Hoseok llegaba de un día agotador, cansado, pero con mucha hambre. Por lo que en cuanto cruzó la puerta salió disparado hacia la cocina.
Tu lo mirabas desde el sofá, confundida, siempre te saludaba primero y después si tenían ganas cocinaban juntos. Hoy lo estabas esperando con la cena lista, ya que había llegado muy tarde.
─ Hoseok... ─ murmuraste entrando a la cocina. El pobre hombre estaba husmeando en la heladera y alacenas, haber si encontraba algo de lo cual alimentarse.
─ Preciosa, dime que hay ramen. ─ se giró para mirarte, con ojos suplicantes.
Uff, como decírselo.
─ Lo siento amor, pero no quedo más ramen. ─ mordiste tus labios nerviosa.
Como era de esperarse su cara se transformó, de ser una mirada llena de esperanza a una de total indignación.
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─ ¡¿Qué?! ¡No! ─ se tiró al suelo, fingiendo que lloraba.
─ Ya, no te hagas el dramas. ─ fuiste hasta el microondas y de ahí sacaste un plato con carne. ─ Hice carne, se que te gusta.
Hoseok se levantó del suelo, secando sus lagrimas falsas y negó.
─ Es el fin de mundo. ─ dijo mirando un punto fijo en la pared.
Reíste y te acercaste para abrazarlo.
─ Mañana sin falta te compro ramen para almorzar, ¿si? ─ acariciaste sus mejillas.
─ Para todo el mes. ─ aclaró, con un puchero.
─ Para todo el mes. ─ prometiste y él te beso, feliz.
