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-Bien, a leerle un cuento al bebé Sirius-Dijo Remus sacando su libro de cuentos muggles-. ¿Cuál te cuento? Tenemos a la Cenicienta, a Blanca Nieves y los siete enanitos, Hansel y Gretel, los tres cerditos...
-Creo que... Hansel y Gretel-Decidió Sirius.
-¿Seguro?
-Seguro.
-Bien, En el borde de un bosque inmenso, vivía un pobre leñador con su mujer y sus dos hijos. El niño se llamaba Hansel y la pequeña, Gretel. El padre trabajaba de la mañana a la noche pero el dinero nunca alcanzaba. Apenas tenían con qué matar el hambre y llegó un día en que el padre ni siquiera pudo ganar lo suficiente para llevar a la casa un pedazo de pan.
-Que feo...-Murmuró Sirius.
-Cállate, una noche, afligido por sus pensamientos y dando vueltas en la cama, suspiró y dijo a su mujer: −¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo podemos alimentar a los niños, si no tenemos siquiera un centavo? −¿Sabes qué? −respondió la mujer−. Mañana, muy temprano, los llevaremos al bosque, les encenderemos allí un fuego y, dándole un pedacito de pan a cada uno, los dejaremos solos. Como no podrán encontrar el camino de vuelta, quedaremos libres de ellos.
-¡No!
-No, yo no haré tal cosa −replicó el hombre−. Mi corazón no podrá soportar el remordimiento de abandonar a mis hijos solos en el bosque; pronto vendrían las fieras y los harían pedazos. −Está bien −dijo ella−, entonces tendremos que morir de hambre los cuatro. Dejándolos en el bosque es posible que alguien se apiade de ellos y los recoja. Y no lo dejó en paz hasta que accedió.
-Pobres Hansel y Gretel.
-Si, pobres, sigamos. −¡Me da pena por los pobres niños! −dijo él en voz baja. Los pequeños escucharon lo que la madrastra había dicho al padre. Gretel derramó amargas lágrimas y dijo a Hansel: −Estamos perdidos. −¡No tengas miedo! A mi lado nada te pasará −respondió Hansel.
-Aww-Sirius tenía los ojos cristalinos.
-No me digas que vas a llorar, Sirius.
-No, no lloraré.
-Como digas.. Y así, mientras los mayores dormían, Hansel se levantó, se puso su chaqueta, abrió la puerta y salió sigilosamente. La luna lucía muy clara y los guijarros que había delante de la casa resplandecían como monedas. Agachándose, recogió tantos como cabían en sus bolsillos. Al regresar, dijo a Gretel: −Ten confianza, hermanita, y duerme tranquila. Y volvió a la cama.