarme cuando estoy contigo, pero haré cuanto esté en mi mano.
Harry se echó a reír.
-Eso es todo lo que cualquier hombre podría esperar.
-No siempre vas a salirte con la tuya.
-Y tanto que sí.
-El matrimonio es un tira y afloja.
-No, no lo es.
Gillian le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
-Aquí no ha cambiado nada, ¿sabes? Todavía pienso ir a Inglaterra a terminar lo que ya he empezado.
-Todo ha cambiado, querida mía.
Siguiendo las indicaciones de Ramsey, Harry se apartó del sendero principal y descendió por la pendiente de la colina. Al pie de la misma se erguía una cabaña de piedra gris, aislada de las demás y rodeada por un tupido muro de altos pinos. Harry abrió la puerta de par en par y entró a su flamante esposa. Cerró la puerta de un puntapié y, apoyándose contra ella, dejó escapar un suspiro de masculina satisfacción.
La cabaña era cálida y acogedora, y olía levemente a madera recién cortada. Un alegre fuego crepitaba en el hogar y bañaba la habitación con un resplandor ambarino. Sobre la repisa de la chimenea había varias velas; después de dejas a Gillian en el suelo, Harry se acercó a encenderlas. Gillian permanecía junto a la puerta, observándolo, experimentando de súbito nerviosismo y timidez; y mirando de soslayo la cama adyacente a la chimenea, cubierta con un tartán. La cabaña le había parecido espaciosa hasta que Harry comenzó a moverse. Su cuerpo parecía ocupar mucho espacio, y el lecho parecía llenar el resto.
En un rincón de la habitación, junto a una pequeña mesa, Gillian vio su bolsa. Pensó que quizá debería sacar de ella su camisón, pero en ese momento la acometió una súbita preocupación: ¿cómo iba a cambiarse de ropa con Harry a pocos metros y sin ningún tabique que los separara?