PRÓLOGO: ROJO Y BLANCO

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Yacía sobre la nieve, su cuerpo dolorido incapaz de levantarse, mientras la sangre se mezclaba con el blanco a su alrededor, avanzando lentamente por la pendiente, al tiempo que la vida escapaba de su cuerpo.


Durante mucho tiempo se había preparado para este momento, cuando entregaría su vida en batalla, en un combate honorable, ganándose su lugar en Sovngard, un asiento en la mesa junto a Ysgramor y sus cien compañeros. Debía sentirse feliz. ¿Por qué entonces sentía amargura en la hora de su muerte? ¿No había cumplido el propósito de su vida?


No, no lo había hecho. A su lado yacían los cuerpos de sus camaradas, bravos guerreros que como él habían soñado con una nación libre, regida por un rey que entendiera y defendiera sus principios y sus dioses, en vez de inclinarse como un cobarde ante el yugo de los Thalmor. Un verdadero rey supremo. Un nórdico. Y ese sueño estaba fracasando.


A su lado se oyeron pasos sobre la nieve, no muy profunda en la ladera del monte. Ragan se esforzó para moverse a un costado y ver al que se acercaba. Era una chica de cabellos rojos. Pero no era un rojo como el de los cabellos de Frela, tan comunes entre las hijas de Skyrim.Era un rojo ardiente, como la sangre palpitante o el atardecer en el campo de batalla. Era un color único, igual que ella. Porque esa chica era la razón de su fracaso y su derrota. Esa chica era la portadora de la Sangre de Dragón.


―¿Por qué? ―Preguntó el moribundo, llamando la atención de la joven, al pasar a su lado. ―¿Por qué... nos has traicionado?


Ella se detuvo y lo miró, con unos ojos tan verdes como esmeraldas a la luz del sol. Suspiró y tragó con dificultad, como intentando deshacer un nudo en su garganta. Intentó hablar, pero no brotó de su boca más que un gemido estrangulado.


―Tú eres una nórdica, Arion ―le reclamó Ragan, procurando hablar más fuerte, a costa de perder más sangre debido al esfuerzo. ―Llevas en tu sangre... el deber de salvar... a tu pueblo. ¿Por qué nos abandonas? ¿Por qué traicionas a... tu propia gente?


Al oír sus palabras la pelirroja endureció su mirada y el verde en sus ojos se hizo penetrante. Cuando habló, cualquier asomo de duda había desaparecido.


―Porque era necesario, ―fue su fría y simple respuesta. ―Porque de otra forma no podremos sobrevivir.


Ragan rio con la ironía. No le importó que mientras lo hacía peligraba con ahogarse en su propia sangre. Después de todo ya estaba muriendo.


―¿Sobrevivir, dices? ―le dijo a la chica, quien parecía a punto de marcharse. ―¿Te parece que estamos sobreviviendo?


Ella dibujó un rictus en sus labios y se puso en cuclillas a su lado. Luego le puso la mano en el cuello. Ya ni siquiera sentía dolor. "Hora de dormir", se dijo. Y entonces todo se oscureció.

SANGRE EN LA NIEVEWhere stories live. Discover now