Lo seguí haciendo durante lo que pareció una eternidad hasta que las repeticiones empezaron a ser de cuatro segundos y el zumbido de mis oídos empezó a desaparecer, igual que el cosquilleo.

Cuando por fin fui capaz de pensar con claridad, me entraron ganas de llorar.

—¿Cuánto... cuánto tiempo he estado así?

—Según mis cálculos, media hora.

¡Media hora! Me entraron ganas de llorar otra vez.

—Mara, no pasa nada —me dijo enseguida—. Algunos ataques son más largos y otros más cortos. Lo que importa es que has sabido controlarlo, ¿verdad?

—Y-yo no... no lo he hecho. Me he puesto histérica y... y...

—No, eso no es verdad. Sí que lo has hecho. Has seguido las instrucciones que practicamos y ahora puedes respirar, ¿verdad?

Asentí con la cabeza aunque ella no estuviera delante, pasándome el dorso de la mano libre por debajo de los ojos.

—¿Estás mejor? —preguntó en un tono mucho más suave.

—Sí —admití—. Gracias.

—No me des las gracias, tú misma te has ayudado, Mara. Yo solo te he recordado cómo hacerlo.

Sonreí un poco, todavía limpiándome las lágrimas.

—No debería decir eso o empezaré a pensar que no necesito terapia y dejaré de pagarle —bromeé.

—Bueno, siempre es un placer que un paciente no necesite seguir viéndome —me aseguró, y casi pude detectar que también estaba sonriendo—. Mara... ¿quieres que hablemos de lo que ha pasado?

—No puedo pagarle otra hora de terapia, y menos telefónica.

—Déjate de tonterías. ¿Quieres que lo hablemos o no?

Qué suerte había tenido encontrándola.

—Mi padre ha invitado a cenar a unas cuantas personas —empecé con la voz algo temblorosa—. Entre ellas, el jefe de policía de la ciudad. Y a su hijo.

—Ya veo —ella sabía la historia completa—. ¿Grace no se ha opuesto?

—Grace sabe lo que pasó, pero nunca le dije quién había sido. Me daba miedo que fuera a buscarlo y... bueno... ya sabe...

—Entiendo —suspiró y tardó unos segundos en seguir hablando—. Mara, creo que deberías hablar con tu padre para pedirle que esas personas no asistan a la cena con vosotros.

—¿No dice siempre que debo enfrentarme a los problemas?

—Una cosa es ir paso a paso, superando una situación muy dolorosa poco a poco, y otra es ponerte delante la persona que te hizo pasar por ello. No, en este caso lo mejor es que no veas a ese chico.

—La cena es dentro de dos horas, si le digo algo a mi padre... sospechará.

—¿Y no es mejor eso a tener que cenar con ese chico, Mara?

Y, de pronto, de una forma muy repentina, me invadió una oleada de valor que ni siquiera sabía que tenía.

—No —me escuché decir a mí misma—. Quiero verlo.

La doctora Jenkins no dijo nada durante unos segundos.

—Mara... —empezó con ese tono de mi consejo profesional es que olvides lo que acabas de decir.

—Quiero hacerlo —repetí.

Debió notar algo en mi tono de voz que le hizo cambiar de opinión, porque esta vez el silencio fue diferente, casi como si estuviera considerando lo que podía pasarme si seguía adelante con mi plan.

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now