1. EL FIN DEL HASTIO

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 1. EL FÍN DEL HASTÍO

 Kashall'Faer, Narvinia, 4 de xunetu del 520 p.F.

 La llegada del extraño visitante causó un gran revuelo en el Castillo Kholler. Debido a ello, aunque aún no lo sabía, un hombre avanzaba con paso decidido por los pasillos. No le hacía gracia tener que acudir ante la presencia del Rey a horas tan intempestivas. Sin embargo, el mensaje que le acababan de entregar no dejaba lugar a dudas sobre la urgencia del requerimiento.

 Las noticias se habían propagado por todo el recinto, inundando cada rincón con el ruido de la actividad frenética de los sirvientes. Ello le producía una leve excitación, pues notaba que se avecinaban cambios. Esperaba recibir al fin una orden, cualquier tipo de misión, algo que le permitiera abandonar esa ciudad que le provocaba un profundo... hastío. «Esa es la palabra. Dos años de hastío compartiendo techo con un viejo demente y caprichoso».Mientras pensaba en ello, se detuvo delante de un espejo y pasó revista a su imagen. Con las prisas solo había tenido el tiempo justo para ponerse una camisa y unos pantalones. Sin la armadura y la espada se sentía desnudo. Se arregló el pelo, cortado a cepillo y salpicado por alguna cana y, tras comprobar que no quedaban mechones rebeldes, continúo su camino apresuradamente, pues el Rey no era famoso por ser hombre paciente. «Seguro que lo único que quiere es que saque a los caballeros a desfilar durante el próximo festival», reflexionó, esperanzado ante la posibilidad de volver a la acción; no descartaba que su padre le hubiese llamado para torturarle con otra tediosa lección de diplomacia y, lo que él llamaba, "ejemplos de buen gobierno". «Y total, ¿para qué? Gobernar mediante el miedo como él hace no es tan complicado».

 Al acercarse a las puertas del salón del trono, los guardias que las flanqueaban se cuadraron ante la llegada del General de los Caballeros Tenues y Príncipe de Narvinia, Keinfor Kholler'ar; un nombre que solo con pronunciarse en voz alta, haría echarse a temblar incluso a monarcas. Tal era la fama del soldado más condecorado del país. Las leyendas siempre le precedían: historias de como vencía en solitario a más de mil hombres o de como hundía una flota completa con solo agitar su espada en el aire. Como él mismo solía decir, eran exageraciones, «no podía haber más de setencientos soldados».

 Al acercarse a la puerta el heraldo, un joven al que no había visto en la vida, se dobló en una profunda reverencia y entró para anunciar su presencia. Tras una breve espera, salió y se hizo a un lado permitiéndole el paso.

 Ya en el interior, encontró a su padre, un anciano de larga melena y barba descuidada blanca como la nieve, sentado en el trono. Atravesó con la mirada a Keinfor mientras se acercaba. Al cambiar de postura para recibirle, produjo un roce metálico. Pese a su avanzada edad y el aspecto débil, llevaba oculta bajo la túnica una armadura completa. «Es como si no se hubiese movido del sitio desde ayer», debe de dormir con ella puesta. «Diría que la edad le está volviendo un paranoico». Entonces llamó su atención un extraño personaje en el que apenas había reparado, que se dirigía a su padre postrado ante él. Ocultaba su rostro tras una capucha negra, del mismo color que sus ropajes, de lana pero gastados y ajados por el tiempo. «Los modos parecen de alta cuna, pero esas vestimentas han vivido una epoca mejor», fue la impresión de Keinfor. Empleaba un tono bajo, casi un susurro, mientras su interlocutor se limitaba a asentir ausente. No pudo entender sus palabras hasta que no estuvo a pocos pasos.

 —...es él. No tengáis duda. Y estará allí, os lo aseguro. —Su padre le pidió con la mano que esperase para no interrumpir.

 —Será fácil de comprobar. En lo que se refiere a tu recompensa, me parece justo lo que pides. En cuanto corroboremos que lo que afirmas es cierto, me encargaré de que se atienda tu petición —respondió el anciano Vermin II, Rey de Narvinia y una de las personas más poderosas de toda Geadia.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora