Parte 7 - ¿Apostamos?

30 9 5
                                    

—No me puedo creer que vayas a volver a jugar. —le suelto a mi hermano en cuanto salgo de la ducha. —Lena me lo ha contado.

Hoy es el segundo domingo de septiembre y todavía hace demasiado calor como para estar a pocas semanas de entrar en otoño. Tras una llamada de mi mejor amiga hace diez minutos, me he enterado de que mi hermano y los chicos, el club de los cinco como les hemos empezado a llamar Lena y yo, van a jugar a cartas.

De primera mano no parece que haya ningún problema en absoluto, una partida amistosa entre amigos, sin embargo, sabiendo que mi hermano se vuelve adicto y apuesta inconscientes sumas de dinero, no me hace ninguna gracia.

—Steph no es para tanto. —replica entrando detrás de mi a mi habitación.

—Sí, sí lo es. —afirmo enrollándome la toalla pequeña a la cabeza. Me siento en la esquina de mi cama mirando a mi hermano, que se acaba de estirar con los brazos tras la nuca. —Yo recuerdo bien lo que pasó la última vez, ¿acaso tú no? —estoy molesta y se me nota a quilómetros.

—No fue culpa mía del todo. —intenta excusarse Lucas.

—Mentira, perdiste cinco de los grandes, tu dinero, tus cartas, tus decisiones. Te dije que no me metería más en tus asuntos turbios, pero ahora es distinto. Necesitamos dinero para comer, para pagar las facturas... ¿estás tonto? —pregunto retóricamente, no es necesario que contestase a eso.

Me lo quedo mirando y veo como se apartaba el pelo castaño con sus dedos largos. Va a intentar excusarse de nuevo o va a intentar convencerme. Una de dos.

—Esta vez será distinto, tú estarás allí para ayudarme. —suelta, pero yo chasqueo la lengua. No quiero estar ahí, no quiero ayudarle. —Se te dan que te cagas las cartas, Steph. Ayúdame a ganarles y te prometo que será la última. —sugiere él alzando los brazos.

—Me estás usando, y me estás haciendo chantaje, regla cuatro Lucks.

—Vale, vale. Sin chantaje, me arrodillo ante ti y te pido ayuda. —empieza a decir saltando de la cama y poniendo las rodillas en el suelo.

A mi hermano no le importa arrodillarse, no es la primera vez que lo hace para conseguir algo de mi.

Y tampoco será la última, que lo conocemos.

—Además, en dos semanas empiezo exámenes y tendré que estudiar a full, no podré ir a ninguna otra partida.

—La última. —susurro. —¿Prometido?

—Prometido. —mi hermano se incorpora y se acerca a mi, besándome en la cabeza antes de salir de mi habitación. —Voy a ir al súper de la esquina a por helados, que ayer noche me los acabé. ¿Algún sabor en especial?

—De chocolate. —le pido.

Al cabo de pocos segundos escucho la puerta de casa abrirse y cerrase y me tumbo en mi cama, quitándome la toalla que me he puesto en la cabeza, todavía enroscada en la de cuerpo. De repente escucho golpes en la corredera que da al balcón de mi habitación y me incorporo como una bala.

Veo a Víctor apoyado en la barandilla, mirando la ciudad. Casi se me sale el corazón del pecho del susto que me ha dado.

—¿Pero qué cojones haces? —le grito abriendo la corredera y llamando su atención. Miro hacia arriba y veo su balcón. —¿Has saltado? —le pregunto atónita.

No, cariño, si te parece ha venido volando como Peter Pan.

—Hice cinco años de escalada, no te preocupes. —contesta conectando sus ojos con los míos. Lleva el pelo mojado y una camisa blanca, bastante arreglado para ser un domingo por la tarde.

Mil veces tú, Steph.Where stories live. Discover now