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Capítulo 6: Extrañando extrañamente.

  El parloteo de mi profesor de religióningresaba por uno de mis orificios auditivos y salía inmediatamente por elotro.

   Realmente nunca le prestaba atención aesta materia, porque era la más aburrida del universo. Es que, incluso loscreyentes de la religión se abrumaban con las explicaciones del hombre frente anuestros puestos.

   Yo miraba por la ventana, encontrandoun millón de cosas más interesantes que esas patéticas frases vacías, sinfundamentos y con un sinfín de mentiras que a varios obligan a creer desdeniños pequeños. Solía debatir con varios sobre estos temas, después me dicuenta que no valía la pena, pero, más que respetar sus religiones, lasignoraba por completo.

   Ver los autos pasar se me había vueltomucho más divertido por el resto de la jornada en esta clase. Aunque, despuésde que terminara, no me digné a abandonar la sala de clases.

   Tomé de mi bolso un nuevo librotapizado con una mujer daba una señal de silencio que me obsequió mi papá haceunos cuantos días. El capítulo 16 me esperaba deseoso de que continuaraleyéndolo y así lo hice. Repasaba las líneas con mis ojos.

   Un dato muy curioso en mí, era quemientras estaba leyendo, las mismas expresiones faciales de los personajesredactados se apoderaban de mi rostro, pero esto no era algo que hicieseintencionalmente.

   Mientras terminaba el capítulo y pasabaal que le sigue, noté una sensación extraña en el cuerpo, similar a las que unoexperimenta cuando olvidó algo y no lo puede recordar por más que lo intentara.Asumí que no era nada con importancia y traté de ignorarlo, pero, como se sabebien, ese tipo de cosas no te dejan en paz hasta que logras recordar lo queolvidaste.

   Pasé todo el resto del día de liceo conese molesto sentir en el estómago. Aunque eso no me incapacitó para atender alas materias y copiar todo lo del pizarrón perfectamente bien, la única novedadera una guía que podíamos hacer en casa, la cual, iba con calificación directaal libro de clases. El día había pasado relativamente normal para mí... Inusualmentenormal de hecho. Cuando comenzaba a abandonar el salón, mi profesora debiología pronunció mi nombre, deteniendo mi paso y obteniendo mi atención.

     – ¿Si? – Consulté, tratando de nosonar demasiado cortante.

     – Tengo entendido que Gabriel y túson vecinos, así que... ¿Podrías hacerme el favor de entregarle la guía? Noquisiera ponerle una mala nota. – Explicó la profesora.

   Le observé desentendida hasta que me dicuenta de un pequeño detalle que pasaba desapercibido de mí. ¿Qué pasaba conmigo?¡Nos venimos y nos vamos juntos todos los días de la semana! No me había dadocuenta de que Gabriel no se presentó hoy a clases, tampoco el día de ayer, y,francamente, me sentía una tonta al no notar su ausencia, siendo que el chicose pasa gran parte del tiempo conmigo. Como un rompe cabezas, todo cobrósentido de pronto. No escuché su voz llamándome con apodos tontos, hablándomede sus cualidades o insistiéndome con que le escuchara tocar su pésima música.¡Qué distraía había estado!

   Accedí a su petición y guardé las treshojas corcheteadas entre uno de mis cuadernos para que, de esa forma, notuviese arrugas en lo que me demoraba en llegar a casa.

   Mientras caminaba hacía mi domicilio,sentí que el viaje y el tiempo que me demoraba era más largo que de costumbre,(ayer Odeth me había ido a buscar porque le había citado un profesor, portanto, nos habíamos devuelto a casa en auto) pero no pensé mucho en eso. Ahorame preguntaba a mí misma el porqué de la ausencia de Gabriel en el liceo.

   En este momento no estaba apta paraleer, pues, mi cabeza ocupaba su funcionamiento en una cosa completamentedistinta a la ciencia ficción que podían relatar los contenedores deextravagantes aventuras imaginativas.

   Llegando a mi destino, bajé lavelocidad.

   Solo con ver la casa de Gabrielcomenzaba a darme vergüenza de llamar. Seguro que su madre aún seguía molestaconmigo y se pondría a reñirme a penas pudiese. ¿Y que era exactamente lo queiba a decir? No me gustaba darle demasiadas vueltas a los que pudiese decirle aalguien, ya que después terminaba confundiéndome y quedándome en completoridículo. Nunca había hablado con la señora Dona realmente, pero me imaginabalo molesta que se pondría al verme. Después de todo, solo estaba haciéndole unfavor a su hijo. Era un asunto académico, así que no tendría razones parareprocharme.

   Me aventuré a hablar cuando estuvefrente a la casa, expresando un simple: "Alo"

   No sabía con exactitud si el tiempo quedejé pasar era muy prolongado o era yo, que me impacientaba cada vez más porlos nervios que me estaba dando estar aquí.

   Cuando estuve a punto de rendirme eirme a casa, la puerta de madera se abrió, mostrando a un hombre con una alturaconsiderable, barba crecida y ojos cansados. Nada semejante al rostro pecoso deMiyers.

   Por un momento creí que me habíaequivocado de casa.

     – Buenas tardes. De casualidad, ¿Seencontrará Gabriel? – Pregunté sin rodeos.

   Traté de parecer lo más cordialposible.

El hombre me observó con confusión.

     – Emm, buscas a Gabriel, ¿Verdad? –Preguntó el hombre.

   Era exactamente lo que le había dicho,¿Por qué me lo preguntaba otra vez?

   Noté que su acento era bastante fuerte,él también venía de Estados Unidos y, probablemente, era el padre de Miyers.

     – Who is it, baby? – Dijo una vozfemenina, cual, pronto se pudo apreciar a la persona que pertenecía. – Oh,¡hola! Samanta, ¿No? ¿Necesitas algo, cariño?

Algo en tiWhere stories live. Discover now