Capítulo V - PRIMAVERA

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La primera que olvidó renacer

Aquella primavera fue la primera realmente distinta a todas las demás primaveras. De hecho no fue una primavera, solo coincidía en las fechas con las de años anteriores. El 21 de marzo llegó como todos los años pero en nada afecto a la madre naturaleza que se negaba a despertar de su letargo. Los animales siguieron en estado de semi-hibernación, sin recobrar su ritmo habitual, su ciclo de la vida. Estaban cansados, su mundo había cambiado y no sabían adaptarse a la nueva situación. Las plantas no florecieron con el esplendor y el colorido propio de la primavera y los árboles continuaban prácticamente desnudos, sin hojas y sin color. Las nubes grisáceas apagaban y cubrían la luz, el calor y el brillo del sol, pero esas nubes ni tan siquiera dejaban lluvias por aquella época. Todo se estaba secando, consumiendo demasiado rápido. Toda la tierra estaba tan triste, tan apagada, tan cansada y sin vida. Los humanos comenzaban a notar los efectos de esta ausencia de vida, tanto a nivel físico como psíquico.

           

La crisis económica en los países desarrollados siguió creciendo a un ritmo desenfrenado, igual que lo hacían las tasas del paro a nivel mundial. Los gobiernos para paliarla se limitaban a subir impuestos y recortar los gastos  y las ayudas sociales. Con lo cual, la situación no mejoraba nada, estaba muy lejos de mejorar, seguía empeorando día a día. Las huelgas generales cada vez eran más frecuentes pero menos numerosas, pocos tenían ya un trabajo por el que luchar o un puesto que defender. Las gentes vagaban cansadas, con frío, hambre y desesperanza por las calles de las ciudades y pueblos. Los nervios estaban crispados e hicieron subir la violencia callejera. Pero también dentro de las familias y de los hogares, que se iban destrozando poco a poco. El número de empresas que se mantenían a flote, ante esta complicada situación era cada vez menor, y muchas fueron cerrando sus puertas según pasaban los días y las semanas. Comenzaron los cierres, primero con las pequeñas empresas, pero rápidamente les siguieron las medianas empresas. Por supuesto las grandes empezaron a sufrir las consecuencias poco a poco. Para que funcione el engranaje son necesarias todas las piezas, hasta las más pequeñas.

           

Una mañana de primavera, todo pareció reventar y saltar en mil pedazos. El “efecto domino” comenzó su derrumbamiento de piezas en serie, avanzando sin tregua hasta la última pieza. Se hundieron las bolsas una a una y con ellas las economías. Comenzaron revoluciones contra los gobiernos en todos los países desarrollados progresivamente y con ellas las guerras civiles entre ciudadanos desesperados que no sabían a qué bando pertenecían. La población iba disminuyendo considerablemente con el paso del tiempo. Iban desapareciendo víctimas de las guerras, del hambre, de las enfermedades, incluso del frío, pero nadie parecía tener interés en cambiar nada. Permanecían asustados en sus casas sin hacer nada por evitarlo, sin luchar ni siquiera por su propia supervivencia y la de los suyos. Su mundo y su maravillosa sociedad se habían desmoronado por completo y no tenían ningún modelo o patrón a seguir. Se sentían totalmente perdidos y desorientados, sin rumbo. No sabían que camino debían seguir, ninguna señal, ninguna luz, ninguna robótica voz femenina que les indicara la dirección como un GPS. Su rey Don Dinero no tenía ningún valor en esos momentos que se vivían y se apolillaba en las cajas fuertes de las entidades bancarias. Las cuales permanecían cerradas porque no merecía la pena ni saquearlas. Solo escondían en sus entrañas papeles de colores, con igual valor que los billetes del Monopoly. Las ciudades estaban asoladas por el vandalismo y la obscuridad se cernía sobre ellas, ya no quedaba luz.

          

 Ante aquella situación poco se podía hacer, únicamente sobrevivir, si aún te quedaban esperanzas de algo y sueños por los que luchar.

                

Durante los últimos meses Lucia tuvo sueños muy raros, parecía que querían decirle algo, pero ella no los entendía. Muchas veces repetían la misma historia, un incendio en el monte de enfrente de su casa, unas maletas hechas con mucha prisa y la rápida salida con sus hijos y su perro hacia algún lejano lugar del mundo. Una nueva casa rodeada de verdes campos, con un árbol que no conocía. Lo peor de esos sueños era la sensación de ahogo y de angustia que le dejaban en su interior durante horas.

Desde mi dimensión ©Where stories live. Discover now