Parte única.

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En la falsa mente del Otro Wybie no cabían dudas de que ese mundo era peligroso.

Era tal el poder de manipulación y convencimiento que contenía, que luego de enviar una advertencia a través de el gato negro, que era el único capaz de escucharlo hacia Coraline, esta no cesó con sus visitas, y disfrutó cada vez más ese sentimiento pasajero, que no le dejaba ver que todo culminaria en su desgraciada sentencia.

Ella era sólo una pequeña que al igual que los otros había caído en los encantos de la bruja, y que pronto solo serviría de alimento para mantenerla viva por más tiempo. Esta idea, aún siendo una imitación del exterior, una copia deformada y humilde de un humano de carne y hueso, le hacía despertar en su interior un sentimiento de angustia que no le permitía mantener esa alegría que la dueña de toda esa ilusión le exigía.

Cuando Coraline entró al Palacio Rosa animada por sus otros padres, luego de una noche increíblemente entretenida, él se quedó afuera, y la Beldam le amenazó para que continuara pretendiendo una alegría que se había esfumado hace ya mucho tiempo.

Wybie apartó la mirada, frotandose el brazo quizás en busca del consuelo que nadie le ofrecía, pero cuando la puerta fue cerrada frente a su rostro, él pegó su oreja en la madera, para escuchar la conversación que muy borrosa se reproducía en el comedor.

Él ya podía predecir que ocurriría, pues solo existía un camino ante la macabra propuesta: ceder, y luego morir. Se estristeció por esto, porque estaba seguro de que un poco más y podría haberle salvado la vida a la muchacha peliazul. Podría haber sido un héroe y no otra pieza de la trampa, y ya todo estaba perdido.

Pero se quedó boquiabierto cuando de manera inesperada escuchó a la niña negarse a coserse los botones y en cambio corrió agitadamente a su habitación, dejando a sus otros padres perplejos y iracundos. La esperanza lo invadió por unos momentos, pero cuando escuchó la conversación de los otros padres todo se vino abajo nuevamente.

-Descuida, ella no escapará-dijo la Beldam.

Era verdad. Coraline aún seguía en ese mundo. Hasta que no aceptara, no habría manera de irse de él porque sólo la bruja controlaba cuando se podía entrar o salir.

¡Debía ayudarla!, o de algún modo la Beldam la convencería de cambiar de opinión y todos sus esfuerzos se habrían evaporado porque terminaría con ojos de botón y encerrada en el espejo del pasillo como un alma en pena.

No quería eso para ella, era joven, amigable y le había agradado lo suficiente para considerar que realmente era una amiga. Tomó la perilla de la puerta sin pensarlo, y entró atropelladamente hacia la sala. ¿Podría acaso razonar con su propia creadora?
Llegó hasta el pasillo en donde se hayaba la escalera que dirigía hacia las habitaciones, y se topó con la Beldam y el otro padre aún mirando los peldaños de esta, escuchando atentamente a Coraline y lo que hiciese en su cuarto.

La bruja se volteó y su expresión, serena y tierna, se transformó en una de completo desagrado cuando se topó con la presencia de Wybie.

-¡¿Y tú que haces aquí?!, ya no sirves en este momento, ¡largate!-le ordenó como un león salvaje

El Otro Wybie hizo caso omiso a sus palabras, y señaló con su dedo índice las escaleras, para luego dirigirlo hacia la dirección en donde se hayaba la puerta que llevaba al mundo corriente, desesperado. La otra madre frunció el ceño todavía más, resaltando unas arrugas que la hacían ver terrorífica bajo la sombra de las luces de la casa.

-¡Dejarla ir!-exclamó sin poder creerlo- ¿de dónde sacaste esas ideas, insolente?, ¡fue esa plaga, de seguro!-Exclamó- eso no va a ocurrir, olvidalo de una vez, ella es mía, aunque no lo quiera ahora, pronto lo hará.

Wybie miró por un momento al Otro Padre, buscando apoyo, pero este se mantuvo estático y con una sonrisa congelada en el rostro, como si con la sola ausencia de Coraline todo su cuerpo se desactivara temporalmente. Luego la miró a ella, con una expresión preocupada y de tristeza por accidente, cosa que no le agradó a la bruja, porque en ese mundo esa emoción no estaba permitida.

-¿Qué es eso?-le preguntó-¿porqué no estás sonriendo?-Le preguntó con un tono de amenaza- sonríe, ya mismo.

Wybie retrocedió unos pasos, negando con la cabeza, y ella se acercó unos más.

-Dije que sonrias-esos ojos, aunque no tuvieran pupilas, se sentían clavados en sus propios labios como cuchillos de carnicero- ¿no obedeces?, sonríe, mocoso

Wybie frunció el ceño con ira y cansancio, retandola.

"NO. VOY. A. SONREÍR" Pensó con fuerza para que ella pudiera escucharlo, y cerró sus ojos de botón. Si esta era una manera de hacerle entrar en razón y que supiera que no estaba de acuerdo con sus planes, haría lo imposible.

-¿No vas a sonreír?, ¿sabes que les pasa a las marionetas que no sonríen?-Le preguntó la bruja- Última advertencia.

El Otro Wybie no lo hizo. No volvería a hacerlo jamás. El monstruo gruñó con rabia, al saber que otra de sus creaciones la desobedecia. Lo tomó del brazo clavandole sus largas uñas en la piel, y lo arrastró hacia la cocina mientras este intentaba liberarse en vano.

Sin soltarlo, buscó y enebró la aguja y el hilo que tenía pensado usar en Coraline, y apretó las mejillas del rostro delicado y joven de el fallido héroe, que temblaba como gelatina. Este forcejeaba en silencio cuando ella elevó su mentón hacia la luz y de golpe clavó la aguja en la carne del ser de apariencia robada, justo a un lado de la comisura de sus labios, provocando que un líquido rojo y espeso brotara de su interior en cascada.

Este hubiera chillado hasta romperse las cuerdas vocales, quizá en busca de auxilio, quizá por el dolor, pero no pudo hacerlo. Su voz no existía en ese entonces, y lo único que le quedó fue aceptar su destino.

La bruja fue retirando e insertando una y otra vez la afilada aguja, dandole forma tan habilidosamente como cuando debía crear las muñecas espías, hasta que luego de segundos que parecieron horas, lo dejó caer y este chocó contra el suelo como un peso muerto.

-Así aprenderás-concluyó y se retiró del lugar, dejándolo sólo y con una nueva sonrisa de hilo plasmada en los labios.

Wybie acercó sus guantes negros hacia su rostro tembloroso, se palpó su nueva sonrisa, y enseguida unas lágrimas negras y polvorientas se desprendieron de sus botones y recorríeron sus mejillas, manchando aún más su chaqueta.

Por algún lado de la casa, el gato logró entrar al escuchar aquel estruendo, y al verlo, suspiró, y se acurrucó a su lado, en un intento de consuelo. No se rendiria, le dijo. Ayudaría a la muchacha a escapar.

Y eso hizo, luchó hasta que se llevó a si mismo hacia la muerte.

Sonrisa [Coraline] [ONE-SHOT]Where stories live. Discover now