El hombre, la caja y el lector

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Nota de autora:

TEXTO BASADO EN EL VIDEO DE MULTIMEDIA

Esta no es una idea mía, yo simplemente me basé en lo visto en el video y lo transcribí como parte de mi tarea para un taller de escritura que estoy haciendo. UNA VEZ MÁS: ESTA IDEA ES DEL VIDEO ARRIBA.

Sepan disculpar si soy insistente, solo quiero que quede claro jeje. Si pueden ir a ver el video original de verdad no se van a arrepentir, es increíble.

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Le dolía; el costado de la cara, las costillas, el centro del corazón. Su perdición siempre fue, era y sería su curiosidad, pero hasta ésta se deshacía como algodón de azúcar en los dolores de su cuerpo.

Los guardias lo arrastraron por los lúgubres pasillos y su monotonía gris. La cárcel siempre le había parecido un lugar horrible desde fuera, con sus púas espiraladas y torres de guardia en lo alto, pero desde dentro resultaba simplemente... oscura. Como si la mismísima luz del sol fuera devorada por la mugre de las ventanas antes de que la dejaran siquiera asomar.

Lo soltaron en una celda, como a un muñeco de trapo sucio a una caja de donaciones y le escupió una ironía a guardia antes de que se camuflara con el montón de gris.

Había otro hombre leyendo en la celda, que a penas le dirigió una mirada sobre los anteojos antes de volver la vista a su libro.

El hombre saludó, preguntó por el nombre del lector, pero de éste no arrancó más que un mísero hola y otro conjunto de miradas carentes de vida. Un lector gris entre paredes grises. Qué sorpresa.

El hombre se acercó a las cuchetas y tomó un libro que descansaba en la superior.

Volvió a buscar conversación. Tal vez, en el fondo, solo le agradaba escuchar a alguien más hablar su mismo idioma, sílabas suaves al fin entre tantas consonantes tajantes.

-¿Cuánto tiempo llevas aquí? -le preguntó.

-¿Qué estás haciendo? -una cosa que ahora sabía del lector: no le gusataba que tocaran sus cosas. Así que el hombre dejó el libro en su lugar, y se limitó a tomar asiento en la cucheta inferior, al lado de una enorme caja roja. Los resortes se quejaron bajo su peso con un chillido.

Miró la caja: el único objeto de color. Su brillo, entre tanta opacidad, era casi cegador.

-¿Qué es eso? -preguntó el hombre.

-Nada.

Y si no era nada, ¿qué mal podía hacer echarle un vistazo? El hombre extendió la mano hacia ella, rozó el prestillo, su vibrante color.

-Basta -lo detuvo el lector.

-¿Por qué?

-No la abras.

-¿Por qué no?

-Porque podrías arrepentirte.

-Supongo que me arriesgaré.

Siempre se arriesgaría.

El lector se resignó.

-Bueno, vamos, ábrela.

Y así lo hizo el hombre. Con un rechinido que pareció extenderse por toda la celda, las bisagras resonaron al exponer el interior. En éste, armada con inquietante precisión, yacía una réplica en miniatura exacta de la celda.

El hombre, maravillado, miró al lector y le preguntó si él lo había hecho. El lector lo miró una única vez, y volvió a su libro.

Ya rindiéndose, el hombre alargó su dedos hacia la miniatura, y el sonido del aire como cortándose por un perezoso tijeretazo, lo sobresaltó.

Ninún relato, ninguna historia, ninguna nada lo habría preparado para ver una réplica grande como una casa, de su mano. El corazón se le detuvo al reconocer los pliegues de su propia piel, el tono que había heredado de su padre, el todo que debía ser suyo y sin embargo no le pertenecía más que a un gigante. Los ojos se le llenaron de lágrimas; una por cada pregunta en su cabeza.

Con un movimiento abrupto, nacido del instinto de supervivencia más primitivo del humano, el hombre cerró la caja, con los pulmones como piedras. Ni siquiera cuando el lector le dirigió la palabra por su propia cuenta, pudo el hombre despegar los ojos del lugar del que la enorme mano había desaparecido de la celda, al tiempo que la suya lo hacía de la cajita.

-¿Estás contento ahora?

-Sí -respondió el hombre, y luego para sí agregó-: no.

Y enseguida se abalanzo sobre la caja roja, alzándola, depositándola en el piso y abriendo y cerrando su tapa, solo para quedarse embobado viendo como al hacerlo, la acción se veía reflejada en el mismísimo techo de su celda. Era simplemente... imposible.

Excepto porque no lo era.

-¿Por qué no me lo dijiste antes? -preguntó el hombre, todavía buscando las respuestas en ese techo gris.

-¿Me hubieras creído?

Lo pensó, todavía sin entender la dimensión del poder que tenía en la palma de su mano y llegó a una única conclusión irrefutable.

-No lo sé.

Y así, se puso de pie, se acercó a la esquina, donde una plataforma le daba fácil acceso al techo, y miró con ansiedad al lector.

-¿A dónde vas? -le había preguntado éste.

-¿No es obvio? -respondió el lector, ansioso- Abre la caja. Vamos, abre la caja.

Y el lector obedeció, abriendo así también el techo y permitiendo la escapada del hombre, que saltó la pared con agilidad y una despedida simple.

Un segundo.

Inhalar el aire de esa nueva celda, igual de gris pero tanto más grande.

Dos segundos.

Un paso. Dos pasos.

Dos segundos, una inhalación y dos pasos duró la libertad del hombre. Después de eso, la noche cayó sobre él.

~

El lector escuchó brevemente los retorcidos gritos del pequeño hombre, ahora atrapado en una caja de fósforos. Dejó que éstos serpentearan hasta meterse en sus oídos, y se permitió sentir el reverberante lloriqueo que la hizo temblar. Luego dejó caer la caja junto a su colección, dónde muchos otros curiosos rogaban por un poco de algo, aunque fuera gris, que les recordara que existía más que la oscuridad.


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Nota de autora 2:

Bueno, ¿qué les pareció? Mi idea era transmitir la misma sensación de inquietud del video y llegar a generar esta imágen del mundo cayéndose frente a los ojos de un hombre. ¿Me encantó? No. ¿Está bastante bien para haber sido escrito en media hora? Sí. ¿Me voy a conformar? Sí.

Espero que les haya copado y ya seguiré subiendo más de estos fragmentos perturbadores.

Besitos de colores

~V

Pd: sí, soy malísima para elegir títulos y lo sé.


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⏰ Last updated: Nov 20, 2020 ⏰

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Relatos de todas las personas que no quiero serWhere stories live. Discover now