Las pruebas de los reyes dragón, la prueba de Otot Murmi

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Felipe abrió los ojos, notando que gran parte del día se había perdido en su inconsciencia. Intentando moverse notó que se encontraba inmovilizado en un yugo de la vergüenza, quedando por tanto, encorvado y sujeto por el cuello y las manos. Moviendo dificultosamente su cabeza notó como Yin había sido atrapado y embotellado en un recipiente de vidrio con un gran corcho en la boca de este y tan solo con un pequeño orificio en el mismo para evitar que Yin se asfixiara. Cercano a ellos, sobre un tronco cortado descansaban sus armas, las dos pistolas, y un pequeñísimo objeto, posiblemente el morral de Yin.

— Al fin despiertas brujo — el fornido hombre, el que había dejado a Felipe sin sentido, le hablaba con cierto grado de odio — Solo quería informarte que yo, el hermano Fernando, he decidió que serás quemado por la mañana por tu infame hechicería, tras ello veremos cómo tu demonio personal se desintegra en el aire.

— ¡No soy un demonio! — Yin exclamó furioso — Soy un silfo, créame he visto demonios y no se parecen en nada…

— ¿Así que admites conocer demonios? — El hermano Fernando cortó el reclamo de Yin — ¡solo los demonios pueden conocer otros demonios!, ¡prendan la hoguera, el brujo ha confesado!

— Yo no confesé nada — Felipe respondió molesto.

— ¿Te sientes aludido cuando hablo de brujería? — el hermano Fernando detuvo su extraño frenesí un segundo para hablarle a Felipe — ¡eso equivale a confesión!, ¡el brujo ha confesado dos veces!, ¡lo quemaremos ahora mismo! — el idiota puritano se dirigió, sin duda, a conseguir leña

— Gracias — Felipe le habló a Yin con un tono sumamente irónico cuando la multitud se volcó a su poblado esperando que el hermano Fernando los llamase para presenciar la ejecución.

— De nada — respondió el silfo canturreando, para devolver así la ironía, tras ello, se sumieron ambos en un profundo silencio.

— Escucha, debemos trabajar juntos para salir de esto — dejando a un lado rivalidad, Felipe decidió que era mejor sobrevivir.

— Si, si planeo que Nathy sea mi novia, debo hacerte caso — sin saberlo, las palabras de Yin hicieron que el corazón de Nathy, quien observaba preocupada la escena, diera un brinco.

— Querrás decir que sea mi novia — Felipe cortó molesto al Silfo.

— Sigue soñando — sin dejar responder a Felipe, Yin continúo hablando — ¿tienes algún plan en mente?

— Eso creo…— dijo el muchacho — sin embargo deberemos esperar a que me coloquen sobre la hoguera.

—0—

Con Felipe firmemente amarrado a una estaca, y con los puritanos felizmente colocando brea en las ramas a sus pies para que ardan mejor, Yin esperó unos segundos, solo por la diversión de ver a Felipe preocupado.

— No se preocupe amo, el fuego no le hará daño mientras el viento no toque mis manos — Yin había gritado con toda su fuerza. Como esperaban su apagado grito puso nervioso a más de uno que, encontrándose en primera fila, había escuchado aquello.

— Eso ya lo veremos — el hermano Fernando hablaba con su irritante tono de voz nuevamente — ¡Prendan el fuego!

Concentrándose con todo su ahincó, Yin logró concentrar una buena porción de viento cerca a Felipe, logrando que el fuego se extinguiera.

— ¡Amo! — Yin gritó con fastidio, pues le molestaba llamar "amo" a Felipe — ¡estos tontos no se dan cuenta que manteniéndome en esta botella, sin que el viento me toque, las llamas no lo lastimarán!

— ¡Calla tonto! — Felipe siguió el plan fingiendo ira, pero también, disfrutando ver a Yin como una especie de esclavo.

— ¡Saquen al demonio del frasco! — el pueblo entero rugía — ¡que el brujo muera de una vez! — Insistían.

Nathalie y los Portadores de los ElementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora