𝐗𝐗𝐕𝐈. 𝐋𝐚 𝐡𝐢𝐠𝐮𝐞𝐫𝐚

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╭⋟───────────────────╮

Luego de aquella particular cena en donde él supo sorprenderme con sus palabras, la mañana me descubrió acurrucada entre las frazadas de tartán, mucho más rápido de lo que yo me hubiese esperado. El agotamiento físico y mental que implicó para mí el haber dejado toda mi vida atrás de una forma tan súbita, me pasó factura y, ni bien puse la cabeza en la almohada, me sumí en un sueño profundo.

Cuando despegué los párpados, vi que me encontraba sola en el camastro y al incorporarme, el frío me abrazó, percibiendo entonces la falta que me hacía el calor del cuerpo de Thomas a mi lado. Debido a que no había traído ninguna muda de ropa conmigo, tuve que dormir en ropa interior y al levantarme me tapé con una manta para así no sucumbir al frío del exterior.

Salí de la caravana cubriéndome el rostro. El sol me molestaba y las ramitas del suelo se clavaron en mis pies desnudos.

—Buenos días.

Unos brazos me rodearon por detrás antes de que pudiera siquiera abrir los ojos. Sentí los labios de Thomas en mi cuello.

—Buenos días, Tommy —le saludé con voz ronca.

—Te preguntaría cómo dormiste, pero sé que lo hiciste estupendamente bien —me dijo con tono burlón—. Roncaste toda la noche.

Me forcé a mirarle furiosa, por más que la luz solar me quemara la vista.

—Yo no ronco —refuté, mosqueada—. Además, no es la primera vez que dormimos juntos, por lo que si roncara, ya me lo habrías dicho —acoté.

—Nunca deja de sorprenderme lo sencillo que es hacer enojar a una mujer —dijo Thomas. Iba descalzo al igual que yo y la camisilla le cubría el pecho. Los tiradores se asían a la tela de su pantalón—. Solo basta decirles que roncan o traen bigote para que tengan razones suficientes para acribillarte —encendió un cigarrillo.

—Estás de muy buen humor hoy —lo escudriñé con la mirada mientras él tomaba algo que había dejado reposando encima de una roca y, antes de que lograse identificar qué clase de fruta era, me la lanzó.

—Es un higo —dijo luego de que lo atajara a duras penas—. Encontré una higuera a un par de metros de la caravana, lo cual es extraño. La higuera no es un árbol autóctono; tuvo que ser plantado —noté preocupación en su voz.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que alguien más vive en estas tierras —explicó—. Alguien lo suficientemente arraigado a estos lares como para tomarse la molestia de plantar un árbol. —Dio una pitada a su cigarro—. Tenemos que irnos de aquí —concluyó.

Perdido en sus pensamientos, dio un par de vueltas alrededor de los restos de la fogata que la noche anterior nos había brindado calor. Yo, por mi parte, acaricié la cáscara violácea del fruto y comencé a pelarlo con cierta tristeza: me había encantado aquel sitio y, aunque quedaba demasiado cerca de la frontera con Inglaterra, no percibía en éste peligro alguno. El particular sabor del higo me embriagó las papilas gustativas con su dulzor y me acerqué a las aguas del río, todavía masticando.

Me liberé de la manta, de mi blusa y mis bragas, y mojé los pies en el agua gélida. Las chicharras canturreaban en los árboles.

—¿Ollie? —Thomas me llamó cuando vio que, con cierta reticencia, iba introduciéndome cada vez más en el río.

Al voltear el rostro fui testigo de que él me contemplaba estupefacto y casi con admiración.

—Necesito un baño —me limité a decir mientras sentía que la respiración se me entrecortaba a causa del golpe de frío.

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby  x  OCWhere stories live. Discover now