«Lo siento, de verdad lo hago. Espero que el dinero sea suficiente para un mes de tratamiento de tu madre. Deseo volver a verte, pero imagino que sería un imposible. Me gustaría decirte que no sigas haciendo lo que haces. Sin embargo, no me creo el más adecuado. Sonríe y sobrevive. Hazlo por favor.»

Sonreí, lo hice en medio de sollozos silenciosos, mientras los miedos se hacían murallas y otra parte de mí se quebraba en pedazos. Fue y ha sido el único que se ha disculpado por lo que hemos hecho y, aunque parezca infantil, en mis sueños, anhelo su regreso. Recuerdo que aquella vez había entendido por primera vez el "negocio" en que me había metido; mi jefe me había arrebatado el cincuenta por ciento del dinero, antes de que siquiera pudiera levantarme del suelo. Debía pagarle por el lugar y la protección, eso había dicho.

Mi madre despertó después de dos meses y una veintena de hombres desconocidos más. Había pasado medio año desde el fatídico accidente, pero nada había vuelto a ser igual, pues a raíz del grave daño en su espina dorsal, había quedado con parálisis de piernas y brazos. Medicamentos, cirugías, fisioterapia intensiva, asesoramiento profesional y una enfermera, era lo que necesitaba mi madre si queríamos que recuperara la movilidad de su cuerpo, pero eso no iba a ser fácil, ni mucho menos rápido. Dejar mi trabajo no era una opción. No en ese momento.

Cuatro años más tarde, los avances se habían visto. Mi madre había recuperado el movimiento en sus brazos y la sensibilidad en las piernas. Utilizaba una silla de ruedas para movilizarse y la felicidad era poca, para describir los sentimientos que me embargaron en aquella época.

Lo que pasó después acabó con lo poco que quedaba de mi corazón.

Sería la última intervención quirúrgica que recibiría mi madre para volver a caminar, después de la cantidad de veces que había sido llevada al quirófano, no se podían esperar esos resultados, sin embargo, y a pesar de todas las vacías promesas médicas, el corazón de mamá falló en medio de la operación y murió.

¿Qué si me arrepiento de lo que hice? No, a pesar de todo, fui feliz al verla ir recobrando sus capacidades motoras, la primera vez que movió el dedo índice, el primer apretón que recibí de ella, sus sonrisas cuando pudo volver a regar las plantas, los paseos al centro comercial y cuando pudo usar la silla de ruedas. Los abrazos y los te quiero fueron el mejor aliciente. Nunca le dije de que trabajaba, pero creo que ella lo sabía y siempre le agradeceré el que no me haya juzgado y me abrazara las mañanas que no tenía paciencia, en las que las ojeras marcaban mi rostroN, y todas las veces que gritaba injustificadamente, cuando no quería ver a nadie, cuando sentía que no merecía seguir viviendo y por todas y cada una de la veces que me escuchó sin hablar.

Han pasado dos años, el dinero ya no es un factor importante, la razón de que todavía continúe prostituyéndome es que no hay una. No tengo un motivo para hacer algo diferente, además del hecho de que en ningún lugar decente, aceptarían que una mujer como yo trabajara.

A mi corta edad, he conocido la vida, al menos, la parte más dura de ella. He probado de todo, desde el polvo hasta las pastillas. Las drogas son una consecuencia del mundo en que me muevo, pero no es como si pudiera evitarlo. Cada día es el consuelo de que he soportado otra noche, por lo menos eso es lo que me decía cada mañana.

He perdido la cuenta de la cantidad de hombres con los que he compartido la cama, o algún otro lugar funcional. No obstante, solo uno forma parta de mis recuerdos, pero a él no lo volveré a ver.

Cansada, esa es la palabra que mejor describe lo que siento. Mirarme en el espejo nunca ha sido tan doloroso, las ojeras por el insomnio son cada vez más visibles y ninguna cantidad suficiente de maquillaje puede ocultar la tristeza en mis ojos. La luz que veía en ellos se extinguió y verme, descubrirme frente a un espejo, es enfrentarme a los monstruos que me consumen, en lo que me he convertido y confirmar que ya no tengo boleto de regreso. Me siento como Grey viendo a su retrato y puedo entender las razones que lo llevaron a destruirlo. He tenido intenciones de terminar con esta vida miserable, pero hasta hoy no había sido lo suficientemente valiente para hacerlo.

Y esas son precisamente las razones que me llevaron a escribir esto. Esta es mi despedida, solo espero que quien quiera que seas, si estás leyendo, comprendas porque lo hice.

Andrés, mi gran amor, si en verdad existe la posibilidad de volver a nacer, espero conocerte en mejores circunstancias. Te amé en vida y lo haré después de ella.

Marta.

~~~

La carta se deslizó de las manos del chico, que con rapidez limpió su rostro. No podía creer que luego de tanto tiempo el destino cobrara su cobardía de esa manera, sin embargo, no gritó o lloró, como clamaba su corazón, y solo derramó silenciosas lágrimas, sosteniendo la pálida mano de la chica que jamás podría volver a ver el mundo. La sostuvo, mientras lo recuerdos lo abrazaban, hasta que consiguió fuerzas para, con manos temblorosas, llamar al número de emergencias.

Siempre había pensado que la vida era injusta. No obstante, solo aquella vez pudo comprobarlo. Marta, aquella chica con la que soñó cada uno de sus días de facultad, estaba muerta. Y lo peor es que no podía decir que no había continuado con su vida, porque lo había hecho, estaba comprometido.

Aunque de algo estaba seguro, nunca la olvidaría. Ella había sido su primer amor y su primera mujer. La amaba, de una manera diferente, pero lo hacía. Incluso comprendía las razones que la habían llevado a tomar la decisión de acabar con su vida y de lo único que se arrepentía era de no haber cumplido su promesa, al menos, no lo suficientemente pronto.

Solo esperaba que donde estuviera lo perdonara por llegar tarde y que aquella primera y última vez juntos no hubiera sido lo suficientemente valiente para llevarla consigo.

Quizás ahora no estuviera muerta.

Un dramático giro de acontecimientos [COMPLETA]Where stories live. Discover now