La tenue luz de la vela es lo único que esparce las sombras. En este pequeño espacio, rodeada de mis libros viejos, entinto la punta de la pluma y comienzo a escribir...
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Sentimientos pegados a la piel. Cosidos a retazos, puntadas deshechas y a medio hacer. Tatuajes de mi propia historia. Entintando mi alma. Son recuerdos. Memorias de lo que sentí.
Canciones repetidas en el tocadiscos. Como el palpitar. Como el reloj. Como el cuentagotas. Como la muerte. Y se graban en el papel para inmortalizar, de algún modo, la esencia de mí.
Introspección. He cerrado los ojos para ver mejor.
Entonces pasan, en desfile, las reminiscencias. Lo que fue felicidad y un amanecer en los brazos de él. Melancolías trasnochadas e insomnios de desnudez. Algunas gotas de lluvia rodando por mi mejilla a la despedida. Sonrisas como huellas de una poética ilusión. Y un último intento por poner en palabras lo que es el amor.
Porque siempre me quedará un color más allá del infrarrojo y el ultravioleta. Invisible. Una nota indescifrable, de otra octava. Inaudible. Un término de una lengua muerta o por descubrir. Indescriptible.
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