—Vale, ¿y qué pasó, entonces?

—Me pidió que me quedara con ella por Navidad, yo le dije que no, discutimos... nuestras conversaciones terminan siempre en discusión, la verdad. Y... bueno, me llegó a frustrar mucho. Hasta el punto en que le dije que quería divorciarme de ella y no volver a verla en mi vida.

Permanecí en silencio cuando él apoyó los codos en las rodillas. Tenía la mandíbula tensa.

—No se lo tomó bien, como supondrás —me miró—. Pero... se lo tomó peor cuando me preguntó si había alguien más que me gustara.

—¿Le... le dijiste que sí?

—Pues claro que sí, Amara. No voy a mentirle.

—Entonces, es por eso —puse una mueca—. Se ha enfadado porque tú y yo...

Aiden se puso de pie en ese momento y lo seguí con la mirada cuando empezó a pasearse por la habitación, claramente ansioso.

—Sabía que terminaríamos mal, pero no creí que fuera capaz de expulsarme de esta forma.

—A lo mejor yo podría hablar con ella —sugerí, poniéndome también de pie—. Si le explico que...

—Amara, no te ofendas, pero creo que eres la última persona del mundo con la que quiere hablar.

Bueno, en eso tenía razón.

Aiden se detuvo de golpe y se giró hacia mí, suspirando. Me observó un momento, consternado, antes de acercarse.

—Vamos, te llevaré a casa. Tengo que ir a hablar con Rob.

***

En lugar de ir a por la moto, prefirió que fuéramos los dos en taxi. Podía entenderlo, la verdad. Yo también prefería esperar a un momento un poco más animado para estrenarla. Me despedí de él con una pequeña sonrisa —seguía sin querer darle un beso, perdón por ser tan complicada— y subí a casa. A mi pequeña y vacía casa.

Mi casera vino a verme poco después de que llegara y me dio el dinero del seguro. No era gran cosa, pero era un inicio. Me acerqué a la nevera, agarré el bote de leche, llené una tacita y empecé a tomar leche con cereales mirando un canal aleatorio en la televisión. Era básicamente el único alimento que quedaba ahí. Y lo único por hacer.

Creo que fue precisamente después de terminarme la leche con cereales cuando, de repente, se me ocurrió.

¡El libro! ¡Mi libro! ¡No estaba perdido! ¡Lo había escondido por si acaso!

Me puse de pie de un salto y fui corriendo a mi habitación. Puse una mueca al ver el vacío que había dejado Patty tras su marcha, pero volví a centrarme cuando me agaché junto al escritorio y metí la mano en el hueco que había entre él y la pared. Casi me puse a llorar de alegría cuando alcancé unas pocas hojas de papel y las saqué.

—¡Sí! Vampiros sexys, aquí estáis. Venid con mamita.

Menos mal que lo había guardado por si algún día Zaida se enfadaba y entraba a destrozarme algo.

Bien hecho, Mara del pasado. Te has ganado una galletita.

Los dejé sobre la cama y sonreí, aliviada. ¿Había guardado algo más? Al abrir el armario, ahora vacío, me dio la sensación de que no. Bueno... una pequeña victoria seguía siendo una victoria. Y, al menos, no tendría que empezar el libro desde cer...

Me giré de golpe cuando capté un movimiento sospechoso por mi habitación.

De hecho, no entendí nada cuando vi una mancha tostada y peluda corriendo por mi habitación. Abrí la boca, pasmada, cuando vi que un gato se había colado en mi habitación por la ventana abierta.

Tardes de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora