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Dicen que el destino es caprichoso, elocuente y a veces confuso

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Dicen que el destino es caprichoso, elocuente y a veces confuso. Probablemente debería sentirme agradecida de haber nacido en una familia pudiente, aunque ser la única princesa de los Emiratos Árabes en ocasiones podía suponer una presión social demasiado elevada, de ahí que mis padres creyeran conveniente realizar unos estudios en la más estricta privacidad de un colegio europeo donde el anonimato era posible.

No es que hubiera crecido con la idea de encontrar a un amor idílico o creyendo en cuentos de hadas, pero mis padres se amaban y anhelaba encontrar ese amor que se procesaban algún día, al menos eso era lo que esperaba hasta que todo se complicó en nuestras vidas.

De algún modo que nadie conocía, la noticia de que la herencia de mi bisabuelo no pertenecía por completo a la familia Rashid fue de dominio público. Tanto mis hermanos como yo desconocíamos la noticia hasta que en aquella publicación en la que dejaba en entredicho el poder de nuestra familia por no poseer todos los derechos sobre una gran cantidad de tierras lo suficientemente pudientes en petróleo, eran en realidad de Alexander D'Angelo, el bisnieto de mi bisabuelo; ese niñato engreído y petulante que recordaba en mis vagos recuerdos. En cuestión de días tras la explosión de la noticia, una crisis económica sobrecogió al país, tanto era así que la situación parecía alarmante.

—Ya predije que esto sucedería —escuché decir a mi padre tras aquella puerta de madera en la que me escondía para tratar de averiguar algo más de lo que nos decían.

Había finalizado mis estudios y se suponía que debía elegir la universidad a la que acudiría, tenía pensado ir a Londres, al país natal de mi madre para estudiar bellas artes, solo que me habían prohibido salir de casa terminantemente por mi propia seguridad y por más que preguntaba, la información llegaba a cuentagotas, sin ser demasiado clara. Entendí que eso solo significaba una cosa; era peor de lo que imaginaba.

—Lo sé Mijaíl, pero no podemos hacer nada al respecto... —terció la voz de mi madre—. He hablado con Jasmine y ellos también están tratando de averiguar como podemos frenar esto.

—Sabes que habría una solución para detenerlo —aseguró mi padre con gran pesar.

—¿Le pedirías a tu propia hija que se sacrificara?, ¿De verdad me estás diciendo eso? —exclamó mamá con exigencia y supe que parecía demasiado contrariada.

—No —negó—. Por supuesto que sería incapaz de pedirle algo así, quiero que ella sea libre de tomar sus propias decisiones, aunque eso nos costará sacrificar a toda una nación.

La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora