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Aquel día era un día muy triste, posiblemente el más triste que Sandra había tenido en sus dieciocho años de edad. Era la fecha en la que se tenía que marchar a la ciudad en la cual se encontraba la universidad donde iba a estudiar la carrera de veterinaria, a unos doscientos cincuenta kilómetros de donde ella vivía. Lo peor de todo era que debido a esa gran distancia, solo volvería a su casa por Navidad y por supuesto en verano, durante los cinco años de carrera. No se lo podía creer; a la mañana siguiente tendría que despedirse de sus padres y de Nana. Algo en su interior la hacía sentir la posibilidad de abandonar y no marcharse, pero sabía que no podía hacerlo, y además, no quería. Dudaba si dormiría algo esa noche y estaba segura de que lloraría en la despedida.

En esos momentos se encontraba desayunando en el salón con Nana viendo la tele. Estaba sola. Sus padres y su hermano Aarón se habían ido a comprar, según la nota que habían dejado encima de la mesa de la cocina, y ella había leído al prepararse el desayuno.

Tenía el bol cogido con la mano izquierda y con la derecha iba comiendo. Nana no dejaba de seguir con la mirada atenta el brazo derecho de Sandra mientras bajaba y subía del bol a la boca de de su ama. Eso le hizo gracia a la muchacha.

—¿Tienes hambre, Nana? Si acabas de comer —dijo Sandra riéndose. La perra ladró como si estuviera pidiendo—. Está bien, te echaré otro poco más de pienso. —Se levantó y se dirigió a la cocina donde se encontraba el saco de pienso y el recipiente azul cielo que compraron cuando le regalaron a Nana.

Ese simple cacharro hizo a Sandra recordar aquel momento en el que vio salir la cabecita de una perrita pequeña —con unas largas y peludas orejas casi más grandes que su cuerpo— de la caja con estampado de papel de regalo, el día de su sexto cumpleaños, y provocó que se la saltaran las lágrimas. Había estado junto a Nana durante doce años en los que había jugado sin parar con ella; en los que la había salvado la vida; con ella había tenido las mejores vacaciones de su vida y ahora, de pronto, tendría que estar poco más de tres meses sin verla. Por supuesto, a sus padres y a su hermanito también, pero era diferente. Por otro lado, también la preocupada la edad. No estaba segura de la edad media de los cockers, pero Nana era, con doce años, algo mayor, y le espantaba la idea de que falleciera mientras estaba fuera. No podía llevársela con ella porque, aparte de que en el piso de alquiler estaba prohibido meter animales, no podría estar pendiente de ella con los estudios. «¿Qué pensará Nana cuando pasen unos días y no me vea? ¿Se olvidará de mí? ¿Y si llego en Navidad y no me reconoce?» Todos esos pensamientos la horrorizaban.

Intentando alejar de su mente aquello, cogió el saco medio lleno de pienso e inclinándose levemente, echó la comida. En ese momento se acercó Nana con un paso lento muy distinto al lleno de energía que la caracterizaba cuando era más joven y, al verla Sandra, se puso de cuclillas y la abrazó con todo su cariño.

—Te voy a echar de menos, mi perrita —dijo.

Cuando se levantó y Nana comenzó a comer, llegaron sus padres. Sandra se dirigió corriendo a ellos y los abrazó con fuerza, incluido a Aarón, que a pesar de tener doce años era muy alto. Todo aquello parecía la despedida. Al separarse vio que llevaban bastantes bolsas en las manos y se percató de que en el coche, con el maletero abierto, había más.

—Voy a ayudaros —dijo mientras salía por la puerta. Pero su padre la detuvo.

—No —exclamó el padre rápidamente—. No, Sandra, tú quédate tranquila, ya vamos nosotros.

Sandra se dio la vuelta para dirigirse al salón, pero de pronto se acordó de su amiga Ana. ¿Cómo se había podido olvidar de ella? Decidió ir a verla para despedirse.

Ana y ella habían ido juntas al colegio, al instituto y al bachillerato, y aquella sería la primera vez que no estarían las dos en una misma clase y edificio escolar. La amiga iba a estudiar magisterio infantil, un curso, que por suerte para ella, se podía realizar en aquella ciudad.

¿Qué piensan los perros?Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz