13. NO HAY CAMINO BUENO

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 Y lo mismo pasaba con las prendas que les habían dado. Las camisas y los pantalones eran de algodón, y aunque les quedaban algo largos, tenían que reconocer que hacía mucho que no estaban tan cómodos. Eso, junto al calor del hogar y el caldo, hizo que se olvidase de toda suspicacia al menos durante un rato; tras el viaje que habían tenido estaba dispuesto a aguantar las divagaciones de su anfitrión durante muchas horas más.

 —Terrible... —continuaba Freder con sus divagaciones—. ¿Pero quién podría imaginarse que pasaría algo así? Además todos confiábamos en que Sallen nos protegería en caso de un ataque. Tu padre era muy fuerte, ¿sabes?

 —Y aun lo es —intervino Árzak, con una sonrisa de disculpa por la interrupción.

 —Sí, cierto, lo es —murmuró Freder, de pronto pensativo—. Cuesta acostumbrarse. Es todo tan extraño. Estabais todos muertos y enterrados y de pronto..., puf —abrió las manos en alto para escenificar una explosión—. Aquí estás.

 —Es muy agradable hablar con usted —dijo Zas, ignorando la mirada de Aubert: le había advertido que nada de sarcasmos frente a su padre. No obstante, bajo su punto de vista, y como reconocería más tarde Árzak el suyo también, estaba siendo increíblemente correcto, al menos para tratarse de él—. ¿Podemos empezar a hablar de otra cosa?¿Cómo el muerto del sótano de tu casa? Bueno no —negó con la cabeza, y se llevo la mano al mentón en actitud reflexiva—. Seguiríamos hablando de muertos...

 —Árzak —dijo Aubert, visiblemente molesto—, la calidad de tus compañías ha decrecido con los años.

 —Y si hablásemos de nosotros —murmuraba aun Zasteo—, estaríamos hablando de futuros muertos. El viejo me esta contagiando...

 —Vamos hijo, no seas tan estirado —rió Freder, mostrando de pronto una actitud lúcida que parecía desmentir la senilidad anterior—. Has de disculpar a este pobre viejo. Cuando uno ve cerca su hora, empieza a obsesionarse con la muerte y la gente que ya se fue. Por cierto, ¿a qué decías que te dedicabas en Vesteria?

 —Era la…

 —Labriego —le interrumpió Árzak, desconfiado ante el cambio de actitud del viejo—. Hasta que perdió sus tierras. Ahora trabaja para mí. Es mi ayudante.

 —Eso me recuerda que esta semana aun no me has dado mi sueldo —añadió Zas con la mano extendía; «para dar credibilidad a la historia» añadió en su mente.

 —No es educado tratar esos temas delante de otras personas.

 Freder le dedicó una intensa mirada, pensativo, analizando hasta el último gesto de Árzak, sin prestar la más mínima atención al ladrón-labriego. Tras un rato bastante incómodo, una sonrisa se perfilo lentamente en los labios del viejo y asintiendo como si hubiese llegado a una conclusión, volvió a hablar.

 —Una profesión muy honorable. Nosotros mismo nos vimos obligados a trabajar nuestras tierras durante muchas décadas. Tienes que disculpar a mi hijo, tiende a sobreprotegerme. No entiende que la gente de origen humilde puede sentirse fuera de lugar entre tanto lujo.

 A Árzak le estaba costando diferenciar si aquello había sido una puñalada o si Freder estaba siendo sincero , pero parecía que era el único que se había percatado del sutil deje con el que pronunció “fuera de lugar”. Aubert mantenía clavada en Zas una mirada abrasadora, molesto por la sonrisa inocente que mantenía: cuando se el ladrón se dio cuenta, le dedicó un guiño y le lanzó un beso. Aubert lanzó un bufido e ignorándolo, se dirigió a su amigo.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora