𝐗𝐕𝐈. 𝐔𝐧 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫 (ᴘᴀʀᴛᴇ 2)

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9 de junio de 1931

Tengo miedo. El terror se me ha instalado en el cuerpo y, envuelta en mi toalla, no paro de temblar. Pido disculpas, queridísimo diario, testimonio de todas mis memorias, por la horripilante caligrafía que hoy tendrás que soportar, pero si no escribo esto ahora, temo que mañana el láudano haya borrado de mi mente el recuerdo de la sangre, el olor de la pólvora, el pavor que sentí al ver que Thomas moría en mis brazos.

Escucho a Ada en el cuarto de baño y sé que está de cuclillas en la bañera, cepillando con frenesí la tela de mi vestido, mientras el agua caliente ablanda la sangre seca y se va por las cañerías, teñida de carmín.

Esta mañana, cuando busqué en mi ropero el vestido más bonito que tenía, jamás me imaginé que acabaría en tal estado. Lo hice con la estúpida ilusión que me ocasionaba el llevar un vestido elegante como el que le había visto a Lizzie Shelby ayer, con la diferencia de que el mío no era color plata ni tampoco era de seda, sino que era de una muselina vaporosa, color blanco.

Cuando me lo puse y me miré al espejo, me sorprendí ante la imagen que me devolvía la vista. Siempre me ha gustado vestir bien pero, al carecer de un salario que me permita adquirir prendas bonitas, me conformo con llevar ropas silvestres. Intento hallar ropas interesantes y económicas, teniendo la suerte de encontrarlas en muy contadas ocasiones, pero la única manera que tengo de obtener un vestido caro, es si alguien me lo regala y aquello hizo Andrew durante los años que fuimos pareja. Lamentablemente, cuando terminamos y llegué a Birmingham con la expectativa de comenzar una nueva vida, dejé todos sus regalos pudriéndose en Londres, como debía ser.

El vestido blanco había sido un regalo de mi madre, la cual sin decirme nada había reciclado el vestido de bodas que yo jamás había llegado a utilizar y lo había convertido en un prenda digna de un baile... más no de una oficina.

Pero no me importó. Estaba decidida a llevar ese vestido a la compañía esta mañana y me sonrojé al imaginarme los cumplidos que Thomas me diría. Él había sabido deleitarse con la transparencia de un infame vestido que había llevado una tarde que se percibía tan lejana.

Al abandonar mi habitación, fui hasta la sala en donde Ada me esperaba para que fuésemos juntas al trabajo. Al verme, elevó una ceja.

—¿Qué te parece? —pregunté, llena de ilusión.

—Está precioso —dijo acomodándose el sombrero—. Rara vez usas color blanco. Te queda muy bien.

—Gracias —sonreí— ¿Crees que sea lo correcto ir así a una oficina?

—¿Por qué no? —Ada le restó importancia a mi preocupación—. Y si no lo es, a la mierda. No tenemos un código de vestimenta y, como parte del directorio, si alguien te llama la atención, me dices y lo despido —vi cómo mi amiga sonreía maliciosamente.

Ambas dejamos la casa en medio de carcajadas y conversaciones triviales. Me llenó de felicidad el volver a compartir esa clase de momentos con mi amiga, dado que las últimas circunstancias habían llenado de asperezas nuestra relación.

Llegamos a la Compañía y, en el hall, Ada se despidió de mí para dirigirse hacia sus oficinas, recordándome la promesa que le había hecho de almorzar juntas. Yo me detuve allí un par de segundos, nerviosa, y estaba asegurándome de que mi vestido seguía igual de impoluto cuando oí un par de tacones a mi espalda y al darme media vuelta, me encontré con Gina.

A diferencia de mí, vestía negro en su totalidad y los ojos le centellearon con maldad al reparar en mi presencia.

—Lindo vestido —me soltó y no se esforzó ni un ápice por disimular el tono burlón de su voz.

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby  x  OCWhere stories live. Discover now