Capítulo 3: El mejor cazador

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Aquella noche del veinte de enero, Juan, sin embargo, se sentía igual que los primeros días en el frente de batalla. Durmió a cabezadas, recordándose siempre que tenía que velar, con el estómago encogido y el recuerdo enfermizo del capitán pálido riendo a carcajadas en su mente. Lo único que le daba paz era el peso de Martín contra su costado, el cosquilleo de su pelo rubio contra su barba y el sonido acompasado de su respiración.

Y así llegaron al amanecer y de nuevo se pusieron en marcha.

—¿Dónde está ese otro monstruo del que me hablaste? —preguntó Juan al cabo de una hora de trayecto. Caminaban en silencio. Ya habían salido del bosque, rumbo hacia el arroyo a través de una llanura irregular, salpicada de arbustos secos y oscurecidos por el invierno.

—Hay que llegar a Mora y luego subir un poco la colina —dijo Martín, mordiendo una manzana que había sacado de su zurrón.

—¿Y cómo has sabido de él? No me contaste.

—Ya te dije que estuve investigando. Oí por casualidad un cuento de viejas allí en Mora y me pareció que podía tener algo de cierto, así que pensé en comprobarlo por mí mismo. —Juan esperó a que Martín siguiera hablando pero como este no decía más, se giró para mirarle de manera apremiante. Solo entonces este continuó—: Dos muchachas se quedaron embarazadas el año pasado, por Santa Bárbara. Dieron a luz a la vez, en pleno verano, un día de tormenta en el que los rayos golpearon la iglesia hasta hacer saltar las tejas. Las mozas parieron criaturas deformes que no tardaron en morir y luego se volvieron locas. Dicen que quien las dejó preñadas fue el hombre de la colina, un tal Carles de Llers. Algunos decían que no era posible, que estaba muerto, pero las viejas insistían en que no podía morir, que tenía la misma maldición que el conde Estruch.

—¿Quién es ese?

—Eso mismo me pregunté yo —prosiguió animadamente Martín, avanzando hasta colocarse a su lado. Juan siempre caminaba a largas zancadas y a Martín le costaba seguirle el paso—. Así que estuve haciendo preguntas a los curas de Mora, de Puente, de Montañana... Descubrí que era el nombre del noble que gobernaba Llers hace trescientos años. El rey le puso allí para que combatiera a los paganos y quemara brujas.

—¿Quemó brujas? —preguntó Juan. El poder purificador del fuego estaba bien contra los demonios como el capitán pálido, pero nunca le había gustado la afición que tenían los poderosos de usarlo contra gente común.

—No solo brujas. Dicen que al final estaba tan loco que castigaba a inocentes y culpables por igual. Pero en una de esas ocasiones, la mujer a la que iba a ajusticiar le lanzó una maldición: su alma estaría manchada para siempre a los ojos de Dios, no podría morir nunca ni tampoco envejecer y tendría que alimentarse de sangre. ¿Te recuerda a alguien?

Juan no dijo nada. La imagen del capitán pálido sorbiendo el corazón sangrante de Fernán Berciano le cruzó por la mente, acompañada de nuevo de aquella risa malévola, tan cavernosa que parecía hecha de huesos vaciados.

—¿Y se convirtió en demonio a causa de la maldición de una bruja, dices? No sabía que fueran tan poderosas.

—Claro que lo son. Después de todo, son hijas y esposas del Diablo, ¿no? —sentenció Martín con convencimiento.

Juan no estaba tan seguro. La madre de Oria había sido curandera en Montañana durante toda su vida. Algunos la llamaban bruja, pero no era más que una manera de desdeñar sus prácticas e intentar ofenderla, ya fuera por envidia o por no entender su arte. El cura, en cambio, siempre había visto con buenos ojos a la señora Teresa. Según él, los monjes de San Benito también hacían tónicos e infusiones de hierbas, igual que ella, y no había nada de malo, ya que las plantas medicinales eran creaciones del Señor. Quizá la suerte de Teresa habría sido muy diferente si el sacerdote hubiera tenido otra opinión al respecto. ¿Quién podía afirmar que realmente todas las mujeres que eran acusadas de brujería se dedicaban a actos diabólicos? Él había visto con sus propios ojos los actos más terribles y ninguno había sido perpetrado por mujeres hirviendo manzanilla.

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