Capítulo 17: Olenka Vadimovna Komarova, la diplomática

Começar do início
                                    

—No lo lamente. Si el diablo existe, lo mejor que pudo hacer fue llevárselo al infierno. Era un ebrio abusivo que mató a mi madre a puñaladas y me hizo la vida imposible.

Claire cayó un momento, sorprendida con la frialdad y banalidad con la que su entrevistada hablaba sobre temas tan mórbidos.

—Dijo que el señor Blackwood era socio de su padre, ¿qué hacía su padre?

—No eran socios. Mi padre no tenía socios que no fuesen rusos. Se unían para llevar a cabo ciertos acuerdos, era una relación menos que laboral. Mi padre era político, igual que yo, supongo que se lo heredé, pero a diferencia mía, él no salía de Rusia. Fue alcalde de San Petersburgo y durante muchos años representante del consejo de la federación... o para que lo entienda usted, un tipo de concejal o diputado.

—¿Y qué negocios llevaron a cabo su padre y el señor Blackwood?

—No contestaré eso, doctora. Estoy aquí para responder por mis crímenes, no por los de mi padre. Me es suficiente con recordarlo cada vez que escribo mi nombre completo... Vadimovna. Esa es una de las pocas cosas que detesto de mi patria. ¡¿Por qué nuestro segundo nombre tiene que ser el nombre de nuestro padre?! Por eso no tendré hijos ni me casaré. No quiero adquirir el apellido de mi esposo y mucho menos limpiar sus trastes y tampoco quiero que mis hijos tengan el apellido de él, además de su nombre, sabiendo que soy yo la que aguantaré el dolor del parto.

—¿Está diciéndome que su padre se llamaba Vadimovna?

—No sea idiota, doctora Davenport, ese es nombre de mujer. Mi padre se llamaba Vadim.

—¿Y hay algo que me pueda decir acerca de él y que no comprometa su intimidad o la de su país?

—Por un momento olvidé su profesión... pero ahora lo veo. Usted es psiquiatra y quiere que le cuente mis traumas para analizarme y supongo que es libre de hacerlo. Como ya le dije, mi padre mató a mi madre a puñaladas, yo tendría cinco o seis años cuando sucedió. No hubo condena por parte de la justicia. Él era un importante político y nada podía manchar su historial. El crimen se encubrió y yo seguí creciendo, soportando los golpes y groserías de mi padre. Aunque no le agradezco el abuso, soy muy consciente de que eso forjó mi carácter y me ayudó a comprender que, si yo no hacía justicia por mi mano, nadie la haría por mí. Me largué de la casa a los 18 y estudié como toda una erudita para así forjar mi camino hasta el gobierno ruso.

—¿Su padre no le ayudó en su ascenso?

—Quizá me dieron algún tipo de ayuda por mi apellido y porque sabían de quien era hija, pero mi padre jamás movió un solo dedo por mí y, por supuesto, yo jamás le pedí que lo hiciera.

—Es usted todo un ejemplo de superación, señorita Komarova.

—No sea condescendiente, doctora, ya le dije que la usual sutileza femenina no va conmigo. Y no soy un ejemplo de nada, a menos que alguien quiera ser una malnacida egoísta, para lo que sí sería un buen ejemplo. He hecho miles de cosas malas por mi gobierno y por escalar en mi carrera política, y como sé que se lo está preguntando, la respuesta es sí, varias de esas cosas malas las llevé a cabo en complicidad con el señor Blackwood.

—¿Y puede decirme cuales fueron esas cosas?

—Hubo varias, así que tome aire y preste atención porque no pienso repetir. Si no me equivoco, mi primer encuentro con Henry Preston Blackwood fue cuando me contactó para que permitiese la entrada de su compañía tecnológica Black Edge a Rusia. Estuvieron a punto de despedirme del gobierno y también de condenarme por traición a la patria debido a ello. Blackwood me engatusó con habladurías sobre modernización de redes telefónicas y acordé su entrada sin muchos problemas, pero el día que la primera antena iba a ser ubicada, el gobierno lo evitó. Al parecer Black Edge deseaba sabotear e interferir en las decisiones del gobierno ruso a favor del mejor postor. Afortunadamente salí libre de todo cargo en mi contra, pero como nunca fui estúpida, no rompí relaciones con Blackwood, en cambio, me acerqué más a él. Ese hombre no era leal a ningún gobierno o país, y esa fue la ventaja que yo encontré. El tiempo pasó y las elecciones de los Estados Unidos arribaron y todo el mundo estaba en vela por los resultados y la reñida competencia entre los dos candidatos. Ahí fue donde encontré la utilidad de Blackwood y, juntos, acordamos un trato: él alteraría las noticas en todos los dispositivos Black Edge, creando contenido falso y ocultando escándalos para favorecer al candidato que Rusia deseara y nosotros permitiríamos la venta de dichos dispositivos en toda la federación.

Olympo en PenumbraOnde histórias criam vida. Descubra agora