—Es mi esposa, Melody, y mi hija, Cloe. —sonrío ante su cara de orgullo y asiento.

—Tiene una bonita familia. —digo con sinceridad.

—Gracias, señor McClain. —Me siento en uno de los sillones que están frente al escritorio—. Theodore, he querido que vengas para hablar acerca del examen del coeficiente intelectual y de las clases avanzadas.

—Comprendo, señor Shepard.

—Tengo entendido que rechazaste la solicitud del señor Fudge. —Asiento—. ¿Por qué?

—Señor, como le mencioné antes al profesor Fudge, mi vida académica se ha basado en esos exámenes desde que tengo cinco años. Me gustaría aparentar ser un hombre normal como cualquier otro. Por eso elegí esta universidad que está a casi nueve mil kilómetros de donde vengo para no tener que ser más el chico raro. Solo quería ser normal una vez en mi vida.

—Entiendo, señor McClain; si esa es su decisión, no lo obligaré a cambiarla. —Me dice, con suma tranquilidad y con una sonrisa—. Sin embargo, quiero que lo consideres mejor. Esta universidad es caracterizada por las clases que les brindamos a los estudiantes con un coeficiente intelectual superior o igual a los ciento treinta. Tal vez no tenías ese conocimiento a la hora de aplicar aquí, y puedes decir que es algo totalmente irónico considerando la razón por la que realmente has venido; pero, podrías darle una oportunidad. —no puedo negar que tiene razón. Cuando decidí venir a Londres, simplemente busqué la universidad que tuviera la mejor oferta curricular en criminología y que además estuviese lejos de mi vida en Estados Unidos—. A ver, ¿cuál es tu nivel de IQ?

—Mi último test fue en la preparatoria. En ese entonces tenía un coeficiente intelectual de ciento treinta y ocho.

— ¡Maravilloso, Theodore!

—No lo es para mí, señor. —Susurro, con algo de tristeza—. Siempre tengo que sentirme reprimido, tengo que ocultar lo que realmente soy o sé porque las personas no aceptan a alguien como yo.

—Señor McClain, tiene todo el derecho de elegir lo que usted desee. Su carrera universitaria dura cuatro años como máximo. Aún le queda camino por recorrer y supongo que no le vendría mal un aprendizaje más emocional que académico. —me dice—. Puede venir cuando se sienta preparado. Hasta puede participar en una de las clases avanzadas cualquier día que apetezca.

—Está bien, señor Shepard. Muchas gracias. —me levanto de la silla, haciendo que esta suelte un chirrido leve, y me despido. Cuando salgo de la oficina, siento cierto alivio. Los pasillos de la facultad están casi vacíos, por poco todos los estudiantes están en sus aulas, así que aprovecho para caminar hasta la parte trasera de la universidad e irme a mi árbol favorito.

Recuerdos de hace una semana me invaden la mente cuando recuesto mi espalda del largo tronco. Entonces como si de imágenes se trataran, me acuerdo perfectamente de la chica que había besado hace poco. La había visto por primera vez en aquella fiesta que había celebrado Dai un día antes del primer día de clases. Estaba en lo más recóndito de mi mente después de la tremenda resaca que había tenido al día siguiente.

Suelto un suspiro. Aquellos ojos apagados y afligidos me seguían desde aquella vez. Podía sentir aún la sensación de sus suaves labios sobre los míos y del toque cálido de sus manos en mi pecho.

Maldita sea, Theo. Sólo fue un estúpido beso. Un beso que le desagradó por completo. Tu primer y único estúpido beso.

Saco un cigarro, tratando de calmar mis incontrolables pensamientos sobre una chica que apenas he visto dos veces y ni siquiera sé su nombre. El olor a cigarrillo me llegaba a las fosas nasales cada vez que daba una calada. Era inevitable para mí el no fumar. No voy a mentir, me gustaba mucho. La nicotina podía relajar cada minúscula parte de mi cuerpo. A veces funcionaba.

La chica de intercambio ©Where stories live. Discover now