1. Vivimos en una s(u)ciedad

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—¿Entonces qué pongo? Tú eres la experta en letras —alenté.

Irene se quedó un momento mirando con fijeza el cursor que parpadeaba en la pantalla. Finalmente suspiró.

—Bah, pon la profesión y a tomar por culo.

Asentí de acuerdo.

El sol dejó de proveernos con sus últimos rayos en ese instante. A nuestras espaldas, las luces de Madrid comenzaban a encenderse como una ráfaga estrellada. Quizás también tuviera su punto de belleza, aunque ni de lejos tenía más que Irene. A menudo pronunciaba su nombre en voz baja, saboreando cada sílaba, tratando de dejar la sensación en mi boca el mayor tiempo posible. Imaginando cómo sería tener más que su nombre atado a mis labios. Me pasaba las noches oliendo su perfume en mi almohada, deseando que estuviera más que su esencia frente a mí. Me parecía increíble que pesar de las cicatrices de sus manos, ansiaba cogerle la mano y no soltársela por nada del mundo.

La admiraba.

Cuando la conocí, el primer día de instituto del año anterior, me pareció otra persona más. Yo había crecido acostumbrada al lujo, a la belleza exótica, y no supe apreciar la normalidad que ella desprendía. Con ojos grandes y vivarachos, labios carnosos del perfecto tono de rosa y los bucles castaños que salían de su cabeza, aprendí lo que era amar. Porque, si aún no había quedado claro, estaba totalmente enamorada de Irene Rodríguez. Y nadie lo sabía.

Noté movimiento a mi izquierda y vi que se levantaba estirándose con pesadez.

—Suni, deberíamos volver ya —sugirió con un temblor. Me encantaba cómo pronunciaba mi nombre, con esa confianza en el tono que teníamos al ser mejores amigas—. Hace frío.

—Está bien.

Recogí mis cosas y bajamos la colina corriendo a toda pastilla, disfrutando del aire fresco. Una vez abajo montamos en los patinetes eléctricos y me tomé un instante para elegir una canción en mi watch. Lo sincronicé a los auriculares de Ene y a los míos. Al instante comenzaron a sonar las primeras notas de Lost with you de Patrick Watson. Ambas teníamos un gusto musical algo vintage, impulsado por las playlists en bucle que ponían nuestros padres cuando se juntaban. Con el rabillo del ojo capté una sonrisa fugaz por su parte, acompañada de una mirada de complicidad.

Con algo de pesar por mi parte, pusimos rumbo a casa. A los lados del camino se extendían carreteras a medio asfaltar y matorrales verdes en las cunetas; descampados en las medianas. Irene iba en completo silencio, disfrutando de la música y absorta en sus pensamientos. Me gustaba que entre nosotras el silencio no fuera incómodo.

Al llegar al límite de la ciudad, el verde desapareció para dar paso a los neones rojos, azules y morados contra el negro de los rascacielos. Sobre nosotras se extendía el futuro, aquello que nuestros antepasados lucharon por alcanzar para nosotros. La música se oía en cada esquina, el bullicio por las inminentes fiestas navideñas.

Los hologramas y las pantallas led con continua publicidad nos perseguían, con la corriente saltando de edificio en edificio. Al ver que perdían audiencia, el edificio frente a nosotras se iluminó de pronto con la silueta de una aspiradora inteligente, tratando de captar al fin nuestra atención. Cerramos los ojos dejándonos llevar por el piloto automático, para que el cartel no se cobrara el dinero por visualizaciones a nuestra costa.

Estábamos totalmente en contra de la contaminación digital y la comercialización de nuestros datos en internet. Por ello nos negábamos a aceptarlo en forma de pequeños actos de rebeldía. Aunque fuera complicado, tratábamos de usar nuestro watch una media de cinco horas diarias, lo cual era bastante limitativo comparado con la media general.

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⏰ Última actualización: Feb 10, 2022 ⏰

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Mi nombre es Ha-NeulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora