—Bueno... —él suspiró, pasándose una mano por el pelo—. La verdad es que prefiero ir a ducharme, ¿te vienes?

—Por supuesto... que no.

—Por un momento has hecho que me ilusionara.

—Aiden, ni se te ocurra ir a ducharte —me puse de pie, señalándolo con un dedo acusador—. No me dejes sola con esto.

—¿Con qué?

—¡Con tu madre!

—¿Desde cuándo tienes problemas con mi madre? —frunció el ceño, confuso.

—¡Desde que nos ha pillado durmiendo abrazados!

Hubo un momento de silencio antes de que él enarcara una ceja, bastante más interesado de lo que lo había estado hasta ahora.

—Espera, ¿abrazados? —se acercó a mí, empezando a esbozar una pequeña sonrisita malévola—. No recuerdo haberme dormido abrazado a ti, Amara.

—¿He dicho abrazados? Quería decir... en la misma cama.

Aiden se detuvo justo delante de mí y su sonrisita aumentó al ver lo incómoda que estaba.

—¿Te has abrazado a mí en sueños? —preguntó, levantando y bajando las cejas.

Capullo.

—No. Claro que no.

—Yo creo que sí.

Capullo engreído.

—Tú estabas tan dormido que parecía que estabas muerto, ¿qué demonios sabrás?

—Así que es verdad, ¿no? —inclinó la cabeza en mi dirección, ahora divertido, y la dejó a la misma altura que la mía—. Vaya, vaya. Parece que eres más sincera contigo misma cuando estás dormida que cuando estás despierta, te resistes menos a mis maravillosos encantos.

Capullo engreído pesado.

—¿Maravillosos encantos? —puse los ojos en blanco y lo aparté de un manotazo en el pecho—. Vamos a desayunar antes de que me tire por la ventana.

—Intentaría salvarte antes de que cayeras.

—¿Y si soy más rápida que tú?

—Entonces, me tiraría contigo. Somos un equipo.

Lo admito. Me reí. Pero dejé de hacerlo cuando vi su sonrisita orgullosa.

Pero lo peor no había llegado.

Lo peor llegó cuando bajamos las escaleras para llegar a la cocina y nos encontramos a Gus, Lisa y los padres de Aiden sentados en la mesa, mirándonos fijamente con el desayuno delante de ellos y una sonrisa tenebrosa que hacía que parecieran sacados de una película de terror.

Me detuve en seco y Aiden, que iba distraído detrás de mí, se chocó con mi espalda. Cuando vio a su familia, dio un respingo.

—Pero ¿qué demonios hacéis? Parece que queréis matarnos.

—¡Os estábamos esperando para desayunar! —exclamó Claire, señalando las dos sillas vacías y estratégicamente juntas—. ¿Qué te apetece, Mara? ¿Te gustan los huevos revueltos?

Asentí y me senté junto a Gus Gus, incómoda. Aiden parecía completamente tranquilo cuando se sentó a mi lado. El señor Walker miraba el periódico con el ceño fruncido y sospechaba que le daba absolutamente igual lo que hiciéramos o no. Y Lisa, con la que estuve a punto de disculparme por haberme marchado de su habitación, simplemente apuñalaba sus huevos revueltos como si tuvieran toda la culpa de sus problemas.

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now