Capítulo único

152 18 178
                                    

Muchas gracias por aceptar la invitación, bienvenido/a. 


XII

Cientos de mariposas con distintos colores en vestido danzaban sobre una rayada laguna de luces y sombras. Los candelabros sonrosados se dejaban acunar por el piano, apenas perturbados por la temporada de otoño. Las columnas altas y robustas daban altiveza a tu salón de baile y sostenían el abovedado cielo con ángeles pintados por florentinos del siglo pasado. Algunos querubines se miraban entre ellos como escondiendo un secreto a tus espaldas.

Los arreglos florales en donde rebosaban y se derramaban por las mesas los dulces lirios, los orgullosos jacintos, las tiernas amapolas, las tristes begonias, todas ostentando una primavera muerta afuera de tus puertas. No parecía ser un día de octubre sino uno de marzo.

Las mariposas variopintas revoloteaban con sus frufrús mientras el pianista seguía levantando notas y tú dejabas pasar el tierno vino por el paladar.

Pero había algo que desentonaba dentro del cuadro pictórico y victoriano, un superfluo detalle que había pasado por alto el artista, pero no para ti.

Tú tenías un buen ojo para los errores insignificantes, pero que tenían un efecto desastroso a largo plazo. No por nada estabas allí sentado en tu mueble rojizo mirando el baile que organizaste dentro de la generosa mansión que tus familiares vivos no pudieron echar mano.

A tu lado descansaba la copa de vino a medio acabar que habías dejado por desgano y más allá, la máscara que habías abandonado después de la última pieza. Mientras te colocabas el pálido antifaz mirando a las mariposas y los pingüinos bailar frente a ti, una idea tambaleó tus sentidos. Era la primera vez que asistías a una mascarada, pero quizás por lo manoseada que estaba la palabra y por estar en boga de todos, no te resultaba desconocido el escenario desplegado.

Notaste cómo unos ojos celestes casi cristalinos no parecían tener pudor en mordisquearte con su escrutinio. Su uniforme de pingüino y su porte lo delataron.

—¿Cuál es tu nombre? —Te dirigiste al criado que se había quedado parado a tu lado mirándote de manera atontada—. No recuerdo haberte contratado.

—¡Oh! Em...mil disculpas, mi señor. Mi nombre es Anubis. Estoy para servirle. La Sra. De' Ath me contrató hace una semana para ayudar en la cocina —Enseguida inclinó la cabeza como un pingüino nervioso—. Con su permiso-

—Espera —Tras tus palabras, se quedó quieto—. No te vayas todavía.

En tanto las parejas seguían bailando y se armaba la algarabía entre música y risas, el única ajeno a la fiesta parecía ser el propio anfitrión con una familiar molestia socavando. El joven de ojos celestes y rizos claros seguía de pie esperando tu próxima orden.

—Hay algo que no está bien aquí. No deberían estar tantas personas. —El sentimiento que nacía en la boca de tu estómago no te era desconocido. Podías sentir a las pesadillas trepar por tus manos con sus patas hechas de agujas de araña—, ¿no tienes un mal presentimiento, tú?

—¿Disculpe, mi Señor?

Solo había una cosa que lograba perturbarte incluso cuando la luz de los candelabros intentaba esclarecer la habitación.

—Pásame el listado de invitados. Necesito revisar algo.

—Um...—El chico seguía demasiado inquieto mientras apartaba la mirada—. Espéreme aquí por favor.

Tus ojos ámbar navegaron por todo el salón en busca de ese indicio que te estaba perturbando y no te dejaba disfrutar la noche que habías planeado. Supiste entonces que no fue buena idea dejarse llevar por lo que había dicho tu buen amigo, Francesco. Las mascaradas no tenían nada de divertido.

Invitado no bienvenidoWhere stories live. Discover now