Capítulo 1

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'Turquois'

Siglo XVIII

Grecia, Athenas – Villa de Delfos

Agosto, 8 de 1748

Una suave brisa recorrió el amplio campo, moviendo suavemente el pasto verde haciéndolo parecer un mar de color verde con los ocasionales puntos de color aquí y allí, donde una que otra flor silvestre reposaba, con el sol de media tarde iluminando todo a su alrededor otorgándole una sensación de paz y quietud, que era disfrutada inmensamente por cada criatura que vivía en esa naturaleza.

Desde debajo de un gran árbol de sauce, reposaba una joven mujer, con su espalda recostada del tronco y con los ojos cerrados, simplemente escuchaba la naturaleza a su alrededor, dejando que la suave brisa hiciera danzar su larga cabellera castaña oscura, y acariciando su piel dorada que no llegaba a ser tocada por el sol, siendo amparada por la sobra de aquel gran centinela que había estado en esas tierras por muchísimos años.

Sus sentidos capturaron los sonidos de los pájaros que pululaban en las ramas, el aleteo de sus alas e incluso llegó a distinguir el sonido del correr de un riachuelo en las cercanías, las hojas al caer, los sonidos de las ramas moviéndose en armonía con el aire que soplaba con delicadeza, era una música armoniosa en la que se maravillaba de escuchar, como evidenciaba la ligera curvatura de sus labios. Si algún forastero hubiera sido capaz de presenciar esa escena tan única, seguramente pensaría que la muchacha pertenecía a ese cuadro natural tan hermoso, de tan compenetrada que estaba con lo que la rodeaba.

Fue al posarse una pequeña paloma blanca en el hombro de la chica lo que la hizo abrir finalmente sus parpados, dejando al descubierto dos orbes bicolores, uno avellana y el otro lila, con dos marcas rojas idénticas bajo estas, que se deslizaban por sus mejillas terminando casi paralelas a sus labios que incluso entonces no dejaron de sonreír ligeramente, con un dejo de tristeza.

"Aquí tienes, pequeña" susurró con un todo suave, elevando su mano y abriendo su puño de modo que las semillas que descansaban en su palma quedaran expuestas, y al instante, el ave se posó en esta tomando el alimento como muchos días anterior había hecho.

Su mirada recorrió el campo con lentitud, calmadamente, notando que entre los arbustos un ciervo la observaba por unos segundos antes de aproximarse hasta echarse a su derecha, depositando su cabeza en su regazo de modo que los dedos delgados pudiera acariciar su pelaje marrón con delicadeza; una vez la paloma hubo terminado de comer volvió a reposar en el hombro de ella, permitiéndole a la joven posar su mano en la hierba, enterrándola en la tierra, buscando conectárse con la madre naturaleza casi inconscientemente.

Era un momento de paz y tranquilidad, que le otorgaba equilibrio a su alma, permitiéndole respirar con calma y no sentirse abrumada por la carga de responsabilidades que llevaba sobre sus hombros como lo era el cargo de la Oráculo de Delfos.

En momentos como ese, ella se permitía a si misma ser simplemente una con la naturaleza, sin responsabilidades ni visiones, simplemente una chica que amaba la naturaleza y a los animales, estando en armonía con la Madre Tierra. Sin embargo, solo era necesario echar un vistazo al cielo para desmentir esa noción.

Pues allá en el firmamento, se podía distinguir con bastante claridad una pintura antinatural muy hermosa que ocultaba un sentimiento macabro. Incluso en Delfos estaban conscientes del peligro que eso entrañaba y aunque la barrera puesta alrededor de la Villa se había mantenido erguida desde hacía siglos en protección de las mujeres que moraban en su interior, sabían que esta no las resguardaría si el Dios del Inframundo ganaba la batalla que estaba librando con Athena, la Diosa de la Guerra y la Justicia.

Golden FeatherWhere stories live. Discover now