✺Capítulo 10

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Sirius rió.

-Afortunadamente para Alicia la botellita mágica ya había agotado su efecto y ella dejó de crecer. De todos modos resultaba sumamente incómodo y, como no parecía haber ni la menor oportunidad de volver a salir nunca de esa habitación, no es de extrañar que Alicia se sintiese muy desdichada.
«Era mucho más lindo en casa —pensaba la pobre Alicia—; allí una no andaba agrandándose y achicándose todo el tiempo ni había ratones ni conejos que le dieran órdenes a una. Casi casi estoy arrepentida de haber bajado por la madriguera… aunque… aunque… ¡es bastante especial una vida como esta!, ¿no? Lo que sigo sin explicarme es qué pudo haberme pasado. Cuando me leían cuentos de hadas este tipo de cosas no sucedían nunca, me parece… ¡y pensar que ahora estoy adentro de uno de esos cuentos! ¡Debería de haber un libro acerca de mí, eso debería de haber! Y cuando crezca voy a escribir uno…».
—Pero ya crecí —agregó con voz apenada—; al menos aquí no tengo sitio para crecer más.
«Pero entonces —pensó— ¿nunca voy a ponerme más vieja de lo que soy ahora? Sería un consuelo, en cierto modo… no llegar nunca a vieja… pero entonces ¡siempre tendría lecciones para aprender! ¡Ah, no, eso sí que no me gusta nada!».
—¡Pero qué tonta, Alicia! —se contestó ella misma—. ¿Cómo podrías aprender lecciones aquí adentro? Si apenas hay lugar para ti y nada de lugar para los libros de texto.
Y así siguió, adoptando unas veces un papel y otras otro y armando una conversación. Pero un rato más tarde escuchó una voz afuera y se interrumpió para prestar atención.
—¡Mary Ann! ¡Mary Ann! —decía la voz—. ¡Tráigame mis guantes de inmediato!
Después se oyó un golpeteo de pasitos en la escalera. Alicia sabía que era el Conejo, que venía a buscarla, y tembló hasta hacer estremecer la casa, sin acordarse de que ahora era mil veces más grande que el Conejo y no tenía ningún motivo para temerle.
El Conejo llegó enseguida hasta la puerta y trató de abrirla; pero, como la puerta se abría hacia adentro y Alicia tenía el codo apretado contra ella, sus intentos culminaron en un fracaso y Alicia lo oyó decirse:
—Entonces voy a ir por la ventana.
«¡No vas a hacer nada de eso!», pensó Alicia.
Y después de esperar hasta que creyó oír que el Conejo estaba justo debajo de la ventana abrió de golpe la mano y volvió a cerrarla en el aire. No agarró nada, pero oyó un chillidito y una caída y un estruendo de vidrios rotos, de donde dedujo que era muy posible que el Conejo se hubiese caído en un invernáculo de pepinos o algo por el estilo.
Después se oyó una voz enojada, la del Conejo.
—¡Pat! ¡Pat! ¿Dónde está?
Y después una voz que Alicia no había escuchado nunca.
—¡Acá, acá estoy, señoría! ¡Buscando manzanas en la tierra, buscando!
—¡Manzanas en la tierra, nada menos! —dijo el Conejo enojado—. ¡Venga aquí! ¡Vamos, ayúdeme a salir de acá!
(Más ruido de vidrios rotos).
—Ahora, dígame, Pat, ¿qué es eso que está en la ventana?
—Me juego a que es un brazo, me juego, señoría.
(Decía «seoría»).
—¡Un brazo, pavote! ¿Dónde se ha visto un brazo de ese tamaño? ¡Si ocupa toda la ventana!
—Claro que ocupa la ventana, señoría, pero que es un brazo es un brazo nomás.
—Bueno, sea como sea no tiene nada que estar haciendo allí, así que ¡sáquelo ya!
Siguió un largo silencio y Alicia solo oía murmullos de tanto en tanto, como «Claro que no me gusta, señoría, ¡me va a gustar!». «¡Haga lo que le digo, no sea cobarde!». Luego volvió a extender la mano y a cerrarla de golpe en el aire. Esta vez los chillidos fueron dos y más ruido de vidrios rotos.
«¡Cuántos invernáculos de pepinos! —pensó Alicia—. Me pregunto qué harán ahora. Y en cuanto a eso de sacarme de la ventana ¡ojalá pudieran! Lo que es yo, no tengo el menor interés de seguir aquí adentro, de eso estoy bien segura».
Esperó un rato sin oír nada más. Por fin se acercó un rodar de carros y el sonido de unas cuantas voces que hablaban todas al mismo tiempo. Alicia pudo comprender las palabras
«¿Dónde está la otra escalera?… ¡Cómo! ¡Si yo tenía que traer una sola! La otra la tiene Bill… ¡Bill! Agárrala, muchacho… Acá, en este rincón… No, no, primero hay que atarlas, no llegan ni a la mitad todavía… Vamos, no es para tanto, van a alcanzar perfectamente… Vamos, Bill, agarra la punta de esta soga… ¿Aguantará el techo?… Cuidado con esa teja floja… ¡Ahí se viene! ¡Cuidado las cabezas! (Un gran estruendo)… A ver ¿quién fue?… Supongo que fue Bill… ¿Quién va a bajar por la chimenea?… Yo nones. Hazlo tú… Ni lo pienses… Tiene que bajar Bill… Ya escuchaste, Bill. El patrón dice que tienes que bajar por la chimenea».
—¡Ajá! ¡Conque Bill tiene que bajar por la chimenea! —se dijo Alicia—. Bueno, parece que cifran todas sus esperanzas en Bill. No me gustaría estar en su lugar por nada del mundo. Este hogar es estrecho, no cabe duda, pero ¡me parece que puedo dar una patadita!
Alicia retiró el pie lo más abajo que pudo en la chimenea y esperó hasta escuchar que un animalito (no podía imaginarse de qué tipo) estaba arañando y gateando por la chimenea, muy cerca de donde ella estaba. Entonces, diciéndose:
—¡Aquí llegó Bill! —pateó con fuerza y esperó a ver qué pasaba.
Lo primero que oyó fue un coro general de:
—¡Allá va Bill!
Y después la voz del Conejo solo:
—¡A ver usted, el que está junto al cerco, agárrelo!
Después un silencio y voces confusas: «Sosténganle la cabeza… ahora un poco de cogñac. No lo atoren… ¿Cómo fue, compañero? ¿Qué te pasó? Cuéntanoslo todo».
Por fin se escuchó una voz débil y chillona.
«Ese es Bill», pensó Alicia.
—Bueno, no sé muy bien… No quiero más, gracias; ya estoy mejor… pero estoy demasiado aturdido para contarles… Lo único que sé es que de pronto se me vino algo encima, como cuando uno abre una caja de sorpresas, y subió como un cohete… —¡No diga, compañero! —decían los demás.
—¡Tenemos que pegarle fuego a la casa! —dijo el Conejo.
Y Alicia gritó lo más fuerte que pudo:
—Si hacen eso les mando a Dinah.
De inmediato se hizo un gran silencio y Alicia pensó:
«Me pregunto qué harán ahora. Si fueran un poco sensatos sacarían el techo».
Un momento después empezaron a movilizarse de nuevo y Alicia oyó que el Conejo decía:
—Un barril alcanza para empezar.
«¿Un barril de qué?», pensó Alicia.
Pero no tuvo demasiado tiempo para dudar, porque un instante después entró por la ventana una lluvia de piedritas y algunas le golpearon la cara.
—Voy a ponerle punto final a esto —se dijo, y gritó—: ¡Es mejor que no vuelvan a hacerlo!
Esas palabras provocaron un nuevo silencio de muerte.
Alicia notó, no sin sorpresa, que las piedritas se convertían en pastelitos cuando caían al suelo y se le ocurrió una idea brillante:
«Si como algunos de estos pastelitos —pensó—, seguro que cambia mi tamaño, y, como es imposible que crezca más, supongo que voy a encogerme».
Así que se tragó uno de los pasteles y se alegró enormemente cuando se dio cuenta de que empezaba a encogerse enseguida. En cuanto fue lo suficientemente pequeña para atravesar la puerta salió corriendo de la casa y se encontró con un grupo bastante numeroso de animalitos y pájaros que la estaban esperando.
Bill, la pobre Lagartija, estaba en el centro, sostenido por dos cobayos que le daban de tomar algo de una botella.
Todos avanzaron de golpe hacia Alicia en cuanto la vieron aparecer, pero ella huyó lo más rápidamente que pudo y pronto se encontró a salvo en el bosque espeso.
—Lo primero que tengo que hacer —se dijo mientras caminaba por el bosque— es volver a mi tamaño normal; y lo segundo encontrar el camino a ese precioso jardín. Creo que ese es el mejor plan.
Parecía un plan excelente, sin duda: sencillo e impecable, ¡solo que no tenía ni la menor idea de cómo llevarlo a cabo! Y mientras espiaba ansiosamente entre los árboles, un ladridito agudo justo encima de su cabeza la obligó a levantar la vista apresuradamente.
Un cachorro gigantesco la miraba con grandes ojos redondos y estiraba tímidamente una pata, tratando de tocarla.
—¡Ay, qué amoroso! —dijo Alicia con voz acariciadora, y trató por todos los medios de silbar, pero no podía dejar de estar muy asustada pensando que tal vez el cachorro tenía hambre, y que en ese caso era muy posible que se la comiese, por muchos mimos que le prodigase.
Sin saber muy bien lo que hacía recogió una ramita diminuta y la extendió en dirección al cachorro; entonces el perrito pegó un brinco en el aire, aullando de alegría, y se abalanzó sobre la ramita jugando a mordisquearla. Después Alicia se ocultó detrás de un gran cardo para que el cachorro no la aplastara y en cuanto reapareció por el otro lado el cachorro volvió a arrojarse sobre la ramita y se cayó rodando en el apuro por agarrarla. Entonces Alicia, pensando que era como jugar con un caballo de tiro corriendo el riesgo de caer arrollada bajo sus patas en cualquier momento, volvió a esconderse detrás del cardo. El cachorro inició una serie de breves arremetidas al palito, corriendo un trecho muy corto hacia adelante y uno largo hacia atrás en cada oportunidad y ladrando con voz ronca todo el tiempo, hasta que por fin se sentó bastante lejos, jadeando, con la lengua afuera y los ojazos entrecerrados.
A Alicia le pareció una buena oportunidad para escaparse, de modo que se largó a correr de inmediato y siguió corriendo hasta sentirse bastante cansada y agitada y hasta que los ladridos del cachorrito se perdieron en la distancia.
—¡Y qué amoroso que era! —dijo Alicia apoyándose en un botón de oro para descansar y abanicándose con una de las hojas—. Me habría encantado enseñarle a hacer pruebas, con tal que… ¡Con tal que hubiese tenido el tamaño adecuado para hacerlo! ¡Ay, Dios! ¡Casi me había olvidado de que tengo que crecer de nuevo! A ver… ¿cómo tendré que hacer? Supongo que habrá que comer o beber alguna cosa, pero la gran duda es ¿qué?
No cabía duda de que ese era el gran interrogante. Alicia miró las flores y las briznas de pasto que había alrededor de ella, pero no vio nada que pareciese apropiado para comer o beber en esas circunstancias. Crecía allí cerca un hongo enorme, casi tan alto como ella misma, y después de mirar debajo, a ambos lados y detrás de él pensó que podía muy bien mirar arriba, para ver qué había. Así que se paró en puntas de pie, espió por sobre el borde del hongo y sus ojos tropezaron de inmediato con los de una gran oruga azul que estaba sentada allí arriba, con los brazos cruzados, fumando tranquilamente un largo narguile sin prestar la menor atención de ella ni de ninguna otra cosa. 
Y así acaba el capítulo. Hablaste muy poco, eso es raro.

-Es que no se me ocurrió nada para decir, supongo que me distraje mucho mirándote.

Remus se sonrojó, aún no podía creer que Sirius era su novio.

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