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Los días que duró la noticia no te vi por ningún lugar, tus amigos tampoco daban señales de vida. Y entonces sentí preocupación por alguien que no conocía, por un extraño que veía a la distancia, por un hombre que me estaba confundiendo.

Entré a la única cafetería que había, acomodando la bufanda y ajustando el gorro de lana. Mascullando con enojo por la aglomeración de los ciudadanos, casi salgo de ahí, casi corro hacia otro lado, pero te vi.

Y sentí que encontré una aguja en el fondo del mar.

Volví a encontrar tu mirada, no tenía ese brillo tan marcado como siempre pero al menos había algo en ella, pero tu sonrisa no desaparecía. Nunca lo hizo. Y eso me generó envidia. ¿Por qué eras feliz? ¿Acaso no te diste cuenta que la felicidad no existe en esta miserable ciudad? ¿Por qué llegaste aquí si todo era un caos?

Tu forma de actuar demostraba que eras de otro sitio, evadías las reglas, ayudabas a quienes eran repudiados, incluso estabas dentro de esas marchas raras y que siempre terminaban mal.

¿Por qué no te ibas? ¿Por qué? ¿No te das cuenta que me confundes más?

Comencé a cuestionarme en ese preciso instante: ¿De dónde te estoy echando? ¿De la ciudad? ¿Del país? ¿Del continente? ¿O de mi vida?

Morir por amarte || JoerickWhere stories live. Discover now