Capítulo 2 - Don Peleón ataca al Dragón de los Turrones

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Estábamos en medio de margaritolandia o algo parecido. Para salir de mi casa, Fernanda había creado una burbuja brillante que decía que era un portal, y nos había traído a la pradera de Heidi, todo tan verde y con florecitas. Ah, y también había hadas de las frambuesas y de otras muchas cosas revoloteando por ahí e intentando no estamparse contra mi cara y la de Dylan.

-¿Pero no íbamos a salvar la Tierra?-pregunté confundida.

-Un lugar muy importante de la Tierra.-especificó Fernanda-. La Tierra Encantada perdida.

Claro... la Tierra Encantada perdida, ¿cómo no se me ha ocurrido antes?

-¿Y todo es de colorines o algo así?-pregunté al ver un río de color morado.

-Pues sí.

Miré a Fernanda con los ojos entrecerrados.

-Eres el hada más borde que he conocido nunca.

-¿Has conocido ya a muchas hadas?-me preguntó ella alzando una ceja.

-Sin conocerlas, puedo afirmar que tú serías la más borde -refunfuñé.

-Pues yo te digo que...

-Chicas, por favor, parad de discutir -suplicó Dylan.

Fernanda me miró con odio y yo le saqué la lengua. Después, ella revoloteó hasta el hombro de Dylan y se acurrucó en él. ¿Eran imaginaciones mías o tenía una cara de satisfacción? Oh dios mío. Ya sé lo que pasa aquí. Fernanda está pillada por Dylan.

¿Fernanda está pillada por Dylan?

¿¡Fernanda está pillada por Dylan!?

¡Fernanda está pilladísima por Dylan!

-¿Es en serio?-gritó Don Peleón mirándome con los ojos muy abiertos.

-¿Lo he gritado?

-Nah, creo que sólo lo he oído yo. Los otros dos están...bueno, están ocupados. ¡Es cierto! ¡Fernanda esta colada de Dylan!-exclamó.

-¡Pero no grites!-me alarmé poniéndole un dedo en la boca.

Sí, un dedo. Porque su boca era enana. Porque era un plátano. Un plátano con unos dientes muy afilados.

-¡Ay!-grité.

Fernanda se giró al oírme gritar.

-¿Podrías, por favor, no alterar la calma de este lugar tan hermoso?

-¡Pero me ha mordido!-me quejé.

-Seguramente le habrás molestado. Deja de molestar también a los demás, niña.

Puse los ojos en blanco. Qué tonito tan repipi. 

-Ni siquiera se sabe mi nombre -murmuré a lo bajini.

-Yo tampoco.-observó Don Peleón-. ¿Cómo te llamas?

-Elaia.

-¿Elaia?-frunció el ceño-. ¿Qué es eso? ¿Se come?

-No, idiota. Es un nombre vasco. Significa golondrina.

-Pues vaya nombres más raros tienen los vascos.

Yo me encogí de hombros y seguí caminando detrás de Fernanda y Dylan. Cuando miré al suelo, me dí cuenta de que no me había puesto los zapatos y que iba con los calcetines de estar por casa, esos que tienen circulitos en la planta para que no te resbales. Y tenían dibujitos rosas, iguales que la frambuesa en la cabeza de Fernanda.

Eso me cabreó. Esa hada de mierda se había plantado en mi casa pidiendo mi ayuda y lo único que había conseguido yo eran pullas, miradas de asco y odio y frases con un tonito de superioridad que me daban ganas de usar el cucharón como bate de béisbol y mandarle bien lejos de un golpe. Si es que le daba, claro.

-Te tiene celos-. saltó de repente Don Peleón.

-¿Celos? ¿Por qué?

-Probablemente, porque eres de una estatura compatible a la de Dylan. Además, no deja de echarte miraditas.

Me empecé a reír con ganas, lo que causó una nueva mirada de asco de Fernanda que yo ignoré.

-¿Que Dylan me echa miraditas a mí?-dije entre risas-. Si aquí la que babea por él soy yo.

-Y Fernanda -apuntó Don Peleón.

-Y Fernanda -asentí.

-Pero yo te lo digo muy en serio. Dylan se gira de vez en cuando para mirarte, ya lo verás.

Don Peleón y yo nos quedamos callados y seguimos caminando. Los dos observábamos disimuladamente, o al menos lo intentábamos, la espalda de Dylan. Fernanda no dejaba de susurrarle cosas al oído, probablemente porque si no no le oiría.

Y de repente, giró la cabeza y posó su mirada en mí, tal como había dicho Don Peleón. Además, me dirigió una sonrisa encantadora cuando vio que yo también le miraba. Lo dicho, intentábamos mirar disimuladamente, pero se ve que no nos salió muy bien.

Yo me puse a gritar como una histérica y choqué los cinco con mi ahora superamigo y confidente de cotilleos Don Peleón.

-Te lo dije.

-Madre mía, no me lo puedo creer.

-Antes de desmayarte, cállate. Hemos llegado.

Y ya tenía que venir Fernanda a fastidiar, con ese tonito de superioridad ahora también mezclado con odio. Don Peleón me quitó el cucharón, porque veía mis intenciones.

-Respira, Elaia, respira -me dijo.

-¿Quién es Elaia?-dijo Fernanda desinteresadamente.

-Yo -respondí fría.

-Un nombre precioso.

Me sobresalté al escuchar a Dylan tan cerca.

-Frafcias -farfullé roja hasta las orejas.

Dylan me dedicó una mirada tierna, mientras que parecía que Fernanda me estaba lanzando cuchillos con los ojos.

-Bueno, Elaia-dijo con retintín-. Tienes que entrar ahí.

Miré hacia donde me señalaba y vi un gran montón de arena dorada, y detrás una puerta.

-Vale.

Eché a andar despreocupadamente hasta que oí el grito de Dylan.

-¡¡Elaia, no!!

Seguido de un "Fernanda, ¿por qué eres tan idiota? ¡Al ataque...!" de Don Peleón. Ahí fue cuando me di cuenta de que la montaña dorada de arena no era una montaña dorada de arena, sino que era un dragón dorado.

Don Peleón pasó junto a mí, todavía con mi cucharón en sus manos diminutas. Se puso delante de la cabeza del dragón y empezó a darle mamporros con el cucharón hasta que el dragón cayó inconsciente. Pues vaya mierda de dragón, que se desmayaba por los golpes de un cucharón...

-¡Este cacharro funciona de perlas!-exclamó Don Peleón-. Cuando termines de luchar contra el rey marciano malvado, ¿me lo regalas?

-Si te hace ilusión...

En eso, Dylan llegó corriendo hasta nosotros, seguido de una Fernanda no muy contenta. Me examinó detenidamente para asegurarse de que no me había pasado nada, y luego miró a Fernanda con cara de estar decepcionado.

-No me esperaba esto de ti.

Don Peleón y yo nos miramos cómplices, y volvimos a chocar los cinco a sus espaldas.

Pound The Alarm (Historia Corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora