Por la forma en que me miró, era obvio que no sabía si seguir preguntándome.

—Yo... bueno, Aiden se porta muy bien conmigo —empecé, dudando.

Lisa asintió, dejándome seguir.

—Pero... hay algo que no me deja estar con él.

—Algo —repitió, confusa.

—Sí —la miré significativamente—. Algo.

Nunca había hablado a Lisa de ello, pero suponía que podía imaginarse que algo malo me había pasado. Después de todo, me conocía muy bien.

Solo quería que no indagara mucho en el tema.

Después de unos segundos de dudar, ella levantó un poco las cejas y luego apartó la mirada, poniendo una mueca.

—Vale, creo que me hago una idea.

—Pues... digamos que me asusté por eso.

—Claro —murmuró, y volvió a poner esa mueca—. Es normal.

Me puse las manos en las rodillas y suspiré. Nos quedamos las dos en silencio unos instantes en los que supuse que ella estaba pensando en lo que le había dicho.

Y lo confirmé cuando volvió a girarse hacia mí.

—Mara... —empezó, dudando—, se que no te gusta que te diga estas cosas, pero... bueno... sabes que si alguna vez necesitas hablar con alguien, me tienes a tu disposición, ¿verdad?

No la miré, algo incómoda. También tenía a la doctora Jenkins, pero no quería admitir que estaba yendo a verla delante de Lisa.

—No necesito hablar de nada —mentí.

—Bueno, pero si lo necesitaras... de lo que sea, Mara. Sabes que no se lo voy a contar a nadie. Ni siquiera a Holt. Aunque me capturen unos torturadores sádicos, no me sacarán una palabra.

Sonreí ligeramente, sacudiendo la cabeza.

—Vale —murmuré—, pero sigo prefiriendo que hablemos de ti.

—Bueno, lo he intentado —ella suspiró.

Al menos, fingió que no le importaba y empezó a hablarme de que esa profesora horrible que tenía le había puesto menos nota de la que merecía en un trabajo. Y que el compañero de habitación de Holt y ella se habían peleado, por lo que no podía ir a dormir con él ahí o las cosas se pondrían muy incómodas.

Y también que su hermano pequeño, nuestro querido Gus Gus, estaba castigado otra vez porque su padre lo había pillado intentando escaparse de casa por la ventana, había caído, y se había roto una muñeca. Ahora, le esperaba casi medio año entero de yeso en la muñeca.

Pobre Gus Gus.

Tuvimos que interrumpir la conversación cuando Alan se asomó, muy indignado, exigiéndome que me ocupara de mis mesas. No me quedó más remedio que ponerme de pie e ir a atenderlos. Lisa no pudo quedarse mucho más en la cafetería, pero le di las gracias por aparecer. Me había distraído tanto que ya me encontraba mejor.

Cuando volví a la barra media hora más tarde, estaba bastante más animada y Johnny debió notarlo, porque se puso a hablarme de la cita que había tenido la noche anterior.

—No sé si salió bien —fue su conclusión.

Alan nos escuchaba disimuladamente, fingiendo que limpiaba una mancha inexistente de la barra.

Nunca admitiría que lo hacía, pero escuchaba todos los chismorreos que nos contábamos.

—¿Por qué no? —le pregunté a Johnny, extrañada.

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now