3. Los amigos no te cuernean

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Me eché la capucha de la sudadera sobre la cabeza y tomé rumbo hacia el salón antes de que Charlie o Jade pudieran decir nada. Con suerte, llegaba justo cuando comenzaba la clase y me evitaba tener a ese pesado reclamándome por el dinero que, definitivamente, no iba a devolverle.

Ya nos habían avisado desde el campus virtual cuál sería nuestro salón este año, así que no tardé en encontrarlo. Subí las escaleras hasta el tercer piso mientras me parecía oír el eco de las voces de los otros dos detrás.

—Ve mas despacio.

Charlie me alcanzó cuando llegué a nuestro piso y me tomó del hombro para que me detuviera. Echó una ojeada por todo el pasillo para leer los números pegados en la puerta y luego señaló el salón indicado.

Entramos juntas.

El primer profesor aún no había llegado pero el encargado del curso estaba tomando asistencia. Él nos reconoció, nos sonrió y levantó su mano para saludarnos.

Ese hombre siempre se veía tan despreocupado. No sabia nada sobre él, pero lo adoraba.

Los asientos delanteros ya estaban ocupados. Reconocí muchas caras viejas pero también habían demasiados nuevos. Charlie y yo levantamos asientos del fondo y los colocamos adelante, para quedar frente la pizarra.

Un chico nuevo comenzó a protestar.

Charlie le preguntó si tenía algún problema.

Evité cruzar miradas con Jade cuando él entró, me dejé caer en mi asiento y suspiré.

—¿Estás enojada?

Charlie se acercó a mi oreja y sopló. Me tapé con una mano y la miré con molestia, sin comprender a qué venía la pregunta.

—Me estás ignorando —añadió.

Bajó el mentón para mirarme a través de sus pestañas. Un mechón rosado cayó sobre su rostro, pero no se lo apartó.

—No lo estoy haciendo. —Apoyé el codo en mi mesa y descansé mi rostro en la palma de mi mano—. Pero debería. —Le mantuve la mirada un momento. Ella no dijo nada, así que acabé por enfocarme en la pizarra—. Estabas hablando con él.

No hizo falta que aclarara de quién hablaba. El ex novio de Charlie estudiaba en otra división, un piso más abajo. Cuando ellos rompieron ella estaba tan furiosa que creí que no volvería saber más de él. No lo mencionó en todo el verano, incluso.

—Pensé que podíamos ser amigos —se defendió.

Miré de reojo sus manos, sobre la mesa. Se las masajeaba con fuerza en un gesto un poco nervioso.

En ese momento llegó una profesora para saludarnos y tomar su propia asistencia.

Resoplé.

—Él no es tu amigo, Charlotte. Los amigos no te cuernean. Quiero decir —me corregí y bajé la voz hasta casi un susurro. No creía que alguien nos estuviera escuchando, pero por si acaso—. Es obvio que no le importas. Y encima tiene la osadía de esperar que lo perdones. Te quiere ver la cara de estúpida.

La vi esconder las manos en los bolsillos de su chaqueta e inflar las mejillas. Se pasó el aire de un lado al otro mientras miraba pensativa a la pizarra, como si estuviera degustando mis palabras.

—Bueno, si lo pones así, supongo que tienes razón. —admitió. Hizo una mueca—. Supongo que no podemos ser amigos.

Pegué mi hombro al de ella para poder hablar más bajito. Nadie se había callado aún y no quería alzar la voz.

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