Las pruebas de los reyes dragón, la prueba de Otot Murmi

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Aunque la lógica decía que debía mantenerse a la extraña criatura dentro del frasco, el hermano Fernando decidió hacer caso a la multitud, sin embargo, mantuvo cautivo al silfo cautivo entre sus enormes manos.

— ¡No me pondrán otra vez el lazo de control! — Yin continuó con su parte del guión, al parecer estos "puritanos" eran demasiado fáciles de engañar.

— ¡Pónganle el yugo de control! — la multitud nuevamente exclamaba.

Por una simple deducción lógica, el "yugo de control", debía ser el pequeño objeto que le habían quitado antes al "demonio", con un gesto triunfante y mucha dificultad, el hermano Fernando colocó el morral del silfo en los hombros de este. Yin se alegró, el plan había salido como debía. Metiendo su mano rápidamente en el morral sacó una gran cantidad de polvo del sueño e, invocando después al viento, logró que una buena parte cayera dormida.

Viéndose libre de las manos del hermano Fernando, Yin lanzó una serie de pociones contra al exaltada multitud que comenzaba a caer en pánico: nueves de humo y pequeñas explosiones dispersaban a los habitantes del pueblo: botas convertidas en piedra frenaban a los más avezados y algunos extremadamente poderosos polvos pica - pica mantenían a varios sujetos desesperados en el suelo revolcándose con ahínco para calmar la picazón.

Lamentablemente en medio de aquella pequeña batalla, una antorcha cayó demasiado cerca de la pila de leña, brea y ramas secas que se encontraba a los pies de Felipe, encendiendo ligeramente esta.

— ¡Yin! — exclamó preocupado, sin poder soltarse, Felipe, al ver que el silfo parecía no escucharlo gritó a todo pulmón — ¡YIN!

— ¿Que desea "amo"?— Yin, quien había escuchado el llamado la primera vez, se acercó burlonamente a Felipe — ¿en qué puedo servirle?

— El fuego, hadito — Felipe respondió molesto.

— Es solo una chispa, veré que puedo hacer — Yin respondió sonriendo mientras conjuraba una leve ventisca, que lejos de apagar el pequeño fuego, lo avivó un poco— ¡Ups!, creo que soy muy torpe — dijo el silfo sonriendo.

— Déjate de juegos — si bien el fuego era muy pequeño, ponía nervioso a Felipe.

— Dejarás de decirme "hadito" — Yin habló seriamente

— Ok, dejaré de llamarte hadito — respondió de mala gana Felipe.

Conjurando un viento lo suficientemente fuerte para apagar el fuego antes que sea irremediable, Yin extinguió por completo las llamas, posterior a eso colocó una poción sobre las sogas que ataban a Felipe y, gracias a la acción corrosiva de esta, logró destruir las cuerdas.

— Bueno hado, debemos salir de aquí pronto— Felipe tomó sus armas, y comprobando que estaban cargadas, las colocó en sus cartucheras.

— Oye, ¡prometiste no llamarme hadito! — Yin exclamo furioso.

— No te llame "hadito", te dije "hado" — Felipe, sonriente inició el camino hacia la fortaleza a la cual debían llegar.

—0—

Tras escalar la colina, y si mayores percances, ambos compañeros se vieron ante las puertas de una gran fortaleza. Felipe, harto de aquel lugar, se limitó a tocar la puerta y desenvainar sus pistolas.

— ¿Quien vive? — escucharon una fuerte voz a otro lado de la puerta.

— ¡Lechero! — Gritó Yin sin poder contener la risa ante su propia ocurrencia.

— ¿Qué? — el soldado que abrió la puerta para observar lo que ocurría, nunca supo que le había golpeado la cara dejándolo inconsciente.

Felipe y Yin entraron en el gran patio de la fortaleza, sin embargo se encontraron en medio de algún tipo de entrenamiento militar, de modo que, se vieron enfrentados ante un pequeño ejército ellos solos.

Nathalie y los Portadores de los ElementosWhere stories live. Discover now