Sí, seguramente ni se había dado cuenta de mi ausencia. Estaba bastante distraída, la pobre.

—Bueno —dije, incómoda, cuando vi que Claire estaría un rato ausente en la cocina, y me giré hacia Gus—. Espero que no te despertáramos anoche al llegar.

—No estaba durmiendo, estaba jugando a videojuegos —se encogió de hombros mientras removía su desayuno con el tenedor—. Me mataron un montón de veces en el mismo nivel, casi estampé el mando contra una pared.

—La frustración gamer —murmuró Aiden cuando terminó de bostezar perezosamente.

—Él siempre me gana cuando jugamos juntos —protestó Gus, lanzándole una mirada de rencor puro y absoluto.

Aiden sonrió, orgulloso de sí mismo.

—No es culpa mía que seas horrible jugando, hermanito.

—¡No soy horrible! —Gus se puso rojo, avergonzado—. El problema es que tú haces trampas.

—¿Yo? Siento decírtelo, pero no necesito trampas para patearte el trasero.

—¡Sí que hace trampas! —me dijo Gus, indignado, como si yo fuera la máxima autoridad en el tema.

—Te creo —le aseguré.

Aiden dejó de parecer adormilado para parecer, simplemente, ofendido.

—¿Cómo que lo crees? ¿No deberías ponerte de mi parte?

—Pues no. Estoy de parte de Gus.

Le pasé un brazo por el respaldo de la silla a su hermano pequeño, con cuidado de no tocarlo, y Aiden me puso mala cara.

—¿Por qué nunca nadie se pone de mi parte? —protestó.

—Porque no tienes razón —enarqué una ceja.

—Sí que la... —Aiden se detuvo en seco.

No entendí muy bien su expresión de asesino en serie hasta que seguí la dirección de su mirada y vi a su hermano pequeño, a quien seguía rodeando con un brazo... mirándome fijamente las tetas.

Antes de que pudiera reaccionar, Aiden se estiró y le dio con la mano en la nuca con suficiente fuerza como para sacarle el cerebro por la nariz, haciendo que Gus reaccionara, levantara la cabeza y se pusiera todavía más rojo, apártandose.

—¡Perdón! Estaba... eh... tienes una mancha... mhm... ahí.

—No tiene ninguna mancha, enano —Aiden le lanzó la servilleta a la cara, a lo que a Gus se le enrojecieron también las orejas.

—Pues me ha parecido ver una mancha —corrigió Gus, muy digno.

Yo, por mi parte, suspiré y me puse de pie.

—Voy a echarle una mano a tu madre —le dije a Aiden, aunque él estaba ocupado lanzándole cosas a su hermano y esquivando las que le lanzaba Gus.

Claire ya había terminado cuando llegué. Me sonrió al verme aparecer y me dio el plato. Por un momento, tuve la tentación de ir a comerlo con los demás, pero la perspectiva de quedarme ahí, tranquilita, con Claire, era bastante mejor.

—¿Cómo estás? —me preguntó cuando empecé a comer de pie, apoyada con la cadera en la encimera.

—Bien —le enseñé la mano, ya solo estaba un poco roja—. Me dieron una bolsa de hielo.

—Mara... lo que hiciste anoche...

—Sí, fue un poco impulsivo, lo sé.

—¿Impulsivo? Cuando te vi dando golpes por las paredes casi me dio un infarto. Pensé que habías perdido la cabeza.

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now