Soledad.

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La morada era particularmente mayúscula. Un tono pintoresco se asomaba en cada rincón adornado con cuadros artísticos y, no tan artísticos, los cuales pendían de las anchas paredes anaranjadas que relucían, de forma armoniosa y vigilada a mínimo detalle, detrás de las muchas estanterías fabricadas de la madera de abedul cuidadosamente pintada. Los tomos de aquellos escaparates no eran de mi particularidad; de hecho, ni una sola vez me propuse echarles alguna hojeada. Pertenecían al ser que antes me acompañaba, pero hace contados días había salido de una forma nada furtiva para “Nunca más poner un pie sobre ésta casa”. Ahora, más a menudo, reitero que, si esto se podía considerar un hogar, era meramente gracias a ella, y, sin la parte que me falta, la soledad terminaría por matarme.

Un día luego de su partida, decidí por fin abrir alguno de esos viejos libros que tanto le cautivaban, para aspirar a descuidar todo y perderme en un mundo que no fuera el mío. Un libro bastante delgado, pequeño y en lo absoluto intimidante, titulado “Los crímenes de la Calle Morgue.” El genio Dupin no me permitió tirar la vista hacia otro lugar hasta que la última letra de la última página estuviera en mi memoria. Aquella emoción que sentí, me llevó a querer intentarlo de la misma forma. No contaba con una máquina de escribir a mi alcance, por lo que, aunque el tedio me bisbiseaba que no lo hiciera, me tocó narrar a puño y letra. Como era claro de un neófito, no conseguí escribir nada, ya que las ideas no afloraban dentro de mi cabeza. Como un ventilador en movimiento, escudriñé cada parte de la recámara, hasta que las hojas de un girasol que se posaba sobre un florero azul, moldeado con líneas perpendiculares de color blanco chocaron, contra mi vista, al igual que las tijeras de podar y los guantes que utilizaba para la jardinería. Instintivamente me levanté y di pasos arribados con premura para allegar a dicho flor, cuya cara apuntaba la dirección por la que la susodicha había tomado vuelo; y, una vez más, pensé que la soledad terminaría por matarme.

Paphlagonia.Where stories live. Discover now