Gloriosa ley del hielo

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En mis sueños, revivo el momento traumático que acababa de vivir una y otra vez. Era una versión más retorcida de lo que Mittchell me había confesado. Se reía mientras abrazaba a Violet y me miraban como si mi humillación se tratara de un juego divertidísimo. Pero en la realidad era mucho más fuerte. Yo sabía controlar los sentimientos, lo he hecho durante años, pero la forma en la que él se puso delante de mí para protegerme, su intención de ayudarme, me descolocó, aún más lo que sentí, y sigo sintiendo, por él.

 Yo sabía controlar los sentimientos, lo he hecho durante años, pero la forma en la que él se puso delante de mí para protegerme, su intención de ayudarme, me descolocó, aún más lo que sentí, y sigo sintiendo, por él

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El lunes arriba demasiado rápido para mi gusto. Me he tomado el fin de semana para pensar con la cabeza fría y hacer todo lo posible para que mis padres no notaran las magulladuras en mi cuerpo. Tengo miedo de que tengan sospechas. Siempre he sido la hija abierta que dice lo que piensa, pero no lo que le sucede en la vida cotidiana. Jamás he platicado con mi madre sobre los chicos que me gustaban, o con mi padre acerca de mi futuro, casarme, tener hijos y todo lo que madurar conlleva. Me limito a existir, simple y llanamente.

Y ahora eso parece imposible.

Como si las estrellas pudieran escucharme, susurro:

―Deseo que este día se acabe rápido.

Me miro en el espejo con la mochila colgada al hombro y portando mi mejor sonrisa fabricada. Me he puesto un abrigo liviano de mangas largas para que las heridas, ahora un poco verdosas, no se noten.

Doy un largo bostezo, sé que no dejaré esta casa hasta que tenga una buena taza de café en mis manos.

Como siempre, mamá está esperándome en la cocina, pero no hay señales de papá. Debe haberse ido ya a trabajar. Ella está revisando su celular mientras se mordisquea la uña del dedo índice. Lo hace siempre que está nerviosa, y solo hay una persona en el mundo que puede poner esa mirada en su rostro: la abuela.

―Buenos días, mami.

Me sonríe y besa mi cabeza con aire distraído.

―Cariño, ¿a qué hora terminas hoy?

―A la misma hora, a las tres. ¿Por qué? ―Ella no es de las que preguntan cuándo llego a casa. Sabe que no soy de esas que se escapan con chicos o tienen una doble vida. O quizás sí la tengo un poquitín. En cualquier caso, debe tratarse de algo importante.

Se encoge de hombros y apaga la pantalla para que no vea lo que estaba escribiendo. Sin embargo, puedo leer la palabra "visita" y es suficiente para que comprenda la situación.

―Temo que faltarás unos días. ¿Pueden cubrirte Peter y Evi?

La miro, desconcertada. Jamás, en mis casi dieciocho años de vida, me han hecho faltar al colegio. Siempre he sido la hija aplicada que va incluso aunque se sienta mal. No falto a menos que tenga cuarenta grados de fiebre.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now