4. Quedé como estúpida

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A veces mamá salía a fumar en los descansos y la encontraba allí.

La madre de Noah y mi madre eran amigas desde la universidad. Por eso Noah y yo nos conocíamos desde hace tanto. Incluso, durante un tiempo, vivimos a sólo unas calles de ellos.

Pero eso fue antes del accidente de papá.

Llegué al final de las escaleras y tomé la perilla de la puerta de hierro. Estaba entreabierta, así que no tuve que forzarla para abrir. Aún así chirrió justo antes de que que una cortina cálida  iluminara las escaleras.

—¡Mamá!

El cabello se me fue a la cara cuando salí. Mamá y la señora Romano estaban apoyadas contra la barandilla de la terraza mientras hablaban. Cada una sostenía un cigarro y una lata de soda en cada mano.

Ella volvió su rostro hacia mí con sorpresa antes de sonreír. En su cara se formaron pequeñas arrugas junto a sus cansados ojos antes de que aplastara el cigarro contra la barandilla.

—Tanto tiempo —bromeó mamá de buen humor. No nos veíamos desde ayer en la tarde—. ¿A qué se debe tu visita?

Rodeé los ojos, consciente de que sólo estaba molestándome. La mamá de Noah me saludó con la mano y dijo algo sobre seguir trabajando antes de despedirse y meterse.

Mamá estiró un brazo para acomodarme un mechón detrás de la oreja y me acerqué más a ella para que pudiera hacerlo con más facilidad.

—¿Vamos? —preguntó.

Alcé la cabeza para responderle y fue entonces, con su rostro tan cerca, que pude notar sus ojos.

Estaban irritados, brillosos, como si hubiera estado llorando.

Mi lado protector salió sin avisar. La tomé por la cara y la mire a los ojos. Ella los abrió con sorpresa y me miró asustada por el movimiento brusco.

—¿Estabas llorando? —le pregunté con una mezcla de preocupación y alerta—. ¿Qué pasó? ¿De qué estaban hablando?

Ella cerró las manos alrededor de mis muñecas con suavidad y me hizo soltarla. Su expresión se suavizó, pero su voz se oyó severa cuando habló.

—Cosas de adultos —dijo. Me sonrió—. Tienes las manos heladas. ¿Por qué no llevas abrigo?

Arrugué la frente. Eso no me tranquilizaba para nada, pero ella ya estaba señalando a la puerta para que nos metiéramos.

—Okay —murmuré escéptica.

Metí las manos en los bolsillos de mi sudadera color menta y comencé a bajar los escalones rápido, ensimismada.

Cuando subimos al auto me senté a su lado, en el copiloto, y me hundí contra el respaldo. Moví el pie nerviosa y resoplé. Ella me ignoró adrede mientras manejaba, pero luego de unos minutos  no me aguanté y tuve que hablar.

—¿Te dijo algo...?—intenté  recordar el nombre  de la mamá de Noah—. ¿Lily?

—No —respondió, impasible.

—¿Te pasó algo?

—Nah.

Ella trató de sacar temas de conversación durante el resto del camino, pero mi cabeza aún estaba pensando qué le habría pasado. Y tampoco quise responderle. Una parte de mí estaba ofendida porque no confiaba en mí lo suficiente como para contarme.

La otra tenía hambre.

Mi teléfono vibró cuando recibí un mensaje de Charlie.

De: Satanás

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