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El cuerpo de la chica se encontraba completamente inmóvil, exceptuando  su respiración, sobre el sillón recargada en uno de sus compañeros de torneo. Se había quedado dormida, al igual que él, y sus cuerpos se habían acomodado de una forma que les resultaba bastante cómoda.

La cabeza de la pelirroja estaba recargada sobre el hombro de Anubis, ambos sumergidos en un profundo sueño fruto del lago al que habían saltado.

De pronto, algo la sacó de aquel estado de relajación.

Una mano la tomó y la levantó de aquel sillón, dejando a Anubis caer de lleno sobre el mismo. Él no se despertó, estaba muy cansado como para notar cualquier cosa externa.

Ella, por el contrario, sí que se despertó.

Sin saber muy bien qué estaba pasando, la persona la arrastró por la nave hsta entrar por la puerta que Elizabeth había abierto el primer día, debajo de las escaleras. Dentro estaba muy oscuro y ella demasiado confundida como para ver mucho, pero parecían haber unos cuantos cuartos, tal como los suyos en la planta de arriba.

Volteó para intentar ver a la persona que la sujetaba, pero estaba demasiado oscuro para verle el rostro. Sólo podía notar que sus ojos tenían un ligero brillo eléctrico, artificial.

Fue arrastrada hasta una de las habitaciones, giró su vista para ver el camino y no tropezar accidentalmente, pero no había mucho con lo que pudiera tropezar. A diferencia de las suyas, ésta habitación no tenía ventanas. Sólo tenía una mesa transparente de lo que parecía vidrio soplado y dos sillas de plástico, una frente a la otra.

Fue liberada del agarre, y de inmediato se alejó de aquella persona en un intento de protegerse, adentrándose en la habitación para poner distancia entre ellos.

Aquella persona encendió las luces de la habitación, y después de unos instantes de estar temporalmente cegada por la repentina luz, pudo ver de quién se trataba.

Elizabeth cerró la puerta. La miraba con una expresión seria que no entendía y que jamás había visto en ella, ¿qué se suponía que había hecho para que la arrastrara a una habitación a solas cuando todos sus compañeros dormían? No tenía sentido, acababa de llegar, no había hecho nada malo. Quizá la iba a regañar por hacerla que la metiera al pozo, pero eso había salido bien, ¿no era así? Tenían una persona más recuperándose, una victoria para la humanidad.

—Siéntate— le ordenó la morena con una voz autoritaria. Ella negó un par de veces, víctima del miedo que le había provocado, ¿la lastimaría? Era poco probable. Pero, si lo hiciera, no había nadie a su alrededor para ayudarla.

—No fue una pregunta— repuso la chica —siéntate, o te sedaré y te sentaré yo misma.

Tragó en seco al escuchar estas palabras, maldita sea, nunca la había visto tan molesta. La chica tomó asiento en una de las sillas, la que quedaba de frente a la puerta. Ni loca quedaría de espaldas al único lugar por donde podría salir, o entrar alguien más.

—Bien— repuso Elizabeth, y se sentó frente a ella. Cruzó los brazos frente a ella por un momento, y después dio un par de golpecitos a la mesa. Sobre el cristal, apareció una foto de Aurora, y a un lado, un listado. Era un expediente. —Zhanna Toropova, ese es tu verdadero nombre, ¿no es así? Nacida en Moscú, alumna promedio, prodigio para algunos maestros, mediocre para otros, tienes una hermana llamada Deardrie, menor que tú, ¿no es así?

—Era yo, ya no más— repuso ella en un tono mucho más dubitativo de lo que había pensado. La chica la intimidaba, se sentía culpable y ni siquiera sabía de qué.

—Claro, es cierto. Recientemente cambiaste tu nombre, Aurora Demir— leyó ella en voz alta, mirando la mesa donde estaban los datos que ella había introducido para entrar a las eliminatorias —también te mudaste de ciudad, de Moscú a Istanbul, ¿Quieres decirme el motivo?

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