—Porque al principio todo iba genial, pero luego empezamos a discutir, no me acuerdo de por qué... por una tontería seguro. Y ella era chilena.

Enarqué una ceja.

—¿Y qué?

—Que me llamó algo que no entendí. Creo que es bueno, pero no sé.

—¿El qué?

—Me gritó aweonao culiao y se fue.

Abrí mucho los ojos y contuve una sonrisa.

—¿Que te llamó... qué?

—Aweonao culiao. ¿Crees que es malo?

—¿Qué? Claro que no. Es como decirte "llámame pronto, me encantas".

Johnny sonrió, pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de que me estaba burlando de él. Me puso mala cara y volvió a la cocina, mascullando algo sobre aweonaos y culiaos.

Me pasé el resto del turno prácticamente sola, a parte de los momentos en que ayudaba a Alan con la misma máquina y los que hablaba con los clientes, y cada vez que podía distraerme un poco... me venía la imagen de Aiden a la cabeza.

Concretamente, la imagen de él al otro lado de mi puerta, con cara de confusión, cuando lo eché de mi casa.

Apreté los labios al pensar en ello. No se merecía que lo tratara así, pero en el fondo había sido lo mejor. Si se hubiera quedado, habría sido mucho peor. Y no quería ni pensar en cómo reaccionaría si me viera teniendo un ataque de pánico como los que tenía tres años atrás. Incluso mi padre empezó a mirarme de una forma distinta al verlos, ¿qué iba a pensar Aiden?

Para cuando terminó el turno, ya había llegado a una decisión.

Me acerqué a Johnny, que estaba colgando el delantal.

—¿Has venido en coche?

—Sí —me miró con curiosidad—, ¿necesitas que te lleve a algún lado?

—Pues... si puedes llevarme al gimnasio de tu hermano...

Esperaba que se negara, pero se limitó a acceder animadamente. Al parecer, le gustaba tener excusas para ir a ver a su hermano. Me pregunté por qué no iba a verlo simplemente porque quería.

El gimnasio de Aiden seguía en la misma calle sombría —ahora mojada, también— que la última vez. Aunque esa noche tenía un aspecto un poco más tenebroso porque se había fundido la bombilla de una de las farolas que iluminaban la puerta de la entrada. Agradecí que Johnny hubiera ido conmigo al instante.

El chico del mostrador me miró con aburrimiento cuando entré. Volvía a masticar chicle de forma insoportablemente ruidosa.

—Aiden está en el ring —me dijo directamente, volviendo a sus cosas y apuntando algo.

Bueno, daba gusto que ya me conocieran.

—¿Qué apuntas siempre que vengo? —pregunté, curiosa.

Él suspiró, como si hablar conmigo fuera un tormento.

—Tengo que apuntar quién entra y sale —me dijo, girando la lista para que pudiera verla—. Cada boxeador tiene unas cuantas personas que van a verlo a la semana.

La leí, curiosa, y noté que mis mejillas se encendían cuando leí las personas que había añadido.

Visitas de Aiden W. Novia y amigo grandullón de su novia.

¿En serio? ¿Ése también asumía que era su novia?

Estuve a punto de corregirlo, pero me pareció que no podía importarle menos, así que me limité a entrar con Johnny en el gimnasio.

Tardes de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora