—Al menos no vives en Park Avenue.

—Dicen que siempre puede ser peor.

—Ahora tienes propios ingresos. Debes aprender a repartirlos de manera equitativa y hacerlos rendir para el mes completo. En vez de ir a Starbucks, puedes aprender a preparar esos cafés que tanto te gustan.

—Tienes razón —asiente la pelinegra, dándole la razón—. Gastaba cerca de cuarenta dólares en café a la semana y eso sin contar el brunch con gente de la agencia —se interrumpe al percatarse de que su hermana está escuchando la conversación—. ¡Allie! ¡Ven a saludar a tu hermana favorita, enana!

—Eres mi única hermana —la chica rueda los ojos, acercándose hasta ella para darle un gran abrazo y saludar a Tina con un sonoro beso en la mejilla—. ¿Qué tanto cotilleaban? ¿Strippers?

—Ojalá. Hablábamos sobre la nueva vida independiente de tu hermana. ¿Sabías que ahora es una cocinera experta? —ríe Tina, moviendo las cejas.

—Es porque no lo has probado, Tina. Cuando estuvimos en Nueva York me hizo probar unas galletas de avena y estaban asquerosas —se queja Allie, recibiendo un golpe en el brazo por parte de su hermana.

—Ya te dije que fue porque confundí el envase de azúcar con el de sal —se defiende Prue.

Las tres se largan a reír.

Casi se siente como antes de que Prue se fuera a la universidad y las tres solían pasar el tiempo juntas, comiendo postres y ayudando a Tina con los que quehaceres de la casa, especialmente antes de que Tina de operarla la rodilla y los Henstridge tuvieran que contratar a Ashley para ayudarla.

—¿Cenaste afuera, querida? —pregunta Tina a la recién llegada, comenzando a guardar los platos en el mueble cerca del lavaplatos.

—Sí, Tina. Cené con Bruno y ahora eres completamente libre de los Henstridge hasta el lunes. No necesitas venir mañana porque mamá y papá no vendrán a dormir esta noche.

—¿Y el desayuno? —las mira con las manos en jarras.

—Nos las podemos apañar juntas —le asegura Prue—. ¿Mañana es el cumpleaños de tu nieta?

—Sí, mi chiquitita va a cumplir ocho.

—Es definitivo. Tienes el día libre. Disfruta con tu familia.

—Solo si me prometen que van a portarse bien y que no harán maldades —les dedica una mirada seria, entrecerrando los ojos para darle más énfasis—. ¿Promesa?

—Prometido —responden al unísono, mostrando sus mejores sonrisas inocentes y se acercan para abrazarla, dejando un beso en cada mejilla.

—Les deje comida en el refrigerador y hay pizza congelada en la conservadora. Los dulces y las galletas están en el tercer cajón. Solo quedan dos sabores de helado.

Las chicas despiden a Tina en la puerta y esperan hasta que llega el Uber.

Prue cierra la puerta y se vuelve hacia su hermana con una gran sonrisa, pero Allie la mira fijamente de brazos cruzados y da media vuelta, antes de subir las escaleras y dar un portazo en su habitación que hace vibrar todas las botellas de licor en el living.

—¡¿Y ahora qué hice?! —la pelinegra patea el piso, antes de subir las escaleras y golpear la puerta—. ¿Vas a dejarme entrar o debo quedarme aquí hasta que decidas salir por algo de comer?

—Vete a la mierda, Prue —chilla la pelirroja desde la comodidad de su cama. Entierra la cabeza en una de las almohadas y deja salir un grito de frustración al percatarse de que el libro de Jason descansa en la mesita de noche—. Estúpido mujeriego. Jason y Katherine Edwards. Señor y señora Edwards —masculla entre dientes.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Where stories live. Discover now